Isabel
Miranda De Robles
¿Por qué
pretender que otros callen lo que nosotros no pudimos? ¿Por qué pedir
discreción a los demás? ¿Por qué no mejor guardarla nosotros? Así nos
aseguraremos verdaderamente de que nuestras palabras no caminaran más adelante,
porque ellas, una vez pronunciadas, son palomas al viento, es agua que va
corriendo.
“Pero
no se lo vayas a decir a nadie.” Si tú sentiste el placer de contar algo ¿Por
qué quieres privar a otros de lo mismo? Harán el encargo con el que tú
empezaste el discurso y luego a contarlo. Es como un círculo y más tarde o más
temprano llegarán tus propias palabras a tus oídos otra vez, desvirtuadas,
quizá, diferentes a la versión original.
Se
pierden las más bellas amistades porque se traicionó una confidencia, porque
descubres que aquel en quien confiaste, abrió la boca y contó lo mucho, lo poco
y lo que se le ocurrió de ti; pero, en todo caso, ¿no nos traicionamos primero
nosotros mismos? ¿No deberíamos haber sido nosotros quienes guardáramos
celosamente nuestros secretos? Al fin y al cabo, dicen que el hombre vale por
ellos, preservemos nuestro valor, ¿no?
Hay
quienes viven esclavos de sus propias bocas, porque un momento de debilidad les
hizo hablar de más, ante la persona equivocada, y aunque quisieran sacarla
después de sus vidas ya no pueden porque quedan “unidas” por ese lazo. Si solo
se trata de errores, alza tu mirada y acéptalos, no es grato firmarlos; pero
libera mucho el hacerlo. Un: “yo fui, yo hice, yo dije”, te ahorrará muchos tragos amargos. Después de eso,
¿quién te podrá hacer daño con ellos? Nadie, ni tú misma, porque los has
enfrentado.
Serás
tema de conversación por un rato; pero dejarás de tener vigencia e importancia
muy pronto, resiste estoica la temporalidad del chisme y no rindas pleitesías a
nadie.
Confía
lo que consideres puede ser de dominio compartido, así como dicen que solo
prestes lo que tantees poder perder, incluida la amistad.
Amigo
con tu verdad, enemigo con tu secreto.
No lo
olvides, jamás.
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