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sábado, 7 de julio de 2018

JULIO ES EL MES DE LOS PESCADORES EN EL PUERTO DE LA CRUZ


Lorenzo de Ara


Al igual que le sucedía a mi padre, lo de dormir se ha convertido en un imposible. El viejo pescador se levantaba a pescar viejas. Cuando llegaba a casa, después de comer y con el trozo de pan en la cama para terminar de llenar el estómago, cerraba los ojos como un niño chico que, un segundo después, ya estaba en manos de un dios derrotado.

Julio es el mes de los pescadores en el Puerto de la Cruz.

El muelle ya no tiene barcos para hombres de la mar. No hay hombres de la mar en el Puerto de la Cruz. Hay hombres que saben pescar, naturalmente. Pero el verdadero pescador, el portuense que se moría si un día no veía el muelle y las olas; si un día no tocaba la madera del barco y hacía algún arreglo (pandorga, sobre todo), ese muelle habita en la cabeza de personas que añoramos la estampa más genuina y verdadera de un pueblo que otrora se rendía ante la verdad de pescadores que eran hombres de los pies a la cabeza. Hechos de sal.


La prolongación de la mar, a veces peligrosa, a veces amante, pero siempre Verdad.

Julio es un mes grande para mi pueblo. Otros que digan ciudad. Julio es un mes para hablar con los amigos que el muelle teníamos el punto de encuentro. Baños, juegos, peleas. Un mes para pasear por Mequinez, San Felipe, por calles que antes estaban prohibidas para muchos que se tapaban la nariz ante la sola presencia de un pobre ranillero

Mujeres que parían con dolor, mujeres pobres y mujeres valientes, mujeres que lo dieron todo y mujeres (algunas todavía viven) que lucharon como los varones.

¿Olvidarlas? Jamás.

Cuando el muelle fue hermoso a todas horas, los barcos llenaban la playita. Las redes estaban dispuestas. Los políticos sobraban. Hoy también sobran.


Julio es el Gran Poder de Dios y la Virgen del Carmen.

Pero julio es un legado.

Si el Puerto de la Cruz olvida sus raíces, dará lo mismo que obras grandes y pequeñas se ejecuten a lo largo y ancho de 8,9 kilómetros cuadrados.

Mi viejo pescador sigue vivo. Todos ellos siguen vivos. Y también las mujeres que se asomaban al muelle para ver entrar el barco, ese barco.

A veces me pregunto por qué nuestro muelle tiene manos en este mes que están hechas de tierra, y por qué la mar se vuelve dulce, y por qué los que no son pescadores se adueñan de la Verdad.

El hijo del pescador (las 3.42 minutos de la madrugada) no quiere hacer ruido. Se echa en el sofá, enciende la radio y escucha música en radio 2 de RNE.

Tenemos que hablar de muchas cosas, padre, madre. Pero todavía no. Todavía no.

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