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lunes, 30 de septiembre de 2019

QUISTE EXTENDIDO


Salvador García Llanos

Tenerife vivió, en horas de la tarde de ayer, como consecuencia de un cero energético, una de esas situaciones plagada de confusión informativa. No había luz eléctrica, los que disponían de ordenador portátil pudieron acceder a las primeras informaciones que circulaban, tardaban los responsables de las compañías productoras en ofrecer noticias para desespero de agencias y medios, echaban humo los dispositivos móviles, la mensajería, no tardaron en aflorar las contradicciones algunas de las cuales estaban basadas en las deducciones subjetivas, servicios públicos de transporte paralizados, ascensores bloqueados, actos públicos interrumpidos, hubo que recurrir a la radio (por enésima vez) pero, entre domingo y fútbol (más la interrupción del propio suministro, claro), la cosa estaba... eso, confusa, de color hormiga, desaparecieron del dial. Era, como se ha sabido, una avería de envergadura. Lo ocurrido pone a prueba las carencias, la falta de preparación por parte de la población para afrontar este tipo de coyunturas: planes de emergencia, organización de protección civil, sistemas auxiliares de comunicación, comportamientos colectivos plagados de impericia...

Aunque no es de esto sobre lo que queremos escribir cuando empiezan a llegar las primeras informaciones de la reposición, por zonas o sectores, del fluido eléctrico -aunque no es un asunto para desentenderse, todo lo contrario-, sino de cómo se acentúa el problema con el que convivimos en nuestros días. Es decir: de por sí, a la sociedad, en su conjunto, se la reprocha su desinformación, su desinterés por acceder a medios o fuentes fiables, su excesiva propensión a conocer o seguir bodrios y subproductos plagados de morbo, insultos, falacias, disparates opinativos y hasta miserias humanas. Lo peor es que cuando alguien te dice que escucha o ve tal programa porque se expresan muchas verdades, espetamos con relativa frecuencia: “Diga usted una”. Y no hay respuesta, claro.

Lo ha dicho recientemente el presidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), Nemesio Rodríguez: “Una sociedad desinformada es una sociedad sumisa. La desinformación trabaja para debilitar la democracia al engañar al ciudadano para que tome decisiones erróneas que solo favorecen al manipulador y al mentiroso”.

La reflexión es ilustrativa para entender la necesidad de acabar con fenómenos enquistados en el tráfico informativo de la sociedad en la que convivimos, como los bulos, las paparruchas o las noticias falsas. La abundancia no solo cuestiona valores periodísticos y oculta la verdad, está claro, “sino que ataca directamente al corazón de nuestro sistema democrático”, precisó Rodríguez.

Aunque el presidente de la FAPE ha encontrado un lado positivo al conflicto, por paradójico que resulte: en su opinión, la desinformación ha contribuido -por desgracia, no en todos lados- a que periodistas y medios afronten la senda de la verificación, esto es, comprobar los hechos, consultar fuentes distintas e intensificar la búsqueda de la certeza, asegurarse. Rodríguez ha precisado que la desinformación brinda a los medios de información la oportunidad de presentarse como alternativa creíble a las falsedades que circulan, sobre todo, en las redes. Claro que para ello es indispensable “ejercer un periodismo que difunda información veraz, verificada, contrastada con fuentes fiables y sujeta a las normas deontológicas de nuestra profesión”, señaló Nemesio Rodríguez.

Hay que aplicarse, desde luego. El quiste está muy extendido.

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