Manuel
Hernández González
Profesor
Titular de Historia de América de La Universidad de La Laguna.
Según
cifras aportadas por la profesora Cifre de Loubriel aparecen registrados en
Puerto Rico entre 1830 y 1839 182 inmigrantes canarios, cifra que plantea que
se debía doblar en la realidad. La inmensa mayoría de ellos se dedicarían al
trabajo agrícola, lo que contrasta con el resto de las migraciones, cuyo
porcentaje más alto es el de los vascos, que no llega sino al 5´8% del total.
Fueron, por tanto, los isleños los que contribuyeron al auge agrícola
puertorriqueño de mediados del XIX. El 57´2 de los inmigrantes se distribuyeron
por el llano costero del país. La proximidad de los poblados favoreció la
endogamia y los vínculos familiares y de paisanaje. Desde la segunda década del
siglo XIX, con su mayor auge en la década de los cuarenta, este sector casi
vacío se vio reforzado por familias canarias que venían en grupo, mientras que
la presencia de otras áreas fue muy reducida. Las restantes regiones, aunque en
menor medida tuvieron aportes pobladores de familias isleñas. Sólo las colinas
semiáridas del sur no les atrajeron, mientras que en las montañas húmedas del
este central su número fue escaso.
Los
canarios contribuyeron a expandir las áreas de cultivo, a aumentar la
producción agrícola y a proveer de mano de obra a la isla para mejorar las vías
de comunicación. A ellos está ligado una parte de la expansión cafetalera
puertorriqueña y prácticamente la totalidad del campesinado blanco que conformó
uno de los mitos seculares de identificación de la isla, el jíbaro que en sus
costumbres y tradiciones, su forma de hablar y expresiones de su cultura popular
tuvo un denso sedimento isleño. La notable migración isleña de la primera mitad
del siglo XIX, anterior a la incentivación de la emigración foránea de su
segunda mitad contribuyó, junto con la de épocas anteriores en buena medida a
la formación de la etnicidad y la cultura popular isleña, especialmente en el
medio rural en las áreas donde la esclavitud tuvo una importancia prácticamente
nula.
El
Festival de Máscaras del pueblo del Hatillo en Puerto Rico tiene su origen en
Canarias. En este carnaval participaban en exclusiva personas de origen
canario. Ha sobrevivido hasta nuestros días tras estar al borde de desaparecer
en la década de los 60 y hoy es la fiesta principal del pueblo. La emigración
canaria, que explica el espectacular crecimiento de la isla en el siglo XVIII,
continuó a lo largo del siglo XIX. Determinante en su primera mitad, fue de
menor trascendencia en la segunda. Sin embargo, y esto es su característica
esencial, lo que explica su permanencia a lo largo de la historia y su estrecha
ligazón con el mundo agrario es que fue esencialmente campesina y familiar. De
esa forma los pueblos fundados por isleños en el siglo XVIII recibieron nuevos
aportes demográficos que resaltaron esa estrecha relación cultural entre el
jíbaro puertorriqueño y el campesino canario. En un área tan distante de la
capital como el Hatillo se establecieron numerosas familias unidas por
estrechos lazos de parentesco y origen geográfico. Entre 1840 y 1860 un amplio
número de ellas emigraron a sus campos huyendo de la miseria que les atenazaba
en sus islas natales. Como ha estudiado Enrique Delgado Plasencia, siguieron
manteniendo las costumbres de sus islas de origen. Entre ellas la de visitar a
sus familiares y amigos disfrazados con trajes de mujer, tacos, medias largas,
sombrero ancho y un disfraz o antifaz de cartón. Este les permitía comer y
beber lo que le ofrecían sus anfitriones, que se esforzaban en adivinar quienes
eran. Llevaban un bolso en el que echaban las monedas que les ofrecían.
La
gran mayoría de los inmigrantes canarios que arribaron a este pueblo entre 1840
y 1860 procedían casi todos de la isla de Tenerife, y particularmente de San
Miguel de Abona. También los hubo de Los Realejos. Utuado. Café Aguadillas La
gran mayoría eran analfabetos. Los canarios en el mundo rural. Su actividad
anterior eran las labores del campo. Adquirieron con el tiempo grandes
extensiones de tierra. Eran conocidos por su incansable labor y por su trabajo
constante hasta el anochecer. Sus costumbres eran cristianas y rezaban el
rosario todos los días. Su establecimiento principal fueron los barrios de
Carrizales, Naranjito, Capaez, y Corcovadas de Hatillo y Hato Debajo de
Arecibo, que estaba contiguo a los anteriores. Celebraban como en su isla natal
ceremonias marcadas por el calendario agrario, que les obligaba a festejar
durante la noche. Entre sus celebraciones destacaban las Navidades, el Carnaval
y la Semana Santa, teniendo un carácter de continuidad. La continuidad de las
Navidades y el Carnaval como en su tierra natal explica que se enmascarasen en
el Día de los Inocentes, vestidos tal y como la hacían en San Miguel de Abona.
Son llamativos los trajes de máscaras por sus vivos colores con pantalones que llegaban
hasta las rodillas.
El
recorrido de las visitas se hace a pie, pero para poder visitar mayor número de
casas, se suele hacer a caballo. En nuestros días los centros culturales
locales han tenido gran interés en su pervivencia. Estas máscaras de hombres
vestidos de mujer se extendieron por otros lugares de Puerto Rico donde había
concentración de canarios. En el barrio Piletas de Lares se celebraba. Otro
tanto ocurría en el barrio Sama de Jayuya y en Manatí. Pero sólo han continuado
en nuestros días en El Hatillo y en el Hato Arriba.
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