Iván
López Casanova
Escribía
Unamuno con su decir paradójico que «lo que hay que inocular a los hombres es
la fe en otra vida personal. Es tanto lo que amo la vida, que el perderla me
parece el peor de los males. Los que gozan al día, sin cuidarse de si han de
perderla o no del todo, es que no la quieren (…). En el fondo, los sensuales
son más tristes que los místicos. Yo vivo contento con mis místicas».
¿Por
qué ha desparecido de la reflexión filosófica algo tan característico del
pensamiento occidental como el tema de la inmortalidad del alma, la cuestión de
la esperanza, se pregunta el filósofo contemporáneo Javier Gomá? Y responde
explicando que se ha asumido «el axioma positivista que concede a la
experiencia del mundo el monopolio de la realidad». Pero esto no deja de ser una creencia y, en
cuanto tal, de naturaleza no muy distinta de la esperanza misma.
Así,
sin remilgos, Gomá ofrece, después de sus tres primeros libros dedicados a
analizar la experiencia mundana y finita, una especulación de tipo transmundano
en la clave que fecunda toda su filosofía: la ejemplaridad. Y esto le lleva, en
una meditación libre de prejuicios, a la figura aureolada de una
superejemplaridad sin par, Jesús de Nazaret. En su libro Necesario pero
imposible, el filósofo español aprecia «cuatro hechos muy singulares, tres de
ellos científicamente probados y el cuarto solo una hipótesis que, de aceptarse
–lo cual no es exigible pero tampoco descartable− daría plena credibilidad a la
entera cadena de acontecimientos».
En
primer lugar, destaca el hecho de la «temprana divinización de su persona por
parte de sus discípulos y seguidores». Naturalmente, este es un suceso muy poco
lógico, pues todos los judíos profesaban un profundo horror a la idolatría de
cualquier persona como consecuencia de su fuerte educación monoteísta. Un
segundo acontecimiento insólito lo constituye «el extraño éxito social que
enseguida se le rindió por todo el mundo occidental», sobre todo, porque el
judaísmo era una pequeña población, una mínima subcultura «ridiculizada por la
mejor literatura romana»; y, como se
sabe, acabará siendo la religión oficial del Imperio. Un tercer hecho
sorprendente lo conforma «la ejemplaridad extraordinaria» del Nazareno, pues
«nadie le niega este mérito, ni siquiera quienes, en las últimas centurias, han
dedicado una crítica devastadora al cristianismo».
Para
Gomá, las características de «desmesurada ejemplaridad, desmesurada exaltación
y desmesurado éxito histórico» hacen poco creíble, como trata de presentar el
positivismo, que todo sea «resultado exclusivamente de una coincidencia curiosa
debida al azar». Y hace muy plausible la resurrección como eslabón explicativo
del resto de los hechos históricamente seguros. O sea, lo que teológicamente
–para la fe− resulta un dogma, para su razón se le ofrece como «una hipótesis
creíble».
Ahora
puede retomar su discurso sobre la esperanza, pues esta aumenta si se encuentra
un modelo de vida, una referencia ejemplar −que no será entonces el ideal
teórico de perfecta perduración humana en la finitud−: «Habría que corregir el
homo quadratus de Leonardo, inscrito al mismo tiempo en el cuadrado simétrico y
en el círculo idéntico a sí mismo, para dibujarlo con llagas en el costado y en
las manos». Este modelo, donde amor y dolor se entrelazan en la experiencia
real, sí va bien a lo real. («En el cielo del concepto, ningún dolor duele»,
dirá Gomá).
Termino
con otra consideración de Javier Gomá: «Ante la experiencia abrumadora del
sinsentido y el absurdo de la vida, solo son bienvenidos el silencio y la
callada solidaridad de quienes pasan por lo mismo (…). La resurrección
introduce una perspectiva diferente (…) no ya en el plano de la experiencia
sino en el de la esperanza». Y, por eso, «convertir los instintos mundanos de
conservación en esperanza de supervivencia transmundana es empresa moral para
toda una vida». Así ofreceremos «la ejemplaridad de vida y la alegría de la
esperanza». Gran programa.
Iván
López Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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