Esteban
Domínguez
El sol del invierno nos invita a darnos un
ligero paseo. Algunos se van a Rambla de Castro. Otros a Las Llanadas, lugar
donde las cosechas de papas llenan las generosas tierras de aquellas
sementeras. Lugar para recrearse la vista ya no solo en el amplio campo verde
del ramaje sino también del verde que cubre toda aquella encrucijada.
Lugar que nos destapa el largo caserío realejero
creando una estampa sin igual, con el mar tendido de plena calma. Y esto llama
la atención de los que a Palo Blanco y desde su plaza contemplan una
maravillosa foto grafía de sombras nubes y contrastes, o tomar el aire fresco
de febrero que se mezcla con los rayos del sol, y que camino arriba nos lleva
hasta Chanajija. Allí muy cerca tiene su capilla un santo que le llama san
Sufrido si la memoria no me falla.
Por la vida y por la calle, sus hombres y
mujeres van cada cual a lo suyo: el campo como dijera Juan Antonio Padrón
Albornoz, generoso periodista a que nunca olvidaremos, ya que tenia raíces
realejeras, y que el algunas ocasiones, le dedicó al campo realejero como la
llanura verde de la esperanza.
Por Palo Blanco, nunca olvidaremos aquellas
fiestas dedicadas a sus patronos. Entre ellos la Cruz del Castaño, la Virgen de
Los Dolores y otras imágenes que son festejadas religiosamente y popularmente
en el mes de julio y parte de agosto.
Crece Palo Blanco como barrio junto con las
llanadas. Aprovechemos estos días de verano anticipado, para disfrutar de la
naturaleza que abraza este paradisíaco rincón realejero, al que ya visitan los
turistas camino de La Caldera, donde el vino nos espera, con las papas
arrugadas, una sama de pescado o un conejo bien asado dejaran en el recuerdo a
tantos cazadores y viajantes que buscan incesante como Pepe Peraza, las más
hermosas y bellas panorámicas donde la paz casera y hogareña se mezcla con la
añoranza, de otros tiempos ya vividos por quien esto escribe y que recuerda
aquellas grandes parrandas en la plaza del barrio, donde el jinete da riendas
sueltas a yeguas y mulas, ante la mirada de quienes pasean con sus coches a
contemplar un trocito más de este Realejo Encantado del que estoy enamorado, y
guardo en el corazón, con la mayor ilusión de volver y revivir aquellos tiempos
con Juan Dumas, por viejos caminos y veredas, siempre con el deseo de volver.
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