Isidro
Pérez Brito
El
imperio de los sentidos, la exaltación de los elementos de vida humanos basados
en lo que vemos, oímos, tocamos, saboreamos y finalmente captamos
sensorialmente para poder tener una clara y diáfana impresión de lo que nos circunda
a diario.
Y
es que en ese imperio de los sentidos jugaba un papel fundamental la carencia
de elementos propios de esta época del año, es decir, el olor a pasteles recién
hechos que pugnaba en aquel aire ya gélido que subía o bajaba, según antojo, por
la calle El Sol, por ser los mejores de Los Realejos, y si son del Realejo, ya
saben ustedes, todos son…buenos. Ese olor a papel celofán azul, rojo o verde,
con el que se forraba el bombillo que en el portal se colocaba dentro de la
cueva o establo, a gusto del consumidor, y que al borde del incendio dejaba la
estela o hilillo que ascendía lentamente dejando aquel tufillo parecido al del
cortocircuito que de tanto olerlo hasta al final te gustaba. Aquel olor a papel
de regalo, pintado de muchos colores y formas, que no entendíamos al principio
como se despilfarraba para envolver los regalos que los reyes nos habían dejado
en casa… eran tan bonitos que hasta hace poco guardaba alguno (sí, ya sé que
soy algo friki). El olor a aquellas peponas, una mezcla de goma y perfume que
te daban ganas en más de una ocasión de hincarle el diente, mala elección
cuando tu boca percibía el amargor del plástico tratado. El placer de subir por
la escalera del portón parándote en cada rellano para averiguar cuál iba a ser
el menú de la cena de Nochebuena… Aquí carne asada, aquí, nif, nif, carne
conejo, uff, uff, cómo huele a pescado y a esos bichos que vimos en la tele con
antenas y ojos reventones,.. Los langostinos ¿Quién se comen eso muchacho?
El
sonido de las botellas dentro del bolso de rejillas a rallas que traías de la
venta con mucho esfuerzo y que tenían que durar todas las Navidades, ocupando
su lugar en aquel mueble bar de formica azul claro que tenía la puerta central
con imán y que al abrirla aparecían el Marie Brizar, el Martini, el Ponche Caballero,
la botella de coñac Fundador y, por supuesto no podía faltar la de Anís el
Mono.
¡Qué
recuerdos, Dios mío!
Para
el tacto guardo con verdadero cariño aquellas piedras muertas que nuestra madre
nos mandaba a buscar para hacer el portal, dejando caer el esperma, que era
palabra tabú sustituida por el eufemismo esperma, el de la vela para imitar con las gotas
solidificadas la espuma del agua de los arroyos de montaña y el lugar donde se
ponía la sagrada familia con el buey y la mula, dejando el pesebre vacío hasta
el veinticuatro por la noche cuando nuestra madre sacaba al niño Jesús de su
escondite, pues creía firmemente que ponerlo antes de esa fecha y hora traía
mala suerte.
Tengo
en mi memoria uno de los pasajes más bonitos de mi infancia, cuando nos
metíamos por los barrancos en busca del ansiado mujo (oferta y palabra sólo
válida para Canarias y San Borondón) que era junto con los helechos los
elementos naturales imprescindibles en cualquier belén que se preciara. En uno
de los márgenes del barranco de La Lora, subiendo justo por detrás de la
cantera, camino hacia el salto de las palomas, estaba aquel santuario del mujo
verde, mullido, esponjoso y con olor a humedad natural que al pisarlo parecía
una alfombra de esas que se colocan en las grandes ocasiones.
Para
el río nada mejor que la sal gruesa y el añil de la ropa, mezcla en la que
nunca nos poníamos de acuerdo, para unos tenía que ser más clara, para otros
más oscura, y en el intre sin que nadie se percatara te echabas aquella
piedrita salada con sabor azul que te dejaba la boca tiznada del mismo color
del río salobre. Para evitar tales desmanes había gente que ponía un espejo y
se acababa la bobería, dejando bien tapadito los lados del plástico con serrín
de madera o zahorra roja o gris, dando esa impresión desértica propia de la
Palestina donde estaba el pueblo de Belén (el lugar del pan), sufriendo ya en
aquella época de Netanyahu… No hombre eso es un chiste, aunque el dato
histórico en cuestión de milenios sólo cambió a romanos por judíos y a judíos
por palestinos.
No,
no, a mí no me pongas los reyes con los pajes y los camellos delante de la
cueva, sino me los vas poniendo cada día más cerca hasta que llegue el cinco de
enero por la noche y noooo, que los madelman no puedes ponerlos que son muy
grandes y desentonan con las figuritas que compramos en casa de Felipito.
Bueno,
ya está todo preparado para encender las luces del portal, la estrella está
situada en el sitio, el hilo de tanza del que cuelga el ángel apenas se ve y
los polvos talco de verdad parece la nieve de las montañas,…pero me dices ahora
que hay que colocar otra figura más, el hombre cagando, qué risa le das la
vuelta y ves el rolete y el culo al aire… Quién me iba a decir a mí que esa
figura traída de la tradición catalana, el cagalet iba a convertirse en otra
figura Más, como el presidente, pues colócala en algún rincón y que cague más a
gusto.
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