Víctor Yanes
¿En qué momento decidimos no volver a
hablarnos, querido adversario? Me gustaría que te lo preguntaras como me lo
pregunto yo, en medio de este trance histórico lleno de dudas.
Hemos hablado
en abundancia, con palabras grandes y pomposas, del valor innegociable de la
pluralidad. Hemos dado una garantía de esperanza a la gente, hablando de que la
democracia es la suma de entendimientos, lo sabes tanto como yo. Vendemos
esperanza frágil y a la vez encantadora, basada en el deseo, en la inducción al
deseo a través de la sugestión, porque tanto tú, querido adversario, como yo,
programamos en las mentes y en los corazones de nuestros conciudadanos el
anhelo inflamado de unos sueños de prosperidad y de cambio. Ellos ponen
generosamente de su parte: nos votan y desean y creen que, por hacerlo, por el
simple y ridículo hecho de desear y de votarnos, la realidad que tanto les
entristece, cambiará.
Nosotros, estimado adversario, lo único que tenemos que
hacer es hablarles con el tono encantador de la casi completa mentira, ya que
nuestra supervivencia política es lo que está en juego. Practicamos el arte de
la media verdad, que es el ingenio de los manipuladores que se muestran ante la
amplia mayoría del populacho como magos conseguidores. Estamos moralmente muertos,
querido adversario. Mantenemos la contienda viva porque nos necesitamos
mutuamente para garantizar nuestra supervivencia, pero estamos atrapados en un
punzante miedo que nos impide acercarnos a la sala de negociaciones. El posible
entendimiento nos provoca un temor profundo a la pérdida, un vértigo
indescriptible lleno de sudor frío e intestinos que se aflojan. No estamos
dispuestos a perder la confianza de nuestra hinchada, de todos esos votantes a
los que tratamos igual que si fueran retrasados mentales o peregrinos de una
causa justa que nuestra incompetencia política ha transformado en propaganda.
Nuestros votantes, querido adversario, no quieren pensar, hasta los que
presuponíamos como destacados pensantes que elaboraban muy bien sus opiniones
críticas hacia nosotros, han terminado por abandonar su distinguida voz
intelectual para necesitar visceralmente posicionarse. Brillante conquista la
de dar muerte a la inteligencia. Siempre hay que ir al hígado con un gancho de
derecha, hasta que el pensador más mordaz y brillante, deje de resistirse y
expulse a chorros la bilis de su propio odio hacia el enemigo que tanto tú como
yo, estimado adversario, hemos creado.
El
desesperante anhelo de posicionamiento es la carne joven y atractiva que da
vida al populacho, vida primitiva de bestia emocionalmente portentosa y
discapacitada. La propaganda es el éxtasis. Sigamos construyendo, querido
adversario político, la grandiosidad de nuestro éxito. La gente siempre pone la
cara. Ellos nunca fallan a la llamada de la mentira. Brindemos por nuestro odio
precocinado, que el sistema sigue vivo y sin fisuras.
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