Germán Rodríguez
La desaparecida palmera del convento de San Agustín, en Los
Realejos.
Domingo, 17 de agosto de 2014, EL DÍA, La realidad de los
pueblos es una acumulación de hechos, pasados y presentes, que de diversas
maneras se van sumando en el imaginario colectivo de los habitantes que, siglo
tras siglo, van ocupando aquellos espacios. Nuestras líneas, en esta ocasión,
van dirigidas a rescatar de ese sustrato un elemento vegetal, recordado por
muchas de las generaciones, incluidos los actuales habitantes del lugar. En
1699 pactan los responsables de hacer cumplir la voluntad testamentaria de Juan
de Gordejuela y Juana de Mesa, su esposa, levantar el convento de San Andrés y
Santa Mónica en el entonces Llano de San Sebastián (actual San Agustín). La
firma del testamento pone manos a la obra a dos destacados artistas en la
construcción del cenobio realejero: Diego deMiranda, en la parte de labra,
levantado demampostería de losmuros y su ornato pétreo, y Francisco de Orta, en
las labores de carpintería(1). Entre ambos elevaron uno de los conjuntos
monacales más armónicos en proporción y forma de los fundados en la isla de
Tenerife, de los levantados desde los cimentos, no como fruto de la acumulación
de solares y estructuras previas. El diseño del mismo implicaba dos patios,
cementerio (actual espacio ocupado por el Teatro -Cine Realejos) , campanario y
ajimez desde donde las religiosas tuvieran una privilegiada vista del valle de Taoro;
a ello se le sumarian todas las dependencias para almacenaje y desarrollo de la
vida diaria de la comunidad. Los patios, con sus respectivos corredores,
servirían tanto para huerta como de patio más al sur, dotado de unos corredores
más sencillos en decoración, de simples barrotes lignarios; por contra, en el
patio principal, la cara más “pública” del mismo, se encontraban la escalera
principal, el acceso a la iglesia y al coro, además de las salas principales,
como la capitular o el refectorio, piezas claves de todo convento. A ello se
sumaban, en el claustro, las procesiones y los ritos propios de la orden. En
palabras recogidas por el profesor Jesús Pérez Morera, los cenobios eran
“recintos cerrados a los ojos de la sociedad civil; el monasterio femenino era
una ciudad dentro de la cuidad, una república de mujeres, un alcázar de las
hijas de Sión, un místico jardín”(2). Palabras que nos permiten entender la
amplia idea de la vida tras los muros, que al igual que la del exterior se
articulaba por niveles y posiciones marcadas, la mayor de las veces, por el
pago de la dote o por cuna. Si entendemos el claustro y la vida monacal como
una renuncia al siglo, al mundo exterior, es lógico entender que en el mismo,
tras los muros, se situaran detalles, espacios que hicieran la vida más cómoda.
Crear un ajardinado sitio, jardín místico. Los inicios de la jardinería, desde
tiempos pretéritos, surgen en espacios domésticos donde el hombre da forma o
intenta hacer a su mano a la naturaleza. Las huertas de conventos o patios
serían el reflejo de los mismo espacios en las casas de habitación, con mucho
peso en Canarias, donde, al modo renacentista, los jardines o huertos tenían
esta misma función: la mezcla de plantas ornamentales con arboleda y arbustos
frutales. Los Realejos no era ajeno a esta realidad, de la que aún sobreviven
varios ejemplos tras los muros de algunas haciendas y casa particulares. Así
pues, los claustros de los conventos realejeros debieron de tener un aspecto
similar, dotados de plantas ornamentales y árboles frutales, que hicieran la
vida más agradable, cercana a esa belleza de la creación divina. La visión que
del mismo tienen o tuvieron los que contemplaron o pasearon por los patios del
San Andrés y SantaMónica fue el resultado del paso de la exclaustración por el
mismo, del uso civil, de la mano del hombre decimonónico, y no las de las
religiosas que lo modelaron. En palabras de Elizabeth Murray (1856), testigo
que trató con la últimamonja agustina que habitó entre sus muros, sor Jesús
María de San José Álvarez , y de la que nos deja un interesante retrato humano,
“el convento está ahora a un sinnúmero de fines. Se pueden ver cerdos
alimentándose de raíces entre las ruinas, aves picando semillas y muchos niños
jugando constantemente a lo largo del día, haciendo que el lugar, que en este
tiempo fue dedicado a la paz de la religión, resuene ahora con sus gritos” (3).
