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lunes, 6 de noviembre de 2017

DEL CLAUSTRO A LA PLAZA

Germán Rodríguez

La desaparecida palmera del convento de San Agustín, en Los Realejos.

Domingo, 17 de agosto de 2014, EL DÍA, La realidad de los pueblos es una acumulación de hechos, pasados y presentes, que de diversas maneras se van sumando en el imaginario colectivo de los habitantes que, siglo tras siglo, van ocupando aquellos espacios. Nuestras líneas, en esta ocasión, van dirigidas a rescatar de ese sustrato un elemento vegetal, recordado por muchas de las generaciones, incluidos los actuales habitantes del lugar. En 1699 pactan los responsables de hacer cumplir la voluntad testamentaria de Juan de Gordejuela y Juana de Mesa, su esposa, levantar el convento de San Andrés y Santa Mónica en el entonces Llano de San Sebastián (actual San Agustín). La firma del testamento pone manos a la obra a dos destacados artistas en la construcción del cenobio realejero: Diego deMiranda, en la parte de labra, levantado demampostería de losmuros y su ornato pétreo, y Francisco de Orta, en las labores de carpintería(1). Entre ambos elevaron uno de los conjuntos monacales más armónicos en proporción y forma de los fundados en la isla de Tenerife, de los levantados desde los cimentos, no como fruto de la acumulación de solares y estructuras previas. El diseño del mismo implicaba dos patios, cementerio (actual espacio ocupado por el Teatro -Cine Realejos) , campanario y ajimez desde donde las religiosas tuvieran una privilegiada vista del valle de Taoro; a ello se le sumarian todas las dependencias para almacenaje y desarrollo de la vida diaria de la comunidad. Los patios, con sus respectivos corredores, servirían tanto para huerta como de patio más al sur, dotado de unos corredores más sencillos en decoración, de simples barrotes lignarios; por contra, en el patio principal, la cara más “pública” del mismo, se encontraban la escalera principal, el acceso a la iglesia y al coro, además de las salas principales, como la capitular o el refectorio, piezas claves de todo convento. A ello se sumaban, en el claustro, las procesiones y los ritos propios de la orden. En palabras recogidas por el profesor Jesús Pérez Morera, los cenobios eran “recintos cerrados a los ojos de la sociedad civil; el monasterio femenino era una ciudad dentro de la cuidad, una república de mujeres, un alcázar de las hijas de Sión, un místico jardín”(2). Palabras que nos permiten entender la amplia idea de la vida tras los muros, que al igual que la del exterior se articulaba por niveles y posiciones marcadas, la mayor de las veces, por el pago de la dote o por cuna. Si entendemos el claustro y la vida monacal como una renuncia al siglo, al mundo exterior, es lógico entender que en el mismo, tras los muros, se situaran detalles, espacios que hicieran la vida más cómoda. Crear un ajardinado sitio, jardín místico. Los inicios de la jardinería, desde tiempos pretéritos, surgen en espacios domésticos donde el hombre da forma o intenta hacer a su mano a la naturaleza. Las huertas de conventos o patios serían el reflejo de los mismo espacios en las casas de habitación, con mucho peso en Canarias, donde, al modo renacentista, los jardines o huertos tenían esta misma función: la mezcla de plantas ornamentales con arboleda y arbustos frutales. Los Realejos no era ajeno a esta realidad, de la que aún sobreviven varios ejemplos tras los muros de algunas haciendas y casa particulares. Así pues, los claustros de los conventos realejeros debieron de tener un aspecto similar, dotados de plantas ornamentales y árboles frutales, que hicieran la vida más agradable, cercana a esa belleza de la creación divina. La visión que del mismo tienen o tuvieron los que contemplaron o pasearon por los patios del San Andrés y SantaMónica fue el resultado del paso de la exclaustración por el mismo, del uso civil, de la mano del hombre decimonónico, y no las de las religiosas que lo modelaron. En palabras de Elizabeth Murray (1856), testigo que trató con la últimamonja agustina que habitó entre sus muros, sor Jesús María de San José Álvarez , y de la que nos deja un interesante retrato humano, “el convento está ahora a un sinnúmero de fines. Se pueden ver cerdos alimentándose de raíces entre las ruinas, aves picando semillas y muchos niños jugando constantemente a lo largo del día, haciendo que el lugar, que en este tiempo fue dedicado a la paz de la religión, resuene ahora con sus gritos” (3). Los vecinos y visitantes contemplaron un patio ya dado a la burocracia, al día a día del pueblo y los avances tecnológicos del siglo XIX. 


