Salvador
García Llanos
Presidente
de la Asociación de la Prensa de Tenerife
Presentación
del libro LA VILLA ARRIBA, de Nicolás González Lemus
Puerto de la Cruz
Septiembre 19/2019
“Uno de mi calle me ha
dicho que tiene un amigo que dice conocer a un tipo que un día fue feliz”.
Fíjense con qué poco, con qué
escasos elementos, el cantautor catalán Joan Manuel Serrat construye las
esencias de su cotidianeidad. La calle, la amistad, la transmisión oral de la
información... Y hasta la felicidad.
Seguro que Nicolás González Lemus
conoce ese original poema de Serrat, alusivo a una época de su vida y al
espacio vital donde se desnvolvió escuchando historias singulares y domésticas
que terminó poetizando. Porque Nicolás también creció y convivió en un barrio
que ahora robustece con el libro que esta tarde presentamos: La Villa Arriba
en el desarrollo de La Orotava, editado por el colectivo cultural La
Escalera.
“Porque la poesía es el barrio, o
sea, el mundo”, tal como interpretara Antonio Hernández, Premio Nacional de
Poesía 2014 y ganador de otros galardones literarios, y allí, en el barrio más
antiguo de la Villa, también llamado El Farrobo, Nicolás entendió que la vida
es lucha, superación, forja de ideales y aportación constructiva a la
colectividad.
Aquel era el núcleo, acaso la razón
de ser de cuanto irradiaba, el centro de la geografía, con aroma a pasteles
caseros, juegos callejeros, austeridad en las formas y costumbrismo con
predominio de la religiosidad, hasta que fueron rompiendo moldes y
paulatinamente se fueron registrando avances que transformaron aquel núcleo,
principalmente a raíz de la constitución de la asociación de vecinos 24 de junio
de San Juan Bautista, un hito histórico, según escribe el autor que rinde
tributo al barrio, a su barrio y a su gente, al vecindario, y dentro de este, a
las mujeres que encontraron en la asociación y en sus actividades un canal de
socialización, “aunque seguían las mayores teniendo todavía reparos para entrar
solas a las bodegas”.
Costumbres rígidas, casi leyes no
escritas, que tenían un largo recorrido hasta que otros usos sociales ponían un
punto final para dejarlas en esa fase de la historia que alguien se encargará
de memorizar.
“Creo que no hay mejor forma de
contar algo que haberlo vivido”, dice el autor de forma que invita a los
lectores a cruzar la calle Pescote y a añorar otras localizaciones, episodios,
tradiciones y personajes. Es natural que Nicolás diga que ésta es una crónica
muy personal, en la que exalta el carácter familiar de la vida callejera y en
la que resalta la “fraternidad vecinal”, independientemente del sustrato
ideológico, cultural, religioso o social de los residentes. “Los vecinos
-escribe- estaban llenos de alegría y
vivían muy estrechos entre ellos. Existía una cultura de solidaridad, de
auténtica vecindad. Los vecinos se ayudaban unos a otros. Las mamás
proporcionaban víveres o especias a los convecina de enfrente, o a la casa
colindante, para salvarla de apuros. Era una seña de identidad del núcleo
poblacional”.
¿Era o no era poesía? ¡Cómo no iba a
ser feliz Nicolás en ese hábitat! Una bodega, una panadería, una zapatería, las
ventas de ambiente tan sugerente, la carpintería, los chorrros de agua para el
suministro público, el camión transformado en la guagua del barrio y hasta “el
canal de mampostería que conducía el agua al molino”. Por todos esos sitios
pululaban personajes populares, comúnmente identificados por sus motes o
apodos. Por allí, por el campo de La Garrota, por el barranco, por La Torrita,
anduvo González Lemus, testigo -más o
menos activo- de la “guerra” entre la Villa Arriba y la Villa Abajo, a la sazón
consumidor frecuente de un insólito bocadillo, el que preparaba su madre cuando
abría el pan por la mitad “y se lo llevaba al cabrero para que ordeñara al
ignorante animal directamente sobre él”. Un bocadillo delicioso -precisa- y una
tradición que se mantuvo hasta principios de los años setenta del siglo XX.
No es para dar la razón a quienes
afirman que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero con qué poco se conformaban
los niños y adolescentes de aquella época. Hoy en día ni todos los avances
tecnológicos ni la fácil accesibilidad a los bienes de consumo satisfacen como
entonces.
Nicolás, con este libro, salda la
deuda con el barrio. Es una manera de decir. Es probable que más de un amigo o
vecino compañero le pidieran, en cualquier ocasión, que lo escribiera. Cuando
la manivela de la memoria echó a andar, todo fue cuestión de rescatar, de
contrastar, de verificar y de comprobar que allí había algo más que fundamentos
para una aportación bibliográfica, con la que se mitiga un vacío.