Los vecinos y visitantes contemplaron un patio ya dado a la burocracia, al día
a día del pueblo y los avances tecnológicos del siglo XIX.
En el primer patio
del mismo se proyectó por primera vez cine. Testigo de ello son las citas de la
prensa y las pocas imágenes que conocemos a día de hoy del mismo, donde se
aprecia la caseta de proyecciones. En los años veinte del siglo XX se alza el
definitivo edificio, el Teatro-Cine Realejos, sobre parte del cementerio del
monasterio, por la iniciativa de Manuel Espinosa Chaves (+ Puerto de la Cruz,
1976). En un proceso, similar al sucedido en el cercano Puerto de la Cruz,
donde el convento de monjas dominicas acogió las primeras proyecciones(4).
Entre los corredores del mismo se instalaron el Ayuntamiento del Realejo Bajo,
la banda demúsica, las escuelas (separadas por sexos), la cárcel y la vivienda
de algún vecino que otro. En el centro del patio, además de las proyecciones de
cine, se realizaron peleas de gallos, como sucedió en otros edificios
monásticos de las Islas. En el caso realejero, todo ello hasta el incendio de
febrero de 1952, en que, como dijera Viera y Clavijo, en su “Historia de Canarias”,
“el último monasterio de monjas que se ha fundado en esta dió- cesis de
Canarias” ardiera la única casa femenina de la orden agustina del Archipiélago,
el último convento del municipio fruto de la mano del hombre. Y testigo de todo
lo descrito, del eco de historias de frailes y monjas, del incendio del
convento de San Juan en 1806, de maestros y alcaldes, de las fiestas del
Carmen, del sonido de las notas en los ensayos de la banda de música, de los
cantos de los gallos y los primeros rayos de luces del cine y la sorpresa de
los realejeros asistentes fue la palmera del convento, la heroína carmelita que
cantara el olvidado poeta local Gonzalo Siverio Hernández. (Los Realejos,
1901-1964) del que recordamos el poema “Ser dueño de toda tu sombra” (a la palmera
de San Agustín): ¡Que tu ya no existas, ni encuentres tus rastros;/ tú, que te
burlabas bien de la vejez;/ que tú, que, de noche, mirabas los astros,/
irguiéndote sobre tu propia altivez;/ y en cuatro bandejas (o cuatro
alabastros)/ en los que empolvaba la luna su tez,/ brindabas la sangre de miles
de hijastros/ que el sol a tu sombra confió una vez;/ tan pronto olvidarás que
ayer desafiabas/ la línea del Cielo, a donde avanzabas,/ cada año, un pasito,
cada hora, un renglón./ Parece mentira; y fuera eso, sueño,/ si yo nunca
hubiera soñado en ser dueño/ de toda tu sombra, por mala ambición”. Como
resalta en su obra el catedrático en clásicas por la Sorbona Gonzalo Siverio en
“Por rendirle mi amor”(5), tanto el convento como la palmera conformaron el imaginario
local, siendo una de sus referencias más presentes, desde Barcelona o París; un
modo de recordar su infancia y juventud en Los D EL DÍA, domingo, 17 de agosto
de 2014 p5 Realejos. El ex convento-ayuntamiento, donde su padre, de igual
nombre, fue secretario municipal debió de marcar parte de su vida. El poeta
debió de pasar muchas horas rondando, contemplando e indagando en el
desaparecido archivomunicipal del Realejo Bajo, pues el conocimiento quemuestra
en su obra de la historia local así lo prueba. Este olvidado poeta, este
destacado realejero, nos ha dejado una interesante visión delmunicipio, escrita
desde la distancia, plasmando en la lírica, los recuerdos del terruño natal(6).
