Lorenzo de Ara
Cuando perdamos al miedo a imponer por la fuerza el Estado
de Derecho en Cataluña, porque mediante el BOE nada se conseguirá, y mucho
menos celebrando elecciones el próximo 21 de diciembre, solo entonces
terminaremos con la insurrección. La fuerza del Estado de Derecho no es un
ejemplo de inmadurez democrática. Todo lo contrario. Que nadie espere que los
sediciosos y la marabunta acaten de buen grado las decisiones tomadas por el
Gobierno de Rajoy. Lo que más nos debe preocupar ahora es la unidad constitucional,
porque a poco que pasen los minutos, todo se convertirá, dentro del frente
llamado constitucionalista, en una ruidosa y mezquina carrera electoral.
Entonces el PSOE enseñará su verdadera cara. Arrimadas, grande en el
Parlamento, recibirá los consejos de los pusilánimes, y el PP, con García
Albiol (ojalá no), deberá asumir que el voto catalanista moderado nunca volará
hacia las manos del PP con él al frente. El 155 se ha hecho pensando en un
alocado frenesí electoralista.
Si partidos enemigos de España y del régimen del 78
estuviesen ilegalizados, sus miembros inhabilitados, la comunidad internacional
no reprobaría a España, al contrario, aplaudiría que una gran nación tomase
medidas correctoras para evitar que se gangrene su ser.
Muy recurrentes, por no decir machaconas han sido las
arremetidas y consignas del odio nacionalista hacia todo resquicio de
españolidad y sana catalanidad. Más de cuarenta años con el control absolutista
de un espacio público tomado como propio. Pero resulta inevitable preguntarse
cómo PP y PSOE han dejado que los delincuentes se salieran con la suya.
¿Cuántos pagos para mantener la rastrera política? ¿Cuántos beneficios para que
una decena de diputados dieran el sí a González, Aznar, Zapatero y ahora
Mariano Rajoy?
Es bueno denunciar la raíz totalitaria del nacionalismo
catalán. Todos. Unidos. Sin embargo, el totalitarismo se consintió, se
aplaudió, se bendijo con miles y miles de millones de euros.
Echar al nacionalismo por la vía democrática debe ser el
objetivo de los partidos y ciudadanos libres de Cataluña.
La cobardía es mala compañera de viaje en política. En la
vida. La cobardía hace que los hombres se arrastren. Quedan convertidos en
súbditos.
Si en verdad llegó la hora de dar la cara y no ocultarse,
que la decisión se prolongue en el tiempo.
Que no se permita que los trileros,
enemigos de todo lo bueno que representa España, vuelvan a salirse con la suya.
¡Jamás!
Y no hablo sólo de nacionalistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario