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miércoles, 1 de noviembre de 2017

NO ES UNA ENFERMEDAD COMO OTRA CUALQUIERA

Lorenzo de Ara

Cuando perdamos al miedo a imponer por la fuerza el Estado de Derecho en Cataluña, porque mediante el BOE nada se conseguirá, y mucho menos celebrando elecciones el próximo 21 de diciembre, solo entonces terminaremos con la insurrección. La fuerza del Estado de Derecho no es un ejemplo de inmadurez democrática. Todo lo contrario. Que nadie espere que los sediciosos y la marabunta acaten de buen grado las decisiones tomadas por el Gobierno de Rajoy. Lo que más nos debe preocupar ahora es la unidad constitucional, porque a poco que pasen los minutos, todo se convertirá, dentro del frente llamado constitucionalista, en una ruidosa y mezquina carrera electoral. 

Entonces el PSOE enseñará su verdadera cara. Arrimadas, grande en el Parlamento, recibirá los consejos de los pusilánimes, y el PP, con García Albiol (ojalá no), deberá asumir que el voto catalanista moderado nunca volará hacia las manos del PP con él al frente. El 155 se ha hecho pensando en un alocado frenesí electoralista.

Si partidos enemigos de España y del régimen del 78 estuviesen ilegalizados, sus miembros inhabilitados, la comunidad internacional no reprobaría a España, al contrario, aplaudiría que una gran nación tomase medidas correctoras para evitar que se gangrene su ser.

Muy recurrentes, por no decir machaconas han sido las arremetidas y consignas del odio nacionalista hacia todo resquicio de españolidad y sana catalanidad. Más de cuarenta años con el control absolutista de un espacio público tomado como propio. Pero resulta inevitable preguntarse cómo PP y PSOE han dejado que los delincuentes se salieran con la suya. ¿Cuántos pagos para mantener la rastrera política? ¿Cuántos beneficios para que una decena de diputados dieran el sí a González, Aznar, Zapatero y ahora Mariano Rajoy?

Es bueno denunciar la raíz totalitaria del nacionalismo catalán. Todos. Unidos. Sin embargo, el totalitarismo se consintió, se aplaudió, se bendijo con miles y miles de millones de euros.

Echar al nacionalismo por la vía democrática debe ser el objetivo de los partidos y ciudadanos libres de Cataluña.

La cobardía es mala compañera de viaje en política. En la vida. La cobardía hace que los hombres se arrastren. Quedan convertidos en súbditos.

Si en verdad llegó la hora de dar la cara y no ocultarse, que la decisión se prolongue en el tiempo. 

Que no se permita que los trileros, enemigos de todo lo bueno que representa España, vuelvan a salirse con la suya. ¡Jamás!

Y no hablo sólo de nacionalistas.

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