Lorenzo
de Ara
Al
igual que le sucedía a mi padre, lo de dormir se ha convertido en un imposible.
El viejo pescador se levantaba a pescar viejas. Cuando llegaba a casa, después
de comer y con el trozo de pan en la cama para terminar de llenar el estómago,
cerraba los ojos como un niño chico que, un segundo después, ya estaba en manos
de un dios derrotado.
Julio
es el mes de los pescadores en el Puerto de la Cruz.
El
muelle ya no tiene barcos para hombres de la mar. No hay hombres de la mar en
el Puerto de la Cruz. Hay hombres que saben pescar, naturalmente. Pero el
verdadero pescador, el portuense que se moría si un día no veía el muelle y las
olas; si un día no tocaba la madera del barco y hacía algún arreglo (pandorga,
sobre todo), ese muelle habita en la cabeza de personas que añoramos la estampa
más genuina y verdadera de un pueblo que otrora se rendía ante la verdad de
pescadores que eran hombres de los pies a la cabeza. Hechos de sal.
La
prolongación de la mar, a veces peligrosa, a veces amante, pero siempre Verdad.
Julio
es un mes grande para mi pueblo. Otros que digan ciudad. Julio es un mes para
hablar con los amigos que el muelle teníamos el punto de encuentro. Baños,
juegos, peleas. Un mes para pasear por Mequinez, San Felipe, por calles que
antes estaban prohibidas para muchos que se tapaban la nariz ante la sola
presencia de un pobre ranillero
Mujeres
que parían con dolor, mujeres pobres y mujeres valientes, mujeres que lo dieron
todo y mujeres (algunas todavía viven) que lucharon como los varones.
¿Olvidarlas?
Jamás.
Cuando
el muelle fue hermoso a todas horas, los barcos llenaban la playita. Las redes
estaban dispuestas. Los políticos sobraban. Hoy también sobran.
Julio
es el Gran Poder de Dios y la Virgen del Carmen.
Pero
julio es un legado.
Si el
Puerto de la Cruz olvida sus raíces, dará lo mismo que obras grandes y pequeñas
se ejecuten a lo largo y ancho de 8,9 kilómetros cuadrados.
Mi
viejo pescador sigue vivo. Todos ellos siguen vivos. Y también las mujeres que
se asomaban al muelle para ver entrar el barco, ese barco.
A veces
me pregunto por qué nuestro muelle tiene manos en este mes que están hechas de
tierra, y por qué la mar se vuelve dulce, y por qué los que no son pescadores
se adueñan de la Verdad.
El hijo
del pescador (las 3.42 minutos de la madrugada) no quiere hacer ruido. Se echa
en el sofá, enciende la radio y escucha música en radio 2 de RNE.
Tenemos
que hablar de muchas cosas, padre, madre. Pero todavía no. Todavía no.
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