Salvador Gracias
Llanos
No siempre fue tan
fácil como ahora transmitir la información de la que se disponía, el material
que aguardaban en la Redacción para componer las páginas del día siguiente.
Ahora que nos desenvolvemos en la digitalización, con casi todo a un clic,
buenos será evocar aquellas fechas y aquellos sistemas o métodos de transmisión
que forman parte de la historia de tantos profesionales.
El primero es el
teléfono. Y su propia evolución. Cuando se hacía a través de centralita, las
clavijas, aún sin automatizar. Había que pedir conferencia a cobro revertido,
esto es, que pagaba la empresa el medio al que se llamaba. Lo recordamos junto
al maestro Juan Cruz Ruiz, los domingos por la tarde, para dar los resultados a
La Voz del Valle y crónicas a Aire Libre y también a La Tarde y Hoja del Lunes.
No solo era importante establecer conexión, sino que al otro lado del hilo
telefónico -frase socorrida convertida casi en mito de la comunicación- hubiera
un redactor, alguien, dispuesto a recoger la información. Vimos al propio Juan
Cruz transmitir mientras era el director Julio Fernández quien mecanografiaba.
Años después, ya en los setenta, Luis Ortega Abraham desde La Palma nos dictaba
cómo erupcionaba el Teneguía y nosotros mismos transcribíamos la información en
la sede de La Tarde en Suárez Guerra. Y en los ochenta, un Las Palmas-Tenerife
que se disputó muy tarde en el viejo Estadio Insular obligó a demorar la
aparición de Diario de Avisos, a la espera de que llegaran las fotos y nos
recogieran la crónica telefónica y de vestuarios que enviamos desde el aeropuerto
de Gando.
Alguien que fuera a
Santa Cruz, a trabajar o cumplir alguna diligencia, era también portador de la
información, incluidas las fotos, en un sobre a nombre del jefe de sección o
del propio director. Con el paso del tiempo, la utilización de la guagua se
convirtió en habitual para estos menesteres. Casi siempre le era facilitada una
propina al conductor. Desde el medio en encargaban de enviar a alguien a la
estación para que recogiera el sobre y lo trasladara. Este método se mantuvo
hasta entrados los años noventa bien es verdad que casi ceñido al envío de
fotos, cartelería o invitaciones.
Allá por los años
setenta del pasado siglo apareció el télex. En la sede de Telégrafos en el
Puerto de la Cruz había una unidad, un aparto mastodóntico, instalado en una
pequeña y calurosa dependencia. Hubo días en que los redactores y
corresponsales hacíamos cola para poder transmitir. Había que escribir primero,
picar una cinta y luego colocarla en la ranura correspondiente para enviarla al
medio. Es verdad que el télex alivió mucho la metodología de trabajo pues
permitió, por ejemplo, transmitir la información de plenos, festivales o
sucesos. Al crecer la demanda, hubo que ingeniárselas o gestionar con hoteles y
agencias de viajes para que permitieran su uso, especialmente cuando, a eso de
las diez de la noche, cerraba Telégrafos. Los medios facilitaron a sus
redactores y corresponsales una tarjeta del Ministerio del Interior
personalizada para facilitar la gratuidad de la función que luego facturaban
desde el departamento correspondiente.
Hasta que apareció
el telefax y ya casi todo era coser y cantar. Enviaban desde la Redacción la
planilla o el modelo de página, con la distribución publicitaria, y el redactor
sabía cuánto tenía que escribir y cómo insertar la información. El fax sucedió
al teleproceso, empleado, sobre todo, en Televisión Española para los
contenidos del TeleCanarias y de los espacios deportivos.
Las nuevas
tecnologías, la digitalización, revolucionaron todo eso, dejando la puerta
abierta para cualquier innovación que facilite aún más la tarea de transmitir.
Hoy se impone la inmediatez y la manera en que ésta se ejecuta hace que
evoquemos aquellos métodos que, con adelantos y todo, son expresión clara del
romanticismo profesional.
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