Salvador García
Llanos
En su publicación
titulada Estado de Derecho y Democracia, el profesor Elías Díaz señala que los
derechos humanos constituyen la razón de ser del Estado de Derecho, al cual
define como “la institucionalización jurídica de la democracia”. Es
indispensable entonces la existencia de “instituciones que articulen
coherentemente y hagan posible (las) ineludibles exigencias éticas básicas y
fundamentales”. Esas instituciones, según el profesor Díaz, partiendo de que
están revitalizadas continuamente por su homogenización crítica con la sociedad
civil, son, las que, a su juicio, “se configuran en el modelo jurídico-político
que seguimos denominando Estado de Derecho”.
El requisito
esencial de todo Estado de Derecho consiste en el sometimiento de la ciudadanía
y, sobre todo, de los poderes públicos al derecho. Todo se promueve y todo se
resuelve conforme al ordenamiento jurídico. Esas son las reglas del juego y hay
que respetarlas. Se trata, entonces, de que el Estado Derecho funcione con tal
de garantizar la convivencia y el principio de seguridad jurídica.
A lo largo de las
últimas fechas hemos asistido a algunos acontecimientos que ponen a prueba ese
funcionamiento y la solidez de las estructuras institucionales que lo
sustentan. Son ejemplos de la importancia que entrañan para la propia
democracia pues su repercusión en la convivencia aludida es evidente.
Veamos. En Estados
Unidos, la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, dio a conocer la activación
del procedimiento constitucional de un juicio político (conocido como
'impeachment') contra el presidente de la nación por una mala conducta. Habrá
que demostrar, claro, que el inefable Donald Trump (ahora mismo contra las
cuerdas) presionó o coaccionó al al Gobierno de Ucrania para que investigase al
hijo del ex vicepresidente Joe Biden, precandidato demócrata a la presidencia
estadounidense.
En el Reino Unido,
el Tribunal Supremo declaró, por unanimidad, ilegal y nula la suspensión del
Parlamento durante cinco semanas, impulsada por el primer ministro, Boris
Johnson, para evitar que la Cámara de los Comunes bloquease sus planes para el
brexit. Se trataba de un hecho insólito en la historia del parlamentarismo
británico y tuvo que ser resuelto por el Supremo.
España, más
recientemente. Por un lado, el Tribunal Supremo, también por unanimidad, ha
dado luz verde, esto es, desestimando los recursos presentados por la familia,
a la exhumación de los restos de Francisco Franco, depositados desde 1965 en el
Valle de los Caídos. Lo había acordado el Congreso de los Diputados, el Gobierno
presidido por Pedro Sánchez ordenó el traslado al cementerio de El Pardo, donde
fue enterrada su viuda. Es probable que la decisión sea recurrida y que hasta
despierte alguna controversia política. Pero la determinación unánime del
Supremo tiene mucho peso y se barrunta improbable la marcha atrás.
Y por otro, la
Guardia Civil, en coordinación con los Mossos d 'Esquadra, por orden judicial,
detuvo a miembros de los Comités de Defensa de la República (CDR) de Catalunya
a los que se investiga para acreditar su vinculación por presuntos delitos de
terrorismo. Queda pendiente la decisión de los tribunales correspondientes.
Es decir, el poder
judicial acredita el funcionamiento del Estado de Derecho, por muy delicadas
que sean las situaciones a las que debe enfrentarse. Eso tranquiliza, claro que
sí. En tiempos de nacional populismo y de gobernantes caprichosos, gratifica
comprobar que los mecanismos de defensa de la Constitución responden cuando son
activados. Y que se protegen tanto las libertades como los derechos de
participación política. Una garantía, vaya. Para eso, el Estado somete a todos,
a ciudadanos y poderes públicos, al ámbito del Derecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario