Evaristo Fuentes Melián
Temporada 1961-62. El CD
Tenerife milita por primera vez y por una sola temporada en la máxima
categoría, a donde tardaría veintiocho años en volver. El Día del Pilar, jueves
12 de octubre de 1961, es festivo, Día de la Hispanidad, que para los más acérrimos
era el Día de la Raza. Di Stefano sirvió de revulsivo, después de la guerra el
Real Madrid no había ganado nada hasta que llego ¡ÉL!, la Saeta Rubia. Entonces el Real Madrid ganó las
cinco primeras copas de Europa (equivalente
a la Champions), desde la temporada 1955-1956 hasta la 1959-60, ambas
inclusive. Perdió por vez primera en la siguiente, 1960-61, eliminado por el
Barça, 2-2 el 9 de noviembre 1960 en el Bernabéu; y 2-1 el día 23 del mismo mes
en el Nou Camp; pero luego el Barcelona fracasó inesperadamente por mala
suerte, en la final contra el Benfica,
partido que fue televisado para algunas zonas de la Península, pero a Canarias
no había llegado el milagro de la tele.
Di Stefano es / fue el mejor de todos los
tiempos. Arriba y abajo, fortaleza, dribling, pase y goles hasta de tacón. Y
coraje. Y dotes de mando, que es lo que exigen en la milicia para ser jefe de la
tropa. Españolizado en los papeles—aunque argentino siempre, de corazón y en el
habla-- fue al Mundial Chile 62, pero allí España defraudó por diversos motivos,
cuando teníamos el mejor equipo del mundo de entonces, con Puskas también nacionalizado.
El
estadio Heliodoro en aquella temporada 1961-62 era un estadio de provincias, de
segunda, casi de pueblo grande. Para los norteños, Santa Cruz era “el mayor
pueblo del Sur”… El Heliodoro fue remendado, acondicionado a toda prisa aquel
verano. Una grada de madera acrecentaba por
la parte alta la herradura, fondo Oeste, el que da para La Laguna del ‘mau mau’
(pregunten los más jóvenes a sus abuelos qué era el ‘mau mau’). Una grada de San Sebastián reformada en sus
escalones, para que cupiese más gente de pie. Una general pequeña y apelotonada,
fondo mar, donde casca el sol por la tarde, con escalones improvisados de pie. Y
la tribuna vieja, con la vieja visera pequeña y coqueta pero que ya se estaba
pudriendo por dentro en su estructura en voladizo, sin nadie saberlo. Total: un
estadio para salir del paso, no había perras para más.
El Real Madrid con Di Stefano ya veterano
con 35 años cumplidos jugó aquel Día del Pilar, a las cinco de la tarde, la
hora de los toros, y, en efecto, toreó al Tenerife, tanteo final 0-3, con la
camisola morada de la bandera de Castilla, para no coincidir con el Tenerife, elástica
blanca. El cronista deportivo Tinerfe le echó la culpa al árbitro vizcaíno, señor López Zaballa, que le anuló
un gol al Tenerife que hubiera supuesto el empate 1-1. Yo estuve allí, sentado
en un escalón corrido de madera improvisada en la herradura, con mi amigo Santiago
Estévez, q.e.g.e. Él, madridista, yo, barçista, pero amigos ‘forever’ (lo de
‘forever’ es porque ya había inglesas, jovencitas y viejonas, en el Puerto de la Cruz).
Así se escribe la historia.
Gracias, Di Stefano, descansa en paz.
Espectador
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