A pesar de la virulencia con que las llamas consumieron el último de los
conventos realejeros, fruto de ese acto cobarde de borrar el paso de ciertos
elementos inapropiados para cargos públicos, las llamas no pudieron con la
palmera del patio principal, con la palmera del convento, que con su calcinado
tronco se sobrepuso al paso del fuego. Tronco y copa, se recuperaron de las
temperaturas y reverdecieron ante la mirada de vecinos y visitantes.
El
endemismo vegetal contempló la colocación de la primera piedra, el desmonte de
los muros calcinados y la elevación de la nueva iglesia del Nuestra Señora del
Carmen. Fue testigo de cómo se transfiguraba el entorno urbano y debió de
sentir la tala del pino de la entrada de la plaza como un augurio de su
destino. Tras la unificación de ambos municipios en 1955, el Alto y el Bajo se
transforman en Los Realejos, con la consiguiente lluvia demillones para la
creación de las infraestructuras necesarias para la dotación de la nueva
entidad. Dentro de esos planes, reflejados en la prensa y las crónicas
municipales, se sitúa el rediseño, la realización de una nueva plaza y, por
ende, sin explicación lógica, el corte de la palmera. Esa profunda renovación
de los tejidos urbanos, ese aire de nuevo pueblo, estéticanuovaque parece no
hemos parado de rediseñar, fue la que propició el cambio. Desde el consistorio
se procedió al diseño de una nueva plaza, un nuevo escenario para un nuevo
edificio. Como recoge Eduardo Zalba en su reciente estudio sobre la nueva
iglesia obra de Tomás Machado, el estudio, diseño de la nueva plaza, fue
encargado por la alcaldía en julio de 1956 al inspector general de arquitectura
del Ministerio de Vivienda Juan Margarit Serradell y se centró en el ajuste de
los desniveles del lugar tras el derrumbe de los muros del antiguo convento,
completando así la nueva imagen del solar que ocupó el convento agustino(7).
Pero el diseño deMargarit parece que no cumplió con las expectativas y esté-
tica puestas en el mismo. Así, en julio de 1960, cuatro años después, el
ayuntamiento expone en las páginas del programa de los festejos del Carmen de
ese año “El futuro de la plaza de San Agustín”, anunciando el inicio de las
obras tras las fiestas de julio. El autor de las mismas, del nuevo proyecto, es
el arquitecto tinerfeño Enrique Rumeu de Armas (Tenerife, 1907- 1978) con un
proyecto concebido con “gran efecto estético y adaptado a la especial
configuración del terreno”, dentro de las pautas que definió Navarro Segura
como orientadas hacia “los lenguajes vernáculos y monumentales” propuestos
desde el Mando Económico de Canarias que dirigió la posguerra en las Islas(8).
Rumeu planteaba el aprovechamiento del desnivel de la entonces calle
Generalísimo, ahora La Alhóndiga, para la creación de diversos locales
destinados a comercios, con un número de seis, uno de los cuales se destina a
la instalación de un bar-cafetería. Los locales se construirían por manos
privadas y las obras de la plaza de manos del consistorio. Como remate, se
proyectaban dos escalinatas de acceso –las presentes en la actualidad–, y sobre
el talud de contención de la plaza, unos jardines colgados y pérgolas, además
de diversos arboles y suelo de granito de distintos colores. Dentro de los
planes del consistorio y del arquitecto parece no tener cabida la palmera del
convento, pues, como se cita en el mismo artículo, se quiere que el histórico
lugar tome un aspecto de “fisonomía nueva y despejada”. De esta manera, la
superviviente al fuego de 1952 no mantenía su lugar donde la plantearan siglos
atrás, desapareciendo antes de 1965, en que ya deja de aparecer en las fotografías
del lugar. Con su tala desaparecía uno de los elementos que marcaban el paisaje
de San Agustín, y el imaginario de sus visitantes y vecinos. Su espacio visual
lo pasó a ocupar la nueva torre del Santuario de Nuestra Señora del Carmen,
dotada de reloj, lo que modificó igualmente el día a día de los lugare- ños(9).
