Agustín Armas Hernández
Los católicos del Archipiélago canario
recibimos con gran satisfacción la noticia de que un convento de religiosas
contemplativas se estaba construyendo en la isla del Hierro. Nuestro Sr. Obispo
en su exhortación pastoral del 25 de julio de aquel año nos habló del «Día pro
orántibus» («Por los orantes»), de monjas contemplativas, de cuatro monasterios
en esta diócesis tinerfeña, etc. Como no estoy muy impuesto en historia de la
Iglesia ni en derecho canónico, acudí a mi mentor, el sacerdote, quien me hizo
las congruentes aclaraciones.
Hay, pues, en la Iglesia dos clases de
religiosos y religiosas: unos de «vida activa» (apostolado, acción social,
colegios, hospitales, etc.); y otros de «vida contemplativa» (vida oculta,
en-claustrada, de oración y penitencia). Casi todos actualmente son de «vida
activa», Sólo una minoría (monjes Benedicto, cistercienses, cartujos; monjas
clarisas, carmelitas, dominicas, agustinas, etc.) son de vida contemplativa.
Las dos vidas se complementan y son necesarias en el campo de la Iglesia.
Mientras Josué luchaba en el valle contra los amalecitas, Moisés oraba en la
montaña para que Josué venciera a los enemigos. Sin oración y penitencia no hay
victoria espiritual, ni pueden las almas ser salvas (Éxodo XVII. 9-13).
Los occidentales, demasiado
activos y materializados, apenas comprendemos el valor de la <vida
contemplativa», representada por María Magdalena escuchando en silencio al
Divino Maestro. Pero Jesús dijo de ella:
«que había escogido la mejor parte, y que nunca le sería arre- batida» (Lc. X, 42).
Son algo distinto esas monjas de
claustro. Aunque mujeres de carne y hueso, sujetas a las mismas necesidades
corporales que nosotros, han sabido dejarlo todo por Dios y renunciando al
trato mundano, para dedicarse enteramente a la vida espiritual, a la oración y
penitencia. Se dedican a sus labores para poder subsistir, pero muchos de estos
monasterios padecen penuria, como bien lo indica nuestro prelado. Quien se haya
acercado a las rejas, a locutorios de estos conventos notará enseguida una
atmósfera espiritual que eleva los corazones. Necesitamos algo más de silencio
externo e interno. La vida actual es demasiado agitada. Los gurús de la India y
los lamas del Tíbet vienen a darnos lecciones de meditación y recogimiento. Las
conocíamos los cristianos, pero casi las hemos olvidado en esta era nuclear y
de viajes espaciales.
Nadie piense, sin embargo, que
esas religiosas viven en completa felicidad, pues este mundo es para todos un
«valle de lágrimas», y nadie se libra de la lucha y las tentaciones. Pero ellas
han escogido el mejor camino, no cabe duda. Todo católico debe estimar este
género de vida, aunque no se sienta con fuerzas para escogerlo. Nuestro prelado
nos pide que ayudemos materialmente a estos cuatro monasterios de la Diócesis
según nuestras posibilidades (uno está en Garachico, dos en La Laguna y otro en
La Palma).
Según las bienhadadas profecías, vendrá una
época de paz, amor y justicia, sin que pase mucho tiempo, y volverá a florecer
la vida contemplativa». Que llegue, pues, ese tiempo en que cuidemos un poco
más de nuestras almas.
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