En el primer patio del mismo se proyectó por primera vez cine. Testigo de ello son las citas de la prensa y las pocas imágenes que conocemos a día de hoy del mismo, donde se aprecia la caseta de proyecciones. En los años veinte del siglo XX se alza el definitivo edificio, el Teatro-Cine Realejos, sobre parte del cementerio del monasterio, por la iniciativa de Manuel Espinosa Chaves (+ Puerto de la Cruz, 1976). En un proceso, similar al sucedido en el cercano Puerto de la Cruz, donde el convento de monjas dominicas acogió las primeras proyecciones(4). Entre los corredores del mismo se instalaron el Ayuntamiento del Realejo Bajo, la banda demúsica, las escuelas (separadas por sexos), la cárcel y la vivienda de algún vecino que otro. En el centro del patio, además de las proyecciones de cine, se realizaron peleas de gallos, como sucedió en otros edificios monásticos de las Islas. En el caso realejero, todo ello hasta el incendio de febrero de 1952, en que, como dijera Viera y Clavijo, en su “Historia de Canarias”, “el último monasterio de monjas que se ha fundado en esta dió- cesis de Canarias” ardiera la única casa femenina de la orden agustina del Archipiélago, el último convento del municipio fruto de la mano del hombre. Y testigo de todo lo descrito, del eco de historias de frailes y monjas, del incendio del convento de San Juan en 1806, de maestros y alcaldes, de las fiestas del Carmen, del sonido de las notas en los ensayos de la banda de música, de los cantos de los gallos y los primeros rayos de luces del cine y la sorpresa de los realejeros asistentes fue la palmera del convento, la heroína carmelita que cantara el olvidado poeta local Gonzalo Siverio Hernández. (Los Realejos, 1901-1964) del que recordamos el poema “Ser dueño de toda tu sombra” (a la palmera de San Agustín): ¡Que tu ya no existas, ni encuentres tus rastros;/ tú, que te burlabas bien de la vejez;/ que tú, que, de noche, mirabas los astros,/ irguiéndote sobre tu propia altivez;/ y en cuatro bandejas (o cuatro alabastros)/ en los que empolvaba la luna su tez,/ brindabas la sangre de miles de hijastros/ que el sol a tu sombra confió una vez;/ tan pronto olvidarás que ayer desafiabas/ la línea del Cielo, a donde avanzabas,/ cada año, un pasito, cada hora, un renglón./ Parece mentira; y fuera eso, sueño,/ si yo nunca hubiera soñado en ser dueño/ de toda tu sombra, por mala ambición”. Como resalta en su obra el catedrático en clásicas por la Sorbona Gonzalo Siverio en “Por rendirle mi amor”(5), tanto el convento como la palmera conformaron el imaginario local, siendo una de sus referencias más presentes, desde Barcelona o París; un modo de recordar su infancia y juventud en Los D EL DÍA, domingo, 17 de agosto de 2014 p5 Realejos. El ex convento-ayuntamiento, donde su padre, de igual nombre, fue secretario municipal debió de marcar parte de su vida. El poeta debió de pasar muchas horas rondando, contemplando e indagando en el desaparecido archivomunicipal del Realejo Bajo, pues el conocimiento quemuestra en su obra de la historia local así lo prueba. Este olvidado poeta, este destacado realejero, nos ha dejado una interesante visión delmunicipio, escrita desde la distancia, plasmando en la lírica, los recuerdos del terruño natal(6). A pesar de la virulencia con que las llamas consumieron el último de los conventos realejeros, fruto de ese acto cobarde de borrar el paso de ciertos elementos inapropiados para cargos públicos, las llamas no pudieron con la palmera del patio principal, con la palmera del convento, que con su calcinado tronco se sobrepuso al paso del fuego. Tronco y copa, se recuperaron de las temperaturas y reverdecieron ante la mirada de vecinos y visitantes. 


