Salvador
García Llanos
La
denuncia ha circulado con intensidad en las redes sociales. La inclusión de
fotografías ha servido como prueba identificativa del lugar y de los hechos.
Las reacciones han sido más bien tímidas, pero a ello ya estamos acostumbrados.
Quizá porque la actuación sea iniciativa o competencia del Cabildo Insular, lo
cierto es que hasta ayer tarde la intensidad del malestar subía gradualmente.
Los viandantes y curiosos contemplaban desde Colón, desde la Barranquera o
desde las inmediaciones del Lago, el impacto sobre el acantilado: una mancha de
restos de colada de cemento, o similar, se extendía y caía hacia el mar a la
altura del túnel de la carretera del este.
Ya es
mala suerte si, como dicen, se produjo una rotura en la bomba de hormigón el
pasado fin de semana, hasta filtrarse el contenido por la vía pública y por la
propia red de alcantarillado. Hay un informe de la policía local al respecto.
El Cabildo o la empresa constructora ya deberían haber ofrecido una versión
explicativa. El gobierno local está ocupado en otros menesteres, pero, hecha la
debida coordinación, también está llamado a interesarse por las consecuencias y
urgir algún tipo de medidas. A los grupos de oposición municipal, tan
benevolentes y condescendientes, les han servido en bandeja otra oportunidad
para fiscalizar de cerca y exigir el esclarecimiento de los hechos.
Porque
hablamos de daño medioambiental, no sabemos si reparable o no. Es el medio
natural el que ha sido castigado, por las razones que sea, en el curso de la
ejecución de un proyecto de acondicionamiento de una las principales vías de
acceso al municipio. No vale la indolencia: los portuenses ya la han mostrado
con el deterioro o la destrucción de su patrimonio colectivo. El acantilado de
Martiánez, al pie de la fuente del mismo nombre, otrora paraje de
extraordinarios valores naturalistas, se ha visto sensiblemente dañado. Alguien
tendrá que explicarlo. Y, sobre todo, si van a desaparecer las huellas de ese
daño.
El
malestar crecía a medida que pasaban las horas y las redes se poblaban de
nuevas fotos. Los testimonios de fastidio entremezclaban impotencia, disgusto y
resignación. Es un sentimiento cada vez más extendido y la corporación local
debe ser consciente de que la ciudadanía está cada vez más disconforme con la
pasividad y con el descanso de las responsabilidades en terceros.
En ese
sentido, ha sido -está siendo- un mandato infortunado. Poco valor, a estas
alturas, tienen las disculpas. Y esa actuación, de cuya necesidad nadie dudaba,
se ha visto manchada por un vertido -aunque sea involuntario- que ha dejado
huella y cuyo impacto y su alcance nocivo es aún desconocido.
A ver
si se explican. Y, sobre todo, a ver si son más cuidadosos.
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