Juan Carlos
Quintana Reyes
Desde San Andrés y
Sauces, isla de La Palma, en Canarias, en 1921, llega a tierra
cubana el niño Argeo Díaz Hernández, con dos años de edad en brazos de
sus padres: José Francisco Díaz Martínez y Margarita Hernández y tras
recorrer varios puntos de la isla antillana, arribó a esta Primera Villa
donde se asentó.
Dice la nonagenaria
Dulce Victoria Rodríguez, que conoció a José Francisco y
Margarita, los padres de Argeo, desde el año 1935, fecha en que ella pasó a
vivir en la casa ubicada en la calle La Paz, hoy Rodney Coutín
Correa. Agrega la Sra. Dulce Victoria, que allí conoció a Argeo y a su
hermano mayor, Paquito, que también vino de Canarias.
La familia Díaz
Hernández, siguió creciendo y Dulce se relacionó con los hermanos José
(Pepe), Vilealdo, Mery y Nenita. Dice además que era un núcleo familiar
humilde, que tenía que trabajar duro y en muy variadas
actividades para vivir.
Buscando la manera
de ayudar a la familia, en forma decorosa y siendo un muchacho
todavía, con solo 10 años, Argeo comenzó a trabajar como aprendiz, en un
establecimiento de tejidos que tenía como nombre El Mundo. Para ello
debía subirse en un pequeño banco, que le permitía alcanzar la meseta
donde estaban depositadas las mercancías que él debía ofertar a los
clientes. Aquel niño, emigrante canario, creció, y por su
comportamiento y gran capacidad demostrada para manejar el público que al
establecimiento acudía, llegó a la edad laboral y automáticamente
ocupó la plaza de Dependiente.
Yo, para esa época
contaba sólo con unos ocho o nueve años, era 1943. Ya Argeo Díaz
Hernández, tenía algo más de 20, joven, pero muy disciplinado en su
trabajo. Con el devenir del tiempo se convirtió en el Dependiente
principal, con la categoría de Gerente en dicho establecimiento.
Casi todos al nombrarlo, y para mejor identificación decían: Argeo, el
de El Mundo.
Al conocer su procedencia
como un emigrante de Canarias y dada la amistad que nos
unió- como un homenaje a su memoria, esgrimiendo “mis pobres dotes de
decimista, le escribí las siguientes Espinelas:
A un emigrante
amigo.
Viniste de San
Andrés
a donde volver
soñaste
cosa que no lo
lograste
por nostálgico
revés.
Pensaste que alguna
vez
a tu tierra
volverías.
Añoraste que
podrías
volver a donde
naciste,
¡no sé por qué no
lo hiciste,
buen amigo, Argeo
Díaz!
Siendo un niño
todavía
hacia esta tierra
emigraste
y a Baracoa llegaste
“en horas buenas”,
un día.
Con la familia
García
te enlazaste sin
reparo.
Y tu gran amor,
Amparo,
te colmó de
regocijos,
al darte los cuatro
hijos
que fueron tu luz y
faro.
Recuerdo en estas
poesías
cuando yo te
conocí.
Junto a mi padre te
vi
en” tú Mundo”,
Argeo Díaz.
Fueron ratos de
alegrías
en medio de mi
niñez.
Y al llegar a la
adultez
tú fuiste aquel
emigrante
que llevaba en el
semblante
a su natal San
Andrés.
En un amanecer de enero
llegó la Revolución y con ella la intervención de los negocios
particulares, entre ellos el establecimiento de tejidos El Mundo,
que pasó a manos del Estado. Argeo, hombre serio y de gran prestigio,
pasó a laborar en otra actividad, pero siempre en la rama del
comercio, hasta que le llegó el momento de la jubilación.
La vida laboral de
aquel canario que un día llegó a Baracoa fue encomiable…Y digo
canario, cosa que supe muchos años después, pues desconocía que él y
su hermano mayor, Paquito, el médico farmacéutico de la localidad
rural de Sabanilla, junto a sus padres y otros familiares, habían
llegado como emigrantes de la localidad de San Andrés y Sauces,
municipio de la Isla de La Palma, en Canarias.
Ya jubilado, pocos
meses antes de morir, el 7 de marzo de 1996, un mes y un día, en una
inolvidable actividad en el Museo Matachín de esta Primera Villa, se
constituye en Baracoa el Comité Gestor de los emigrantes canarios
y sus descendientes. Allí por voluntad expresa de todos los presentes
se nombra a Argeo Díaz Hernández, como Delegado de dicha agrupación
social.
Aquel niño, nacido en San Andrés y Sauces, Isla de la Palma, el 6 de febrero de 1919, dejó de existir al conjuro de la tristeza de sus familiares y amigos el 26 de julio de 1996, a la edad de 77 años. Con
su desaparición física, se apagó la luz del último canario emigrante en Baracoa, ciudad que amó, casi, como a su añorada y natal tierra.
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