El endemismo vegetal contempló la colocación de la primera piedra, el desmonte de los muros calcinados y la elevación de la nueva iglesia del Nuestra Señora del Carmen. Fue testigo de cómo se transfiguraba el entorno urbano y debió de sentir la tala del pino de la entrada de la plaza como un augurio de su destino. Tras la unificación de ambos municipios en 1955, el Alto y el Bajo se transforman en Los Realejos, con la consiguiente lluvia demillones para la creación de las infraestructuras necesarias para la dotación de la nueva entidad. Dentro de esos planes, reflejados en la prensa y las crónicas municipales, se sitúa el rediseño, la realización de una nueva plaza y, por ende, sin explicación lógica, el corte de la palmera. Esa profunda renovación de los tejidos urbanos, ese aire de nuevo pueblo, estéticanuovaque parece no hemos parado de rediseñar, fue la que propició el cambio. Desde el consistorio se procedió al diseño de una nueva plaza, un nuevo escenario para un nuevo edificio. Como recoge Eduardo Zalba en su reciente estudio sobre la nueva iglesia obra de Tomás Machado, el estudio, diseño de la nueva plaza, fue encargado por la alcaldía en julio de 1956 al inspector general de arquitectura del Ministerio de Vivienda Juan Margarit Serradell y se centró en el ajuste de los desniveles del lugar tras el derrumbe de los muros del antiguo convento, completando así la nueva imagen del solar que ocupó el convento agustino(7). Pero el diseño deMargarit parece que no cumplió con las expectativas y esté- tica puestas en el mismo. Así, en julio de 1960, cuatro años después, el ayuntamiento expone en las páginas del programa de los festejos del Carmen de ese año “El futuro de la plaza de San Agustín”, anunciando el inicio de las obras tras las fiestas de julio. El autor de las mismas, del nuevo proyecto, es el arquitecto tinerfeño Enrique Rumeu de Armas (Tenerife, 1907- 1978) con un proyecto concebido con “gran efecto estético y adaptado a la especial configuración del terreno”, dentro de las pautas que definió Navarro Segura como orientadas hacia “los lenguajes vernáculos y monumentales” propuestos desde el Mando Económico de Canarias que dirigió la posguerra en las Islas(8). Rumeu planteaba el aprovechamiento del desnivel de la entonces calle Generalísimo, ahora La Alhóndiga, para la creación de diversos locales destinados a comercios, con un número de seis, uno de los cuales se destina a la instalación de un bar-cafetería. Los locales se construirían por manos privadas y las obras de la plaza de manos del consistorio. Como remate, se proyectaban dos escalinatas de acceso –las presentes en la actualidad–, y sobre el talud de contención de la plaza, unos jardines colgados y pérgolas, además de diversos arboles y suelo de granito de distintos colores. Dentro de los planes del consistorio y del arquitecto parece no tener cabida la palmera del convento, pues, como se cita en el mismo artículo, se quiere que el histórico lugar tome un aspecto de “fisonomía nueva y despejada”. De esta manera, la superviviente al fuego de 1952 no mantenía su lugar donde la plantearan siglos atrás, desapareciendo antes de 1965, en que ya deja de aparecer en las fotografías del lugar. Con su tala desaparecía uno de los elementos que marcaban el paisaje de San Agustín, y el imaginario de sus visitantes y vecinos. Su espacio visual lo pasó a ocupar la nueva torre del Santuario de Nuestra Señora del Carmen, dotada de reloj, lo que modificó igualmente el día a día de los lugare- ños(9). De estamanera, el perfil del lugar pasó a ser dominado por la citada torre y el Drago de Siete Fuentes(10), que ha perdurado hasta nuestros días. Los años cincuenta y sesenta en Los Realejos fueron novedosos, de una profunda renovación de los tejidos urbanos de la población. Visto con perspectiva, en su tránsito por el tiempo, ese período debe ser analizado como un momento aprovechado de auge económico, de adaptación a nuevos tiempos, pero, su coste real en el entramado urbanístico, sobre el patrimonio histórico, sobre los formatos econó- micos y sociales ¿se ha valorado? No pretendo ahondar más en el tema, pues no era el propósito. Para acabar, hay que solicitar al Ayuntamiento de Los Realejos que valore, que apueste por recuperar un símbolo del municipio, con un ejemplar de “Phoenix canariensis”, palmera canaria, que no dificulte el día a día de la plaza de San Agustín y se recupere este elemento vegetal, elemento del imaginario colectivo, incomprensiblemente talado hace más de cincuenta años. NOTAS (1) José Siverio Pérez “Los conventos del Realejo” Ayuntamiento de Los Realejos, 1977. (2) Jesús Pérez Morera “La república del claustro. jerarquía y estratos sociales en los conventos femeninos”. Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid - Las Palmas. 2005. nº 51 (3) Elizabeht Murray “Recuerdos de Tenerife”. 

