Javier Lima Estévez
Incansable
luchadora en un tiempo en el que la mujer no estaba valorada de la misma manera
que el hombre. Infatigable persona que supo salir adelante por sus propios
medios. Caritativa mujer que logró adquirir toda una serie de conocimientos con
los que salir del aislamiento al que le condenaba la sociedad, ofreciendo todo
lo que sabía a aquellos sordomudos que acudieron hasta su Centro. Olvidada
durante mucho tiempo, Elisa Isabel González de Chávez fue una mujer
excepcional, generosa y con su ayuda proporcionó esperanza a muchos sordomudos
que se encontraban con la imposibilidad de comunicarse con los demás. Fue un
ejemplo notable de mujer que desgraciadamente terminó sus días cuando su labor
no hacía más que despegar.
Elisa nació
en La Orotava el 12 de junio de 1914, siendo hija de don Antonio González de
Chávez y Fernández de Acosta y de doña Leonor González de Chávez y Pérez
Valladares. Fue hija de una familia de labradores hacendados, siendo la menor
de siete hermanos. Su etapa infantil transcurrió en el barrio realejero de La
Cruz Santa, pues su padre fue allí juez de paz y alcalde pedáneo. A los cuatro
años, perdió a su madre a raíz de la epidemia de 1918. Su padre le enseñó las
primeras letras, asistiendo luego a clases en el Colegio de la Pureza, así como
más tarde a la Milagrosa de La Orotava. Desgraciadamente su padre falleció
cuando ésta solo contaba con quince años quedando Elisa con el consuelo de
tener a sus hermanos, los cuales vieron como la misma conoció a una joven que
también era sorda y que se podía comunicar gracias a que había aprendido el
sistema mímico en una escuela especializada en el sur de Francia. Para Elisa,
ese hecho representó una nueva ilusión en su vida, por lo que tras buscar un
lugar adecuado en el que aprender técnicas para comunicarse con los demás, se
trasladó al Instituto Educativo de Sordomudos y Ciegos en Barcelona, el cual se
encontraba regido por la Comunidad de Terciarias Franciscanas, acudiendo
posteriormente a cursos de perfección en Montpellier. Allí logró adquirir toda
una serie de técnicas que luego aplicó tras su regreso a Tenerife en el año
1956.
Se
trasladó hasta Santa Cruz de Tenerife y allí comenzó a enseñar a un grupo de
sordos, junto a algunas personas que
poco a poco fueron colaborando con ella tras observar el valor del trabajo que
estaba desarrollando en ese lugar, siendo muestra de ello la ayuda que le
proporcionó Agustín Yanes Valer.
En la
calle Viera y Clavijo de Santa Cruz de Tenerife, quedaría instalado el primer
Hogar y Escuela de Sordomudos de Canarias.
Elisa murió
con tan solo 53 años y hoy – a cien años de su nacimiento- su colegio y sus
trabajos han sido prácticamente olvidados, por lo que al respecto coincidimos
con Lucío Pérez cuando este escribió en torno a Elisa como: “Su nombre y su
figura no son de fama universal; ni siquiera en los estrechos límites de
nuestra Provincia ha sido muy conocida su obra, su personalidad. Y sin embargo,
en los últimos lustros, ha sido en nuestra tierra la persona más merecedora de
un público reconocimiento por su tenacidad, por su paciencia, por su
generosidad, por su consagración total a la obra de redacción de los sordomudos”.
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