Salvador García
Llanos
El Juan Cruz Ruiz
más intimista es el que explica ante el público que llenó el Castillo San
Felipe (Puerto de la Cruz), para asistir a la presentación de En la huerta de
Pulsera (Diego Pun Ediciones), una nueva entrega de esta firma editorial que
dirigen y coordinan Ernesto Rodríguez Abad y Cayetano Cordovés Dorta.
El último libro del
infatigable autor portuense fue escrito mientras acompañaba a su hermana
Candelaria, en su casa y en el hospital, “cuando ella aún soñaba con volver a
la huerta de su vida”. En el dolor de las horas difíciles y amargas,
escribiendo temprano, a primera hora, antes de que envuelva el trajín del día,
Juan hizo otro ejercicio de generosidad. No es que se lo debiera a Candelaria;
es que la bondad de ésta, su leal y fraternal compañía, merecían la ternura de
unas páginas salidas de la fecunda memoria del escritor, de su alma sensible y
aperturista.
“Un homenaje a la
vida que ella quiso tanto y que tan pronto le fue arrebatada”, dijo Cruz
después de las interpretaciones musicales de Alexis Rodríguez y Patricia Grace
y de la lectura de fragmentos, cuidadosamente seleccionados para entender el
sentido de la obra, a cargo de Valeria Mall, Elena García y Fabiola García,
vinculados al barrio y al colegio que lleva su nombre, leyeran unos fragmentos
que envolvieron una atmósfera emotiva en la que el recuerdo de Candelaria se
hizo patente para dar sentido a Pulsera, el nombre que recibió de Tamara, la
niña sueca convertida en gran pintora, cuando compartían andanzas y juegos de
infancia.
La huerta de
Pulsera forma parte, por tanto, del fértil territorio de la memoria de Juan
Cruz Ruiz, por donde tanto le gusta adentrarse y en donde se ha inspirado para
bordar su escritura. El niño que ha contado los sueños de su hermana y de la
familia y de la huerta sigue cautivando, ahora con una edición de cuentos a la
que incorpora las ilustraciones de Tamara de Laval y de su nieto Oliver Arenas
Cruz, haciendo honor al deseo de la madre que quería “que nosotros fuéramos
tranquilos y felices, que no tuviéramos otras historias en la cabeza que
cuentos de niños humildes y heroicos. Su mente reclamaba y retenía cosas
sencillas y hermosas, lo cual explica una literatura tan sugerente a la que
Rodríguez Abad dedicó los naturales elogios que justificarían su inclusión en
ese proyecto que tiene para Los Silos, su localidad natal, “El callejón de los
literatos”.
Si el libro, como
dice su autor, es la prueba de que la vida se hace contando cuentos, el acto,
de una lograda sencilla amenidad, sirvió para “seguir escuchando el silencio de
los que nos dejan”. Palabra de Juan Cruz Ruiz.
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