Salvador García Llanos
Pareciera que algo se
mueve en el Puerto (comienzo de las obras en un tramo del Camino La Costa,
readjudicación del Plan Especial del Casco Histórico, un nuevo soporte de
promoción turística presentado en FITUR, otra idea sobre el destino del antiguo
hotel/casino Taoro) pero no es para lanzar cohetes: el municipio sigue teniendo
carencias serias, algunos de sus problemas se prolongan sin remedio y lo que es
peor, la sensación de abandono, de languidecimiento, de suerte echada y de
rutina sigue predominando. Es como si el Puerto de la Cruz estuviera cerrado a
los revulsivos. Menos mal que el Cabildo Insular sigue interviniendo para
dinamizar algunas actuaciones.
El caso es que, cumplidos los seis primeros meses del
mandato, seguimos sin saber cuál es el pacto de gobierno suscrito entre el
Partido Popular y Coalición Canaria, qué contiene, cuáles son sus prioridades,
cuál es el modelo de ciudad… Más de uno dirá que es igual, que viene
funcionando -bien o mal, como sea, pero lo hace- y que tampoco es para quebrarse
la cabeza. Pues sí, hay que quebrársela mientras no se cumplan elementales
cánones de la política. Las cosas serias -y la gobernabilidad de un municipio
lo es- hay que tomárselas con un mínimo de rigor: no es cuestión de dejar pasar
los días y esperar que llegue fin de mes. Hay que disponer de una programación
básica, hay que trazar unos objetivos, hay que promover: dejarse arrastrar por
la rutina es lo más fácil del mundo.
Cierto que la población se ha adocenado, su pasividad y su
indolencia alcanzan niveles mayúsculos -¿dónde fue a parar aquel espíritu
crítico e indómito de los portuenses?- y entre la resignación y el
escepticismo, entre el temor, la indolencia y la responsabilidad descansada en
tercero, se ha ido acostumbrando a verlas venir. Dicho coloquialmente: le da
igual casi todo. Antes, hasta no hace mucho, las culpas, por sistema, eran del
Ayuntamiento. Ahora, ni eso. Ni la anárquica e incontrolada ocupación de la vía
pública merece un comunicado de malestar de cinco líneas de una comunidad vecinal.
Si no hay pacto de gobierno local -existe, todo lo más, un
acuerdo para distribuir competencias y cargos e impedir que gobernara el
partido ganador de las elecciones- no es de extrañar que se carezca, al cabo de
seis meses, de un presupuesto. Aún flotan en el ambiente las hilarantes
disculpas dadas para la tardanza en su confección. Eso también importa poco a
la ciudadanía. Como si oyera llover (aunque no lo haga), aunque sean sus tasas
y sus tributos lo que está en juego. Ni por sus contribuciones y el destino que
se da a las mismas se mueve. Qué conformismo.
Y si descendemos ya a cuestiones concretas, prepárense para
deprimirse. Solo en un sitio como el Puerto de la Cruz puede ocurrir que el
titular o los titulares de una concesión administrativa ni paguen el cánon
durante tres años ni devuelvan las llaves cuando se resuelve el contrato. Eso
ocurre con parte de los servicios del complejo Costa Martiánez. No dudamos que
se hayan dado los pasos subsiguientes desde el punto de vista administrativo -¡bueno
fuera que no!- pero, independientemente de que se entable o no otro
contencioso, los perjuicios son evidentes -por muchas indemnizaciones que la
Ley haya previsto-, la incertidumbre galopa a caballo tendido, la calidad de
las prestaciones se resiente, el daño que se causa a la instalación sigue in
crescendo y la imagen de descontrol, de
falta de autoridad y de capacidad decisoria que se proyecta es cada vez más
palpable.
Este es, salvo esas cosas que se mueven, el Puerto de la Cruz
de principios de año. Tristemente.
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