Salvador
García Llanos
Ayer se cumplieron siete días, siete, del
depósito de unos restos de escombros, junto a los contenedores de residuos
sólidos, en el lateral de una estación transformadora que sirve de base al
monumento a un gran artista local, Francisco Bonnín, en el costado sur de la
plaza del Charco.
Siete días en pleno centro de la ciudad. Es
imposible que no haya pasado por allí un concejal, algún empleado público, un
policía local y se haya percatado de un impacto visiblemente negativo. Sería la
única explicación a que tales restos permanezcan allí, sin que nadie haya sido
capaz de dar un paso para su retirada.
Pero no. Es una estampa más, visible y
cercana, del abandono, de la indolencia. Es un monumento a la desidia, vaya.
Porque es difícil entender que los autores materiales no hayan reparado en que
su contribución no ha hecho feliz a ninguno de los miles de transeúntes. Y que
desconocieran que el Ayuntamiento dispone -¿o disponía y ya no existe?- de un
servicio específico que, debidamente avisado, cumple con su cometido. Y más
difícil todavía que haya transcurrido una semana y desde la Administración no
se haya hecho nada para acabar con tan poco edificante imagen en una ciudad
turística que, en el cenit de sus sueños imposibles, demanda una
infraestructura marítimo-portuaria con cruceros incluidos. ¿Para qué? ¿Para que
a pocos metros los cruceristas se encuentren con estampas como la comentada?
O con una acera sucia y con desperfectos en
la misma vía; o con el vallado parcial de seguridad de una casa vacía de los
alrededores que obliga a los peatones a circular durante unos metros por el
centro de la vía de circulación rodada.
Si eso sucede en pleno centro de la ciudad,
no queremos pensar cómo estarán esos barrios y esos núcleos más alejados. Con
razón, en las redes sociales se habla de chapuzas y circulan fotografías de
situaciones que avergonzarían a cualquiera. Las de un sector de Martiánez y de
la avenida de la Familia Bethencourt y Molina, sin ir más lejos.
Y pensar que alguien, aún con
responsabilidades públicas, hace unos años ridiculizaba los afanes de
modernización y cuidado medioambiental así como los premios recibidos por la
ciudad ante la calidad de los servicios públicos prestados para su
mantenimiento.
A eso se llama pagar por la lengua. Bueno:
como estamos en fiestas y por ahí circula una ruta procesional -esa era su
fraseología- es probable que en las próximas horas los escombros desaparezcan.
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