Los historiadores tienen que
disfrutar cuando se adentran en el terreno del pretérito y del entorno más
cercano, es decir, allí donde jugaron, aprendieron, convivieron, sufrieron y
crecieron, cubriendo las etapas de la vida para quedarse allí o para encontrar
otros destinos en donde hay licencia para la remembranza. Y para volver de vez
en cuando y prolongar la añoranza.
Estas páginas de González Lemus
reflejan la personalidad de la Villa Arriba, a la que no es ajeno pues vivió
una etapa tan activa y dinámica como la que siguió a la constitución de la
Asociación de Vecinos 24 de junio de San Juan Bautista. Ahí participa de un
permanente comportamiento histórico y reivindicativo, de un proceso social y
cultural que, en El Farrobo, registra la aparición del recordado Club Tauro y
del periódico El Aguijón. Así se enriquecía el destacable pasado histórico de
este núcleo poblacional.
“Efectivamente, entre los años
sesenta y setenta en muchos jóvenes del barrio se despertó el interés por
abrazar una forma diferente de vida, tanto en los cultural como en lo social”,
escribe el autor de La Villa Arriba. Lo hace con cierta ternura,
describiendo la percepción y las aspiraciones, tan llenas de vitalidad. Fíjense
con qué naturalidad:
“En los sesenta nos dimos cuenta que
el mundo, por primera vez y precisamente en esos años, los jóvenes asumimos una
identidad que no habían conocido nunca hasta ese momento. La nueva generación
estudia (nuestros padres quieren garanrizarnos una posición social mejor, por
lo que hacen un esfuerzo para que estudiáramos, se hacen reuniones, se lee, se discute,
se crean compromisos sociales y políticos -prohibido por el régimen de Franco-
, se escuchan las novedades musicales que llegan, slobre todo del mundo
anglosajón, se empieza a disponer de algo de dinero, se compran discos. Los
Beatles y los Rolling Stones invaden nuestros gustos musicales. El momento lo
poría definir como una nueva alegría de vivir, deseábamos vivir de un modo
positivo y diferente en un mundo sin guerras ni desigualdades. La nueva
generación que compartía la ideología pacifista. Nuestra generación quería
participar de un modo activo, construirse a sí misma, determinar su propio
futuro y elegir sus propios modelos, sin cambiar los de los adultos, la de
nuestros padres, pero rechazando la concepción de la vida”.
“Those were the days” (“Qué tiempo
tan feliz”), como nos cantara Mary Hopkin en una balada tan cargada de emotiva
añoranza.
Nicolás González Lemus escribe un
libro ameno, generacional, el libro pendiente para conocer las entrañas de
algunos acontecimientos que ya tienen un soporte documental que los habitantes
de la zona y los estudiantes manejarán con el mismo afán que caracterizó a
quienes, de siempre, hicieron de la Villa Arriba, un motivación constante o
permanente. Está escrito con el rigor exigible al historiador, quien ya sabe lo
que es manejar fuentes de primera mano, las vivencias propias, la memoria,
algunos escritos conservados durante décadas..., hasta acabar con la
descripción de la nueva Villa Arriba, la que ya ha experimentado algunas
determinaciones de planificación urbanística, hasta convertirse en una zona
residencial más de La Orotava, en un barrio más de los muchos del municipio,
donde la individualización -y no es un mal exclusivo- invade la convivencia,
precisamente cuando la Humanidad está en soledad, inmersa el huracán de las
comunicaciones.
Pero ese barrio tiene su historia,
su poesía, su felicidad individual y colectiva, sus rasgos, sus amigos, sus
personajes y González Lemus lo ha plasmado en su obra con atractivos
suficientes como para que elijamos un poema del escritor uruguayo Mario
Benedetti en el que habla de volver al barrio -Nicolás lo ha hecho- y que es
válido para rubricar esta aportación. Dice así:
“Volver al barrio siempre es una
huida
casi como enfrentarse
a dos espejos
uno que te ve de cerca/
otro de lejos
en la torpe memoria
repetida
la infancia/ la que
fue/ sigue perdida
no eran así los
patios/ son reflejos;
esos niños que juegan
ya son viejos
y van con más cautela
por la vida.
El barrio tiene encanto y lluvia
mansa
rieles para un tranvía
que descansa
y no irrumpe en la
noche ni madruga;
si uno busca trocitos
de pasado
tal vez se halle a sí
mismo ensimismado/
volver al barrio
siempre es una fuga”.
Por eso fueron felices Nicolás y los
jóvenes de la Villa Arriba. Además, ya tienen su libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario