Carlos Alberto Montaner
Tal vez no exagero si digo que ha muerto el mayor
escritor en lengua española que dio el siglo XX. Decir eso en la época de Jorge
Luis Borges y Mario Vargas Llosa es muy arriesgado y subjetivo, pero me atrevo
a afirmarlo. ¿Por qué? Acaso porque la novela que más he disfrutado de cuantas
he leído en mi vida ha sido “El amor en los tiempos del cólera”. Me parece más
lograda, incluso, que la justamente reverenciada “Cien años de soledad” que
atrajo sobre Gabriel García Márquez la admiración universal y acabó por ganarle
el Nobel en 1982.
La primera vez que me reuní con Gabo fue gracias
a Carmen Balcells. Ella era la agente literaria de ambos y una persona
extremadamente servicial. Nos organizó el encuentro en el lobby de un hotel
barcelonés. Estábamos al inicio de la década de los noventa, el mundo comunista
colapsaba, la URSS había desaparecido, y con ella se esfumó el subsidio a Cuba.
Parecía que el régimen de Fidel Castro (en esa época poco se hablaba de Raúl)
se desplomaría.
García Márquez era muy amigo de Fidel, pero no
era comunista y me constaba que alguna vez se había servido de su relación con
el Comandante para proteger a un preso político cubano muy destacado, Reinol
González, un ex dirigente sindical condenado a 30 años de cárcel por razones
políticas.
Sin que mediara otro factor que la compasión que
le inspiró la mujer de Reinol, quien fue a México a ver al novelista para
pedirle ayuda sin siquiera conocerlo, intercedió con Fidel para que lo
liberara. Y así fue: el Dictador no sólo lo liberó. Se lo regaló a García Márquez
en medio de la calle, como quien obsequia un objeto inanimado, y, de pronto, el
colombiano se vio en La Habana con el extraño presente que le hacía su poderoso
amigo, dueño de la vida y la muerte de todos sus súbditos.
Ese precedente me animó a pedirle a Gabo el más
delicado (y acaso ingenuo) de los favores: que sondeara a Fidel para saber su
disposición a iniciar una suerte de transición como sucedía en toda Europa. Al
fin y al cabo, el marxismo-leninismo estaba totalmente desacreditado por la
experiencia nefasta del “socialismo real” y había llegado la hora del desguace.
“Lo voy a hacer —me dijo—, pero sin ninguna
ilusión de tener éxito”. Entonces me preguntó cómo yo veía el calendario de la
revolución cubana. Le relaté que, poco antes, había invitado a Jorge Mas Canosa
a formar parte de un esfuerzo político que llamábamos la Plataforma Democrática
Cubana, en el que congregábamos a liberales (clásicos), socialdemócratas y
democristianos, para propiciar la pacífica transformación del país, pero Jorge me
respondió con una negativa basada en una evaluación de la situación cubana:
“estás comiendo m… —me dijo con su franqueza habitual—. No hay tiempo para nada
de eso. A ese gobierno le quedan seis meses de vida”.
“¿Y qué le respondiste?”, me preguntó García Márquez.
“Le dije, Jorge, me temo que quien está comiendo m… eres tú. A ese gobierno le
quedan dos años”. El novelista rió y cerró el capítulo de la conversación con
un pronóstico lapidario que también, lamentablemente, resultó equivocado: “los
dos están comiendo m… Ese gobierno durará otros seis años”. Han pasado más de
dos décadas de esta conversación.
En todo caso, el encuentro sirvió para crear una
relación muy cordial de la que desterramos los temas políticos y nos
concretábamos a hablar de literatura, su pasión más enérgica. El tenía una
estrecha amistad con Fidel Castro y con otra gente, a mi juicio, indeseable,
pero también mantenía vínculos muy fuertes con personas, como su compadre
Plinio Apuleyo Mendoza, un crítico constante de la dictadura cubana, o una
relación muy amable conmigo y con exiliados como Reinol González, quien lo
mantenía al día de cuanto sucedía en la Isla.
La última vez que hablé con él, hace unos años,
fue para pedirle que ayudara a un escritor cubano a salir de la Isla. Este escritor,
que había sido simpatizante de la dictadura, se había declarado en huelga de
hambre y me había dicho, por teléfono, que le rogara a Gabo su mediación con
Fidel para lograr el permiso de salida. Para reforzar mi gestión le sugerí a
Plinio que participara en la conversación a tres voces. García Márquez, muy
solidariamente, me dijo que hablaría con “el Grande”.
Al día siguiente me llamó y me contó: “dice el
Grande que lo dejará salir, pero que me arrepentiré, porque me morderá la
mano”. Gabo hasta le consiguió un avión oficial para trasladarlo a México.
Pocas fechas más tarde, en efecto, el escritor atacó a Gabo.
Nunca más me atreví a pedirle nada al gran
escritor que acaba de morir.
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