EL UNIVERSAL
JORGE MANTILLA
Martes 22 de abril de 2014
El sentido
fallecimiento del escritor Gabriel García Márquez sacude América Latina más
allá de los círculos literarios, facultades de Letras y universidades; más allá
de los multitudinarios ejércitos de lectores que mantienen viva su obra.
Algunos hoy recordamos cada una de sus novelas que nos quisimos aprender de
memoria y aquellos párrafos, frases e historias noveladas o periodísticas que
nos ayudaron a pensar desde nosotros mismos y a repensar nuestra realidad
social y cultural como nuestro máximo patrimonio. Hoy cada quien tiene su
propio duelo, cada lector busca desenredar de su alma la infinita tristeza que
sentimos con la muerte de un padre, un hijo, un hermano y un amigo. Gabo se fue
dejándonos todo porque su obra tan vasta es fruto de toda una vida de trabajo
tan encomiable como disciplinado. Más allá de una vida de trabajo admirable que
constituye un ejemplo para todos los latinoamericanos escritores o no, Gabo nos
deja su amor integro que atraviesa sus novelas todas con la dulzura, la
profundidad y la alegría de la vida misma.
Pero también es momento de reflexionar sobre nosotros mismos. Cada quien debe ahora ajustar sus reflexiones y recuerdos a los estrechos y oscuros pasos que hemos dado como lectores en esta atribulada América Latina que a excepción de Cuba, lee poco y lee mal. No dejemos que se nos vuelva un bronce; encontrémonos con toda su obra en la densidad suave del oro que contiene, disfrutemos el brillo de esos diamantes sobre las páginas del libro que para eso no necesitamos ser millonarios, ni especialistas ilustres, ni prófugos de la realidad y la conciencia.
Gabriel García Márquez representa muchas luchas concomitantes que hicieron de él un buen escritor y un guerrero de la vida. Nacido en la costa colombiana tuvo que abrirse paso frente a una elite intelectual centralista que desde Bogotá, la capital colombina, ejercía un dominio ominoso e inflado de la cultura y la literatura, desde que en 1892 el español Marcelino Menéndez Pelayo en su libro Antología de la poesía latinoamericana la proclamó, sin haberla visitado siquiera, como "la Atenas sudamericana". Muchos en Bogotá, hasta el día de hoy, enroscados en su buen hablar y en la etiqueta social consideran la obra de García Márquez como una obra menor, fruto de la imaginación de un costeño. La costa pacífica y atlántica de Colombia sigue siendo para muchos de ellos –orgullosos cachacos- un espacio para las vacaciones, la rumba, el trago y la pobretería de la vida liviana y pasajera. Gabo da cuenta de este sentimiento y contradicción en Cien Años de Soledad con Fernanda del Carpio traída del altiplano colombiano como una reina inútil, que llega a Macondo para desfigurarse en el circo de sus propias banalidades formales.
Más allá de las contradicciones entre cachacos y costeños y de su incuestionable contribución al boom latinoamericano con el realismo mágico, Gabo aborda una temática conflictiva en Colombia que varios sectores políticos de la élite de todos los tiempos prefiere mantener bajo las sombras del silencio: la violencia en Colombia generada desde arriba, en varios ciclos de terror que iniciaron el siglo XX con la Guerra de los Mil Días y posteriormente con el crimen del líder social Jorge Eliezer Gaitán, el llamado bogotazo, que incendió la capital y llenó de sangre el país entero. Gabo da cuenta de los sobrevivientes de esas tragedias provocadas y se ocupa con amor inconmensurable de los sobrevivientes agobiados por la soledad, la falta de educación y la ineficacia del estado. Gabo es además del autor de Cien Años de Soledad y otras novelas fundamentales para literatura universal, el cronista de la gran tragedia nacional colombiana, el "notario de la realidad" como lo dejó en varias ocasiones.
Gracias al México generoso y valiente y a sus amigos de aquí y de allá, su obra germinó en la riqueza de su inteligencia y en su amor infinito al pueblo, a su historia que tejió con la delicadeza musical de un violín y con los ojos perdidos para siempre en el amor. Descanse en paz querido Gabo.
Maestro Investigador de la Universidad Autónoma de Yucatán en la Lic. en Literatura Latinoamericana
jorgemantilla@icloud.com
Pero también es momento de reflexionar sobre nosotros mismos. Cada quien debe ahora ajustar sus reflexiones y recuerdos a los estrechos y oscuros pasos que hemos dado como lectores en esta atribulada América Latina que a excepción de Cuba, lee poco y lee mal. No dejemos que se nos vuelva un bronce; encontrémonos con toda su obra en la densidad suave del oro que contiene, disfrutemos el brillo de esos diamantes sobre las páginas del libro que para eso no necesitamos ser millonarios, ni especialistas ilustres, ni prófugos de la realidad y la conciencia.
Gabriel García Márquez representa muchas luchas concomitantes que hicieron de él un buen escritor y un guerrero de la vida. Nacido en la costa colombiana tuvo que abrirse paso frente a una elite intelectual centralista que desde Bogotá, la capital colombina, ejercía un dominio ominoso e inflado de la cultura y la literatura, desde que en 1892 el español Marcelino Menéndez Pelayo en su libro Antología de la poesía latinoamericana la proclamó, sin haberla visitado siquiera, como "la Atenas sudamericana". Muchos en Bogotá, hasta el día de hoy, enroscados en su buen hablar y en la etiqueta social consideran la obra de García Márquez como una obra menor, fruto de la imaginación de un costeño. La costa pacífica y atlántica de Colombia sigue siendo para muchos de ellos –orgullosos cachacos- un espacio para las vacaciones, la rumba, el trago y la pobretería de la vida liviana y pasajera. Gabo da cuenta de este sentimiento y contradicción en Cien Años de Soledad con Fernanda del Carpio traída del altiplano colombiano como una reina inútil, que llega a Macondo para desfigurarse en el circo de sus propias banalidades formales.
Más allá de las contradicciones entre cachacos y costeños y de su incuestionable contribución al boom latinoamericano con el realismo mágico, Gabo aborda una temática conflictiva en Colombia que varios sectores políticos de la élite de todos los tiempos prefiere mantener bajo las sombras del silencio: la violencia en Colombia generada desde arriba, en varios ciclos de terror que iniciaron el siglo XX con la Guerra de los Mil Días y posteriormente con el crimen del líder social Jorge Eliezer Gaitán, el llamado bogotazo, que incendió la capital y llenó de sangre el país entero. Gabo da cuenta de los sobrevivientes de esas tragedias provocadas y se ocupa con amor inconmensurable de los sobrevivientes agobiados por la soledad, la falta de educación y la ineficacia del estado. Gabo es además del autor de Cien Años de Soledad y otras novelas fundamentales para literatura universal, el cronista de la gran tragedia nacional colombiana, el "notario de la realidad" como lo dejó en varias ocasiones.
Gracias al México generoso y valiente y a sus amigos de aquí y de allá, su obra germinó en la riqueza de su inteligencia y en su amor infinito al pueblo, a su historia que tejió con la delicadeza musical de un violín y con los ojos perdidos para siempre en el amor. Descanse en paz querido Gabo.
Maestro Investigador de la Universidad Autónoma de Yucatán en la Lic. en Literatura Latinoamericana
jorgemantilla@icloud.com
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