Emilio J. Cárdenas - 24 abril, 2014
Aunque parezca mentira, Cuba manda en Venezuela.
No los venezolanos. Cuba, o sea los Castro. Rigurosamente así. Esto es
presumiblemente lo que se quiere decir, en rigor, con la noción que está
sembrando activamente la izquierda radical regional de la “Patria Grande”, con
la que se quiere remplazar, a lo largo y ancho de América Latina, a la de las
distintas nacionalidades. De modo que las órdenes lleguen a todos desde Cuba,
derechito, sin problemas, ni sorpresas, ni discusiones. Porque así “debe ser”.
Los
militares venezolanos lamentablemente se han dejado someter por los cubanos. Lo
que es francamente increíble. Los servicios de seguridad cubanos planifican,
dirigen y hasta controlan las operaciones de la represión contra los jóvenes
venezolanos que -hartos de vivir sin libertad- han salido a las calles a
protestar. Ejerciendo una facultad expresamente prevista en su Constitución.
Pese a la ola de violencia del régimen de Nicolás Maduro, que sigue al pie de la
letra las instrucciones que, para ello, le llegan desde La Habana.
Un
reciente trabajo de Moisés Naim es sumamente aleccionador. Hablamos de un
excelente y prolífico académico que alguna vez fuera Ministro de Industria y
Comercio de Venezuela. Naím comienza por señalar, con acierto, que de la
relación entre La Habana y Caracas “no se habla”. Se la conoce, pero no se la
cuestiona. Y señala su profunda sorpresa por lo que está sucediendo, al
recordarnos que Venezuela (una de las principales potencias petroleras del
mundo) es nada menos que nueve veces más grande que Cuba; está tres veces más
poblada; y su economía es (por ahora) cuatro veces más grande que la de Cuba.
Pese a todo ello, Cuba manda. Y Venezuela, sometida, obedece.
Hay
bastante más de 30.000 cubanos pertenecientes a los llamados “Comités para la
Defensa de la Revolución” viviendo y operando en Cuba. Una enormidad porque,
además, ellos ocupan posiciones críticas, centrales, en el gobierno venezolano.
El
agobiante ordeñe de Cuba a Venezuela está basado en apoderarse de parte de su
renta petrolera, recibiendo diariamente 130.000 barriles de petróleo crudo para
refinar -y revender- desde Cuba. El crudo venezolano llega a precios irrisorios
y cuenta con un financiamiento con términos y condiciones blandísimos, que
además Cuba seguramente (como hizo con la Argentina) jamás pagará. Pero los
refinados se venden desde Cuba a precios internacionales.
No sólo eso. Buena parte de las importaciones venezolanas se “canalizan”
(intermedian) a través de Cuba, que
participa en ellas y se lleva su “tajada”. María Corina Machado -la corajuda
diputada de la oposición que acaba de ser privada arbitrariamente de su banca
en la Legislatura- cuenta que hay importaciones de medicamentos vencidos a
Venezuela que llegan con la intermediación de Cuba. Ellos se compran desde
Cuba, con descuento, y se revenden a Venezuela a precios de medicamentos no
vencidos.
La vigilancia cubana en Venezuela es permanente y
total. Y naturalmente intimidante. Por ejemplo, nos dice Naím, hay
controladores y auditores cubanos que verifican como se mueven y operan las
escribanías y los registros de la propiedad inmueble, para saber que
transacciones inmobiliarias efectivamente se han llevado a cabo. Y en que
términos y condiciones. Hay otros funcionarios cubanos a cargo de la
cibernética del gobierno y de la empresa petrolera pública, vigilando entonces
-constantemente- sus operaciones desde las computadoras.
Hay asimismo, como podía sospecharse, una
cooperación -profunda y estrecha- en el plano militar. En las reuniones en
materia de defensa de los militares de Venezuela con los de otros países de la
región hay, con alguna frecuencia, presencia abierta de militares cubanos que
opinan como si ellos estuvieran a cargo de la defensa venezolana.
Esto ha sido posible porque, deformando la
democracia hasta hacerla irreconocible, el Ejecutivo venezolano ha concentrado
un poder absolutamente omnímodo. Ha recibido, por presunta delegación, los
poderes del Legislativo, a lo que suma el más absoluto dominio que ejerce sobre
un Poder Judicial que -desde hace 14 años- opera sin independencia ni
imparcialidad, apenas como un mero y dócil agente o apéndice del Poder
Ejecutivo venezolano. Esa fue la “reforma” constitucional, opaca y oculta, de
Hugo Chávez. Esa ha sido la fórmula empleada para dinamitar y destrozar a la
democracia.
Cuba maneja, además, la seguridad interna de
Venezuela. Y provee al régimen de Nicolás Maduro de un conjunto orgánico y
coordinado de “organizaciones no gubernamentales” afines, que constantemente
actúan -a lo largo y ancho de América Latina- a la manera de corifeos y
aplaudidores simultáneos de Nicolás Maduro. Como su inmensa caja de resonancia.
Pese a que lo que dice Maduro muy pocas veces tiene algún sentido, sus
“mensajes y fantasías” repercuten así en toda la región. Como un evangelio
infalible, aunque el desastre venezolano sugiera todo lo contrario.
La mejor comprobación de cómo Venezuela depende
-cual niño imberbe- de Cuba, tiene que ver algo notorio: la forma en que se “trató”
-en Cuba- la enfermedad terminal de Hugo Chávez, dejando de lado a la medicina
más moderna del mundo y prefiriendo, en cambio, encerrase absolutamente en un
país que desde hace medio siglo está parado en el tiempo. De no creer. Pero fue
así. Y todos lo hemos visto.
Tiene razón Naím, lo de Cuba en Venezuela no
puede ignorarse. Ni tratarse como si no existiera. Tampoco pude minimizarse por
sus efectos fuera de Venezuela, en la ahora llamada “Patria Grande”.
Emilio J.
Cárdenas (*)
(*) Ex Embajador de la República Argentina ante
las Naciones Unidas.
Fuente:http://www.eldiarioexterior.com/
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