LAS FIESTAS DE JULIO, EN EL PUERTO DE LA CRUZ, EN AQUELLOS AÑOS IDOS DE
MI JUVENTUD (II)
Agustín Armas Hernández
Aquel día de julio, domingo, en el que el Puerto de la Cruz, celebraba
la festividad del Gran Poder de Dios, amaneció algo nuboso y con una brisita
fresca, procedente del mar océano que no llegaba a ser modesta ni inquietante.
Aunque algunos foráneos que llegaban, madrugadores, a las fiestas del Puerto de
la Cruz, miraban a lo alto temiendo que lloviera. ¡Más, no era posible!, los
pescadores del puerto, conocedores del tiempo, estaban tranquilos, puesto que
nunca había llovido en el mes de julio. ¿Lo iba hacer ahora, precisamente en la
solemnidad del Gran Poder de Dios? ¡Ni hablar! Y… no se equivocaron los marinos
portuenses. Según avanzaban los minutos, paulatinamente al principio, y de
sopetón al final, las nubes desaparecieron dejando ver y sentir al astro rey
que desde siglos ha, radiante y
majestuoso, aparecía en el cielo, iluminando nuestro lar patrio, al filo de las
10 de la mañana.
En aquel tiempo década de los cincuenta, siglo XX, el muelle pesquero
portuense y, también, la Plaza del Charco eran lugares de encuentro de los
portuenses. Sitios de concentración, de citas: amorosas, de negocios o
simplemente de amistad.
Un día antes, o sea, el sábado anterior a las fiestas, quede con mis
amigos: Jesús González Pérez, Celestino González Ojeda y Tillo Figueroa de la
Nuez, en encontrarnos, en la Plaza del Charco, con la intensión de asistir a
los actos litúrgicos que en honor al Gran Poder de Dios se celebraban, a las
once de la mañana, en la Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Peña de Francia;
y, acto seguido, cuando concluyera la Santa Misa, dirigirnos a San Telmo o a la
piscina Martiánez donde en sus refrescantes aguas nos zambulliríamos a placer.
El domingo aludido, de la fiesta del Señor, llegue a la plaza con el
bañador y la toalla debajo del brazo. (Antes los bolsos de la playa no existían
o eran artículos de lujo). Allí estaban, impacientes, mis amigos a los cuales
saludé con alegría puesto que, el día que momentos antes aparecía nuboso y
triste se había transformado, dejando ver un cielo azul y un sol radiante como
nunca.
-¿Dónde dejamos los bañadores y las toallas mientras acudíamos al
Templo a la celebración de la Eucaristía? Tillo Figueroa, atento y despierto,
como siempre, me contestó: -En el
Círculo Iriarte; se los dejaremos en la recepción a <<Tano>> el
conserje de la sociedad hasta que se terminen los actos litúrgicos. -¿De
acuerdo?, pregunte a los demás, o sea, a Celestino y a Jesús, los cuales
movieron la cabeza afirmativamente. –Vale, ¡pues vámonos!
Eran las once menos cinco cuando llegamos a la Iglesia. El Templo
estaba lleno de fieles, que, como nosotros, acudían a los oficios divinos que
en honor al Gran Poder de Dios se celebraban. Al salir de la Iglesia,
terminados los actos religiosos, las notas musicales de un bonito y conocido
pasacalles nos llegaban de la cercana Plaza del Charco donde la Banda de Música
del Regimiento de Infantería de Tenerife ofrecía un concierto.
En mi articulito anterior mencione a cuatro escritores que, con sus
respetivos trabajos, intervinieron en el programa de las fiestas de Julio del
Puerto de la Cruz de 1955. En dicho programa interviene, también, otro
personaje, que no mencione pensando en hacerlo en éste otro relacionando las
actividades del Instituto de Estudios
Hispánicos de Canarias. El nombre de ese quinto interviniente es: Don Domingo
Pérez Minik. Titulo de su artículo: <<El Instituto de Estudios Hispánicos:
Un Museo de Arte moderno>>. Veamos su argumento:
<<Ya todo el mundo sabe que en el Puerto de la Cruz se ha creado
un museo de arte moderno, Eduardo Weterdahll y un museo de arqueología canaria,
Luis Diego Cuscoy. No es cosa fácil ni frecuente que se abran dos museos en
nuestra isla. Tampoco hemos de hablar del acierto que supone el que sea nuestro
Puerto de la Cruz el lugar preferido para estas instalaciones. Esta pequeña y
pintoresca ciudad sigue siendo el sitio preferido de los extranjeros que a
Tenerife llegan. Cuando de artistas se trata, pintores, poetas, hacia allí
encaminan sus pasos para poner un paréntesis de reposo a su aventura
transcontinental. Los dos museos cumplirán bien su tarea de información sobre
los dos extremos de la vida cultural de la isla: la prehistoria de una parte,
y, de la otra, la inquietud estética de hoy. Polarizando por estas dos
sugestiones, cualquier extranjero podrá vivir en nuestros días en el Puerto de
la Cruz con bastante satisfacción e integridad>>.
Muy bien nombrados los dos museos recientemente inaugurados. No
hablemos de Luis Diego Cuscoy, cuya infatigable y concienzuda labor sobre el
pueblo aborigen es de todos conocida. De Eduardo Weterdahll se ha de decir que
ha sido el escritor canario que más ha clamado por la posesión de una sala
permanente de arte contemporáneo en Tenerife. Nuestro critico y poeta, con su
internacional mundo de relaciones y su bien ganada fama, con sus ideas
encendidas y desbordadas de lirismo y con el sentimiento inquebrantable de un
buen mensaje, ha luchado año tras año por esta realización. Desde la lejana
época de <<Gaceta de Arte>> esta necesidad se hace sentir y
constituyó en el sueño más querido de una generación.
Eduardo Weterdahll muchas veces escribió que un museo de esta índole no
solo había de ofrecer un servicio universal de cultura, sino que además, y esto
es lo más importante, este mismo museo tendría que convertirse en el natural
recinto de la moderna interpretación plástica de la isla. Es decir: que no nos
basta con que ese Museo nazca poseyendo un Miró, un Wilson, un Caballero o un
Drerup, pintores que figuran en las mejores salas de Europa o América. También
que ese mismo museo tenga los elementos indispensables para un seguro
arraigamiento. Su privilegiada situación en el Puerto de la Cruz, cerca de los
innumerables artistas que nos visitan, mantendrá su continuidad, su
enriquecimiento y su superación. No debemos de olvidar los ilustres pintores,
alemanes, suecos o ingleses, adquirieron un sentido de la isla componiendo sus
lienzos a la vista de este camino de valle y mar, de este Puerto de la Cruz de
exacerbado localismo y de generosa universalidad, con sus empinadas calles y
sus olas encrespadas. Pero la verdad es que este museo no ha de cumplir bien su
misión mientras las más jóvenes generaciones canarias, hasta hoy entumecidas y
desalentadas, no le presten el calor y la indispensable proyección sentimental
que supone el entusiasmo de una obra creadora en marcha>>.
Continuará.
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