Salvador García
Llanos
Tenerife vivió, en
horas de la tarde de ayer, como consecuencia de un cero energético, una de esas
situaciones plagada de confusión informativa. No había luz eléctrica, los que
disponían de ordenador portátil pudieron acceder a las primeras informaciones que
circulaban, tardaban los responsables de las compañías productoras en ofrecer
noticias para desespero de agencias y medios, echaban humo los dispositivos
móviles, la mensajería, no tardaron en aflorar las contradicciones algunas de
las cuales estaban basadas en las deducciones subjetivas, servicios públicos de
transporte paralizados, ascensores bloqueados, actos públicos interrumpidos,
hubo que recurrir a la radio (por enésima vez) pero, entre domingo y fútbol
(más la interrupción del propio suministro, claro), la cosa estaba... eso,
confusa, de color hormiga, desaparecieron del dial. Era, como se ha sabido, una
avería de envergadura. Lo ocurrido pone a prueba las carencias, la falta de
preparación por parte de la población para afrontar este tipo de coyunturas:
planes de emergencia, organización de protección civil, sistemas auxiliares de
comunicación, comportamientos colectivos plagados de impericia...
Aunque no es de
esto sobre lo que queremos escribir cuando empiezan a llegar las primeras
informaciones de la reposición, por zonas o sectores, del fluido eléctrico
-aunque no es un asunto para desentenderse, todo lo contrario-, sino de cómo se
acentúa el problema con el que convivimos en nuestros días. Es decir: de por
sí, a la sociedad, en su conjunto, se la reprocha su desinformación, su
desinterés por acceder a medios o fuentes fiables, su excesiva propensión a
conocer o seguir bodrios y subproductos plagados de morbo, insultos, falacias,
disparates opinativos y hasta miserias humanas. Lo peor es que cuando alguien
te dice que escucha o ve tal programa porque se expresan muchas verdades,
espetamos con relativa frecuencia: “Diga usted una”. Y no hay respuesta, claro.
Lo ha dicho
recientemente el presidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de
España (FAPE), Nemesio Rodríguez: “Una sociedad desinformada es una sociedad
sumisa. La desinformación trabaja para debilitar la democracia al engañar al
ciudadano para que tome decisiones erróneas que solo favorecen al manipulador y
al mentiroso”.
La reflexión es
ilustrativa para entender la necesidad de acabar con fenómenos enquistados en
el tráfico informativo de la sociedad en la que convivimos, como los bulos, las
paparruchas o las noticias falsas. La abundancia no solo cuestiona valores
periodísticos y oculta la verdad, está claro, “sino que ataca directamente al
corazón de nuestro sistema democrático”, precisó Rodríguez.
Aunque el
presidente de la FAPE ha encontrado un lado positivo al conflicto, por
paradójico que resulte: en su opinión, la desinformación ha contribuido -por
desgracia, no en todos lados- a que periodistas y medios afronten la senda de la
verificación, esto es, comprobar los hechos, consultar fuentes distintas e
intensificar la búsqueda de la certeza, asegurarse. Rodríguez ha precisado que
la desinformación brinda a los medios de información la oportunidad de
presentarse como alternativa creíble a las falsedades que circulan, sobre todo,
en las redes. Claro que para ello es indispensable “ejercer un periodismo que
difunda información veraz, verificada, contrastada con fuentes fiables y sujeta
a las normas deontológicas de nuestra profesión”, señaló Nemesio Rodríguez.
Hay que aplicarse,
desde luego. El quiste está muy extendido.
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