Salvador García Llanos
Ahora resulta que
comerciantes e industriales de la zona centro del Puerto de la Cruz han
denunciado al Ayuntamiento por un un supuesto cobro indebido de las tasas por
ocupación de la vía pública. Se quejan de no haber sido avisados del incremento
-se supone que aprobado por el pleno de la corporación- y de que, en algunos
casos, tal aumento triplica el importe del ejercicio anterior. Puede que las
discrepancias terminen judicializándose. Contencioso ‘habemus’.
Puede no, seguro,
si tenemos en cuenta las manifestaciones públicas de los afectados y de su
representación legal: fue el propio gobierno local (CC+PP) el que, según dicen,
reconoció su error y les animó a presentar una impugnación que luego terminó
rechazando, apoyándose en las disposiciones de la nueva Ley de pago a
proveedores. Con las liquidaciones en la mano, los afectados disconformes parecen
dispuestos a agotar las vías a su alcance con tal de no abonar las cantidades
cursadas.
Como con otros
casos, volvemos al pecado original. Es decir, el problema surge cuando hay un
exceso de permisividad en la ocupación de calles o terrazas, pese a la
existencia de una ordenanza reguladora que seguro estaba desfasada, de acuerdo,
y era preciso actualizarla. Entre este propósito y su materialización, las vías
se poblaron de todo: cafeterías y restaurantes, principalmente, expandieron su
área de negocio. Hemos escrito varias veces sobre el particular y cuando hemos
comprobado ‘in situ’ (ejemplo, avenida Colón) el alcance de esa ocupación, no
ha habido más remedio que hablar de auténtica anarquía y de auténtico abuso.
Casi una jungla, sin exageraciones, en la que era y es difícil transitar, uno
de los encantos que brinda la geografía urbana de la ciudad.
Se dejó y se dejó
-como siempre, refugiándose en la crisis y a ver si damos vida a esto- hasta
que la situación obligó a la adopción de medidas que, teóricamente, limitaban y
regulaban, al tiempo que modificaban tipos fiscales. Los empresarios creyeron
que esto no iba con ellos o que las repercusiones no iban a ser gravosas. Ahora
ya, con las diferencias visibles públicamente, no solo es tarde sino que será
más complicado encontrar una salida satisfactoria.
Errores de forma
y falta de comunicación o negociación al
margen, el problema tiene unas aristas apreciables: el gobierno municipal,
viéndose desbordado y con tantas quejas acumuladas, probablemente utilizó la
ordenanza fiscal para disuadir a quienes ya disponían en la calle de un segundo
local. Trataba de mitigar el impacto. Es un criterio respetable que, en todo
caso, necesitaba de explicación. Pues miren lo que ha conseguido: que el
Ayuntamiento esté envuelto en un nuevo pleito. Lo de menos es que lo gane; lo
importante es el tiempo en que tardará en ser resuelto. Sobre todo, por la
aparente diferencia interna entre las concejalías competentes. Y porque, a la
espera de una resolución o de una nueva redacción de la ordenanza reguladora,
los comerciantes e industriales querrán mantener los ‘niveles’ que han ido
cosechando, sin perjuicio de alguna otra medida que, en señal de protesta, ya
han anunciado, como el cierre durante una jornada de esos espacios ganados a
las peatonales y a algunas que no lo son también.
En medio de la
jungla, por cierto, alguien se ha acordado del Consejo Sectorial de Comercio
como órgano en el que tratar y debatir esta controversia en busca de alguna
solución. Pero ¿a qué no suena bien en el gobierno local la música de la
participación ciudadana?
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