Salvador García Llanos
El pleno del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz ha aprobado,
por unanimidad, una propuesta del Grupo Municipal Socialista consistente en
llevar a cabo durante el verano unas celebraciones que, poco menos, equivalgan
a las de Carnaval.
Con los debidos respetos, nos parece una iniciativa
inapropiada y fuera de lugar, que ni siquiera servirá para estimular la
creatividad de quienes tienen en las fiestas populares una fuente de
inspiración y realización. Cada cosa tiene su tiempo y sus fechas. Tratar de
innovar, simplemente a partir de una asimilación siquiera en un tiempo proclive
a la distensión y al divertimento, es una propuesta, cuando menos, extraña. Lo
de menos es disfrazarse de bombero o arlequín en plena canícula:
previsiblemente, las temperaturas invitarían a ir con cuanta menos ropa, mejor.
Lo sustantivo es que ni hay ambiente ni se dan las circunstancias para que la
participación sea efectiva y para que el contenido de la programación reúna
unos alicientes adecuados. No los hay ahora, cómo sería en verano…
Y este planteamiento es el que nos aproxima a argumentos
más sensatos. Por ejemplo, si el Carnaval portuense está, como otras tantas
cosas de la ciudad, en plena decadencia, ¿por qué no estimularlo y potenciarlo
para que recobre cuotas de popularidad y brillantez que ya tuvo?, ¿por qué no
hacerlo cuando toca, en los días que corresponde, en el calendario de toda la
vida? Eso parecería lo lógico: se trata de no contribuir a desnaturalizarlo o a
desvirtuarlo aún más, inventándose unos números festivos en una época que muy
pocos entenderían y en la que, entre las Fiestas de Julio y las de los barrios,
más añadidos puntuales que siempre surgen, vamos sobrados de jolgorio y
desenfado.
El Carnaval del Puerto de la Cruz requiere de más
imaginación, por un lado; y de un esfuerzo colectivo para enriquecerlo, especialmente
por parte de quienes sienten la fiesta, la viven, la quieren. Y eso es muy
respetable. El Carnaval portuense, lo hemos dicho por activa y por pasiva,
tiene su propia personalidad. Y si ésta palidece o se difumina, se trata de
revitalizarla.
Desde otro ángulo, el acuerdo adoptado flaquea: el
municipio tiene en estos momentos otras necesidades y otros apremios. Hay
problemas que se eternizan, no se dispone de un presupuesto, falta impulso
político para atender demandas ciudadanas.
Esta es la realidad: un Ayuntamiento maniatado, económica y
financieramente hablando, con los recursos justos para cumplir con las
obligaciones, y que no es capaz, otro ejemplo, de regular la ocupación de la
vía pública, tiene aspectos más importantes que atender antes que experimentar
con fiestas de Carnaval ¡en época veraniega!
Habrá guiado la mejor intención a los promotores -es una
lástima que otras iniciativas suyas en este pleno vayan a ser inadvertidas o no
prosperen- y a quienes han producido el acuerdo -la unanimidad es indicadora de
identificación con la idea- pero menos pan y circo cuando hay tantas carencias,
cuando tantas dudas sigue inspirando el modelo que se quiere y cuando el
estancamiento en varias actuaciones y proyectos raya en la esclerotización.
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