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sábado, 2 de enero de 2016

EN AQUELLOS PORTALES DE BELÉN


Isidro Pérez Brito

El imperio de los sentidos, la exaltación de los elementos de vida humanos basados en lo que vemos, oímos, tocamos, saboreamos y finalmente captamos sensorialmente para poder tener una clara y diáfana impresión de lo que nos circunda a diario.

Y es que en ese imperio de los sentidos jugaba un papel fundamental la carencia de elementos propios de esta época del año, es decir, el olor a pasteles recién hechos que pugnaba en aquel aire ya gélido que subía o bajaba, según antojo, por la calle El Sol, por ser los mejores de Los Realejos, y si son del Realejo, ya saben ustedes, todos son…buenos. Ese olor a papel celofán azul, rojo o verde, con el que se forraba el bombillo que en el portal se colocaba dentro de la cueva o establo, a gusto del consumidor, y que al borde del incendio dejaba la estela o hilillo que ascendía lentamente dejando aquel tufillo parecido al del cortocircuito que de tanto olerlo hasta al final te gustaba. Aquel olor a papel de regalo, pintado de muchos colores y formas, que no entendíamos al principio como se despilfarraba para envolver los regalos que los reyes nos habían dejado en casa… eran tan bonitos que hasta hace poco guardaba alguno (sí, ya sé que soy algo friki). El olor a aquellas peponas, una mezcla de goma y perfume que te daban ganas en más de una ocasión de hincarle el diente, mala elección cuando tu boca percibía el amargor del plástico tratado. El placer de subir por la escalera del portón parándote en cada rellano para averiguar cuál iba a ser el menú de la cena de Nochebuena… Aquí carne asada, aquí, nif, nif, carne conejo, uff, uff, cómo huele a pescado y a esos bichos que vimos en la tele con antenas y ojos reventones,.. Los langostinos ¿Quién se comen eso muchacho?

El sonido de las botellas dentro del bolso de rejillas a rallas que traías de la venta con mucho esfuerzo y que tenían que durar todas las Navidades, ocupando su lugar en aquel mueble bar de formica azul claro que tenía la puerta central con imán y que al abrirla aparecían el Marie Brizar, el Martini, el Ponche Caballero, la botella de coñac Fundador y, por supuesto no podía faltar la de Anís el Mono.

¡Qué recuerdos, Dios mío!

Para el tacto guardo con verdadero cariño aquellas piedras muertas que nuestra madre nos mandaba a buscar para hacer el portal, dejando caer el esperma, que era palabra tabú sustituida por el eufemismo esperma, el  de la vela para imitar con las gotas solidificadas la espuma del agua de los arroyos de montaña y el lugar donde se ponía la sagrada familia con el buey y la mula, dejando el pesebre vacío hasta el veinticuatro por la noche cuando nuestra madre sacaba al niño Jesús de su escondite, pues creía firmemente que ponerlo antes de esa fecha y hora traía mala suerte.


Tengo en mi memoria uno de los pasajes más bonitos de mi infancia, cuando nos metíamos por los barrancos en busca del ansiado mujo (oferta y palabra sólo válida para Canarias y San Borondón) que era junto con los helechos los elementos naturales imprescindibles en cualquier belén que se preciara. En uno de los márgenes del barranco de La Lora, subiendo justo por detrás de la cantera, camino hacia el salto de las palomas, estaba aquel santuario del mujo verde, mullido, esponjoso y con olor a humedad natural que al pisarlo parecía una alfombra de esas que se colocan en las grandes ocasiones.

Para el río nada mejor que la sal gruesa y el añil de la ropa, mezcla en la que nunca nos poníamos de acuerdo, para unos tenía que ser más clara, para otros más oscura, y en el intre sin que nadie se percatara te echabas aquella piedrita salada con sabor azul que te dejaba la boca tiznada del mismo color del río salobre. Para evitar tales desmanes había gente que ponía un espejo y se acababa la bobería, dejando bien tapadito los lados del plástico con serrín de madera o zahorra roja o gris, dando esa impresión desértica propia de la Palestina donde estaba el pueblo de Belén (el lugar del pan), sufriendo ya en aquella época de Netanyahu… No hombre eso es un chiste, aunque el dato histórico en cuestión de milenios sólo cambió a romanos por judíos y a judíos por palestinos.

No, no, a mí no me pongas los reyes con los pajes y los camellos delante de la cueva, sino me los vas poniendo cada día más cerca hasta que llegue el cinco de enero por la noche y noooo, que los madelman no puedes ponerlos que son muy grandes y desentonan con las figuritas que compramos en casa de Felipito.


Bueno, ya está todo preparado para encender las luces del portal, la estrella está situada en el sitio, el hilo de tanza del que cuelga el ángel apenas se ve y los polvos talco de verdad parece la nieve de las montañas,…pero me dices ahora que hay que colocar otra figura más, el hombre cagando, qué risa le das la vuelta y ves el rolete y el culo al aire… Quién me iba a decir a mí que esa figura traída de la tradición catalana, el cagalet iba a convertirse en otra figura Más, como el presidente, pues colócala en algún rincón y que cague más a gusto.

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