De estamanera, el perfil del lugar pasó a ser dominado por la citada torre y el
Drago de Siete Fuentes(10), que ha perdurado hasta nuestros días. Los años
cincuenta y sesenta en Los Realejos fueron novedosos, de una profunda
renovación de los tejidos urbanos de la población. Visto con perspectiva, en su
tránsito por el tiempo, ese período debe ser analizado como un momento
aprovechado de auge económico, de adaptación a nuevos tiempos, pero, su coste
real en el entramado urbanístico, sobre el patrimonio histórico, sobre los
formatos econó- micos y sociales ¿se ha valorado? No pretendo ahondar más en el
tema, pues no era el propósito. Para acabar, hay que solicitar al Ayuntamiento
de Los Realejos que valore, que apueste por recuperar un símbolo del municipio,
con un ejemplar de “Phoenix canariensis”, palmera canaria, que no dificulte el
día a día de la plaza de San Agustín y se recupere este elemento vegetal,
elemento del imaginario colectivo, incomprensiblemente talado hace más de
cincuenta años. NOTAS (1) José Siverio Pérez “Los conventos del Realejo”
Ayuntamiento de Los Realejos, 1977. (2) Jesús Pérez Morera “La república del
claustro. jerarquía y estratos sociales en los conventos femeninos”. Anuario de
Estudios Atlánticos. Madrid - Las Palmas. 2005. nº 51 (3) Elizabeht Murray
“Recuerdos de Tenerife”.
Ediciones Idea. Sta. Cruz de Tenerife, 2004. (4)
Gonzalo Pavés Borges, “De como el Puerto de la Cruz conoció la luz del cine en
el patio del ex-convento de monjas (1906 - 1925)”. Coloquio de historia
Canarias-América. Cabildo de Gran Canaria, 1996. (5) Gonzalo Siverio Hernández.
“Por rendirle mi amor”. Barcelona, 1960. Olvidado poeta realejero cuyos huesos
reposan en el cementerio de San Francisco, de Los Realejos. Posee tres obras
publicadas en editoriales de Barcelona y numerosos artículos en la prensa
local. (6) Después de décadas de olvido, se recuperó su memoria en octubre de
2013, durante los actos festivos en honor de Ntra. Sra. del Rosario, patrocinados
por la Asociación Cultural 7 de Octubre de Los Realejos y la ayuda del
consistorio municipal. En los mismos, se procedió a la colocación de una
selección de poemas dedicados por nuestro autor al municipio, que, partiendo
desde la plaza del Carmen con el poema a la palmera, llegó hasta su casa natal,
haciendo un recorrido por toda la calle la Alhóndiga, pasando por el paseadero
y plaza de San Sebastián. Todo ello se completó con una conferencia dedicada a
analizar y poner en valor la figura de Gonzalo Siverio, impartida por quien
escribe, y un recital de algunos de sus poemas a cargo de Abilio Marín y
Francisco Hernández Fuentes. (7) Eduardo Zalba González. “Una nueva morada para
María. El incendio de 1952, los proyectos de reconstrucción y el santuario
actual”, en Vitis Floriger. La Virgen del Carmen de Los Realejos. Emblema de
fe, arte e historia. Parroquia de Ntra. Sra. del Carmen. Los Realejos. 2013.
(8) María Isabel Navarro Segura. “Arquitectura del mando económico en Canarias
(1941 - 46). La postguerra en el Archipiélago” Aula de Cultura de Tenerife.
Cabildo Insular. 1982. (9) La máquina fabricado por la Casa Viuda de Murua de
Vitoria, donada a la iglesia del Carmen por Nicolás González Abreu en 1966.
(10) Sobre su historia y presencia en el arte. Germán F. Rodríguez Cabrera “La
Finca del Drago de Siete Fuentes, de Los Realejos. Algunos datos para su
historia”. La Prensa, El Día. 7 de marzo de 2013.
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