Lorenzo
Soriano
Me
siento casi un hereje, tratando de hacer una glosa elegiática de tu inmensa
aportación al mundo de la Economía. Yo personalmente, me enfrenté con pavor a
tu libro de 1º de Economía en la Complutense de Madrid.
El
Samuelson.
Pavor
este que duró sólo unos minutos ya que desde el primer momento que lo empecé a
estudiar, me sentí identificado con tu sencilla manera de hablar de Economía,
“La Ciencia de Predecir el Pasado”. Tu perfecta explicación de la Teoría de la
Oferta y la demanda, tan amena y didáctica, salpicada de aquello de “cañones o
mantequilla”, nos hizo entender que no nos habíamos equivocado en la elección
que habíamos hecho en cuanto a que dedicar nuestro esfuerzo y nuestra
vida.
Tu
Genial teoría de la Propensión y la utilidad Marginal, explicada por un
profesor poco brillante pero simpático, de comer una manzana o comer 30, y que
la utilidad es decreciente ya que a partir de la 2ª o 3ª, no se consigue utilidad sino indigestión.
La Teoría del valor relativo, agua y diamantes y tu sencilla explicación que en
el desierto lo que no se puede beber tiene un valor relativo si no se encuentra
agua. Ya que a grandes rasgos lo que se valora y aprecia, es lo que escasea, si
es vital. Tu “larga” vida de la que disfrutamos todos, fue un ejemplo de
constancia y tenacidad, pero también tuviste la fortuna de que, al entrar en
Harvard, pudiste conocer y beber en las fuentes de Schumpeter, Leontief y hasta
Hansen. Que lujo. Salvo Alejandro Magno que contó con Aristóteles, eras el más
afortunado de los mortales al tener a tu lado a semejantes “monstruos” de la
economía y del pensamiento lógico. Tus merecidos premios, basados mayormente en
el de las tres preguntas básicas que tiene que responder todo sistema
económico:
-qué
bienes y servicios (y en qué cantidad) se van a producir.
-cómo se van a producir esos bienes
(utilizando los factores de producción: tierra, trabajo y capital)
-Y,
por último, para quien se van a producir.
Y
qué decir de la Teoría del Consumidor, tú que fuiste el pionero en la teoría de
la Preferencia revelada que es un método por el cual es posible discernir la
mejor opción posible y, por tanto, definir las funciones de utilidad del
consumidor observando el comportamiento.
1970, tu gran año, el de tu Nobel, el de tu mundial reconocimiento por
tu contribución a elevar el nivel
analítico de la economía a grandes rasgos, exponer tus principios Neoclásicos,
la famosa Síntesis neoclásica salpicada de principios keynesianos, generalizar
y aplicar métodos matemáticos desarrollados para el estudio de la termodinámica
a la economía, fueron definitivos.
Y tu obsesión por el Welfare State, la sociedad del bienestar y todo lo
que lo ayudara.
Tu
mensaje monetarista con el que coincido, me obliga a no dejarme la joya de tu
pensamiento desde mi modesto entender, y que clarifica tu obsesión por qué no
interviniera, o lo hiciera mínimamente, el Estado en la Economía y son estas
perlas:
El mercado produce la mejor asignación de
recursos. Ningún funcionario actuando discrecionalmente, puede obtener otro
resultado que no sea una distorsión o una ineficiencia o un retraso en el
desarrollo tecnológico.
Nada
afecta más a la eficiencia, que la inestabilidad en los precios, sea inflación
o deflación.
La
economía sería estable, de no ser por las intervenciones de los gobiernos.
Sólo
reglas monetarias permanentes y estables hacen a una economía estable.
Sólo
reglas monetarias permanentes y estables crean expectativas favorables.
Sólo
reglas monetarias permanentes y estables impiden a los políticos las
manipulaciones.
No
aceptaste quedarte de profesor en Harvard, aunque te lo propusieran con
vehemencia, porque sabías de sus prejuicios, fuiste el prototipo de “I did it …
my way”.
Good
farewell Paul, y cuando te encuentre a Milton no le afees su pensamiento, solo
posible con un gobierno fuerte capaz de poner en cintura a los agentes
sociales, políticos y corruptos, que él no sólo teorizaba, también actuaba.
Humildemente,
tu alumno.
Reflexiones
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