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sábado, 7 de septiembre de 2019

UNA HISTORIA REAL SUCEDIDA EN LA REPÚBLICA ARGENTINA


Lucio Albirosa

Antonia Parda, calcinada por la injusticia.

Dicen las hipótesis que nació en Salavina, como la chacarera, pero no se supo jamás tal origen. Fue nieta del látigo esclavizador y la cadena rompiendo cuerpos y humanidades, pero su nombre perdura en la brisa de las páginas oscuras y silenciadas de la Argentina escupiendo asco al color de piel -esto si es verdad-.

En el grito antigüo del granero del mundo buscando libertad, Antonia fue la pólvora en cada lucha de San Martín, del Chacho Peñaloza y otros tantos, fue la niña de Ayohuma, el telar con siglos de dolor, la sombra limpiando mansiones, el cuerpo ignorado lustrando conventos de herejía, higienizando críos cagados de los grandes feudales y la suciedad mayor de los ricos. Fue la figura resistida de mirada por los frailes dominicos, quizás los mismos que señalaron su sentencia después.


El arte curativo de yanacuna le enseñó a sanar con yuyos todas las enfermedades, la rabia de los hombres la curaba con té de Ayahuasca mientras la ciencia del hombre blanco, por entonces, otorgaba pestes recetadas para morir dignamente. Dicen que exorcisó también los malos espíritus de la creencia cristiana a cambio de nada o, talvez, a cambio de la caridad déspota de los adinerados.

"Murió un cura por sífilis en el pueblo", dijeron algunos, y esa clase de revelaciones le hacen mal a la buena sociedad creyente. Había entonces a quién culpar, pero por supuesta "brujería". Un batallón de soldados quiso obligar a Antonia a confesar la muerte del religioso a través de hechizos, amedrentándola con lanzas y fusiles, pero Antonia jamás había aprendido a mentir. Ese fue su pecado.

Entonces, con penurias y desazón, los bombos del folklore argentino, el tangoó de Buenos Aires, las murgas del lamento y el batuque pum pum pam de la muerte, acompañaron a Antonia hasta la hoguera, junto a veinte mujeres, incluida su madre y una de sus hermanas; según aseveran las actas judiciales de Santiago del Estero, escritas por tinta negra y pluma de ultraje, en mayo de 1725.


Una tarde cualquiera, hace pocos años, Norma Sayago, entró a un túnel de tiempo del Centro Cultural del Bicentenario ubicado frente a la Plaza Libertad de Santiago del Estero y escuchó una voz del más allá que decía:

- "Infinitamente sola, con este extraño destino, porque soy mujer y porque el hombre tiene propiedad sobre mí, y presiento que ellos, los hombres, seguirán matándonos aún en los siglos venideros, porque como yo, como mis hermanas, formamos ese rebaño, sacado del costado más flaco del hombre de barro".*

Hoy, a catorce días del mes de junio de 2017, emerge una fuente gigantesca en el centro del gran salón donde los visitantes toman fotografías para el recuerdo ignorando cualquier tipo de crueldad con ceguera impuesta. No puede verse allí en realidad, otra cosa más que lágrimas escribiendo sobre el espejo de las verdades lo siguiente: "Antonia Parda, esclava, quemada viva, sin derecho a defensa en el más absurdo de todos los juicios impuestos por el hombre".

En: "La venganza del olvido”, Ediciones Huentota, Mendoza, 2019.

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