Cristina
Tavío. Vicepresidenta Segunda del Parlamento de Canarias
El caso
del Aquarius, quizá por ser el más mediático, ha vuelto a poner de actualidad
un tema del que debemos ocuparnos y preocuparnos porque más allá de estas 629
personas, lo cierto es que durante estos últimos días los llegados en pateras y
cayucos a Canarias y Andalucía multiplican ya por cuatro a los rescatados del
barco que atracó en Valencia el pasado 17 de junio.
Para
nosotros no es un tema nuevo. Todos recordamos como hace unos años, nuestra
tierra día sí y día también era noticia por estos hechos. Sólo en 2006,
Canarias recibió por vía marítima algo más de 31.500 inmigrantes, una cifra que
nos colocó en el epicentro de una materia muy delicada, en la que hemos tenido
un protagonismo en ocasiones hasta trágico que todavía nos duele.
De
hecho, nuestra experiencia con los flujos migratorios fue tal que dentro de la
Comisión de Asuntos Europeos y Acción Exterior del Parlamento de Canarias, se
creó una Subcomisión de Estudios para la Inmigración – que tuve el honor de
presidir- con el fin de elaborar un documento que sirviera de base para que la
Unión Europea legislara y adoptara las medidas necesarias en torno a este
asunto.
Todos
los que formamos parte de este órgano entendíamos que nuestro Archipiélago
debía promover un profundo debate sobre inmigración para, por un lado,
contribuir a diseñar una política comunitaria que respondiera a los retos
transnacionales de este fenómeno y, por otro, que se tuviera en cuenta la
situación de los territorios que ofrecían - y que vuelven a ofrecer- una mayor
incidencia de los flujos migratorios.
Yo me
había propuesto darle 100 días de gracias al nuevo inquilino, no votado, de La
Moncloa. Pero creo que hay actitudes del presidente que son contradictorias y
que merecen no repetirse para lograr un mayor entendimiento.
Y me
explico. El señor Sánchez presume de llevar los temas al Congreso de los
Diputados antes de ser tratados en el Consejo Europeo. Desde aquí le digo que,
a lo mejor, el caso del Aquarius también lo tendría que haber llevado a
Bruselas antes de tomar una decisión unilateral, porque si queremos exigir a
Europa también debemos contar con Europa en las resoluciones que nos afectan a
todos.
Además,
no debería olvidar que tras el Tratado de Maastricht tenemos ciudadanía europea
y, por tanto, el fenómeno de la inmigración y la búsqueda de soluciones no
pueden ser exclusivos de un territorio o de un país, sino que requieren de una
acción multilateral y un impulso coordinado de todos los miembros de la Unión
Europea.
De ahí
que éste fuera uno de los temas centrales abordados en el Consejo Europeo
celebrado a finales del pasado mes. A nadie se le escapa que este asunto nunca
ha contado con el consenso necesario para llegar a una posición común pero si
hay una idea que parece unir a todos los líderes y que pasa porque las ayudas
sean destinadas a los países de origen.
Les
recuerdo, por ejemplo, que desde 2006 dos ediciones consecutivas del Plan de
Acción para África, concebido en el peor momento de la llamada “crisis de los
cayucos”, han priorizado los intereses de nuestro país en el acelerado
desarrollo de un continente que despierta lentamente al siglo.
Así, lo
que fue pensado como un programa humanitario y que tenía como fin prevenir la
inmigración a través del desarrollo se ha convertido en un instrumento de gran
valía para trabajar en cuestiones como el crecimiento económico más allá de las
ayudas o la ordenación de los flujos migratorios a través de la movilidad
ordenada y sostenible.
Y es
que temas como éste no pueden tratarse desde la frivolidad ni desde la demagogia.
Claro que es una cuestión humanitaria ayudar a nuestros semejantes, pero
también debemos ir más allá y pensar que siempre será más sostenible y
humanitario ayudar a esos países a generar oportunidades que a dividir familias
o a dejarse la vida en el mar por encontrarlas.
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