Ediciones Idea. Sta. Cruz de Tenerife, 2004. (4) Gonzalo Pavés Borges, “De como el Puerto de la Cruz conoció la luz del cine en el patio del ex-convento de monjas (1906 - 1925)”. Coloquio de historia Canarias-América. Cabildo de Gran Canaria, 1996. (5) Gonzalo Siverio Hernández. “Por rendirle mi amor”. Barcelona, 1960. Olvidado poeta realejero cuyos huesos reposan en el cementerio de San Francisco, de Los Realejos. Posee tres obras publicadas en editoriales de Barcelona y numerosos artículos en la prensa local. (6) Después de décadas de olvido, se recuperó su memoria en octubre de 2013, durante los actos festivos en honor de Ntra. Sra. del Rosario, patrocinados por la Asociación Cultural 7 de Octubre de Los Realejos y la ayuda del consistorio municipal. En los mismos, se procedió a la colocación de una selección de poemas dedicados por nuestro autor al municipio, que, partiendo desde la plaza del Carmen con el poema a la palmera, llegó hasta su casa natal, haciendo un recorrido por toda la calle la Alhóndiga, pasando por el paseadero y plaza de San Sebastián. Todo ello se completó con una conferencia dedicada a analizar y poner en valor la figura de Gonzalo Siverio, impartida por quien escribe, y un recital de algunos de sus poemas a cargo de Abilio Marín y Francisco Hernández Fuentes. (7) Eduardo Zalba González. “Una nueva morada para María. El incendio de 1952, los proyectos de reconstrucción y el santuario actual”, en Vitis Floriger. La Virgen del Carmen de Los Realejos. Emblema de fe, arte e historia. Parroquia de Ntra. Sra. del Carmen. Los Realejos. 2013. (8) María Isabel Navarro Segura. “Arquitectura del mando económico en Canarias (1941 - 46). La postguerra en el Archipiélago” Aula de Cultura de Tenerife. Cabildo Insular. 1982. (9) La máquina fabricado por la Casa Viuda de Murua de Vitoria, donada a la iglesia del Carmen por Nicolás González Abreu en 1966. (10) Sobre su historia y presencia en el arte. Germán F. Rodríguez Cabrera “La Finca del Drago de Siete Fuentes, de Los Realejos. Algunos datos para su historia”. La Prensa, El Día. 7 de marzo de 2013.

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