Salvador García Llanos
Teófilo Galán Ulla, un clásico del óleo, de la pintura
bien acabada, propicia un viaje en el tiempo, como definió el historiador
Eduardo Zalba en la presentación de su exposición en el Instituto de Estudios
Hispánicos de Canarias (IEHC), una colección de diecinueve cuadros que reflejan
buena parte de sus querencias por la paisajística insular desde que llegó, allá
por los años sesenta del pasado siglo (El pintor, por cierto, conserva un
envidiable aspecto físico: está igual que entonces).
El viaje nos transporta al Puerto de la Cruz que ya no
existe y a los rincones de Icod de los Vinos, del Pris tacorontero o de
Taganana, allí donde inmortalizó con admirable urdimbre polícroma su visión más
directa, fiel a un estilo que siempre se caracterizó por el academicismo, la
frescura y los matices equilibrados. Hay un ayer que descubrir y en la obra de
Galán se plasma con rasgos pictóricos que la hacen sugerente.
Es el ayer de los bodegones, de las figuras típicas, de
la jardinería y de la vegetación frondosa, de los rincones, de los mercados,
del paisaje diverso…, siempre con la luz adecuada, espléndidamente captada en
sombreros con los que afrontar una vendimia o en las tareas femeninas de lavado
en Taganana. Hasta allí se fue Galán en busca de motivos que hicieran manejar
con fineza artística pinceles y paletas que logran resultados siempre
atrayentes.
Teófilo Galán Ulla volvió a exponer en el IEHC al cabo de
unos cuantos años, aunque nunca se fue del todo pues para eso mantiene abierta
su galería en la cercana calle La Hoya. Lejos quedan los tiempos -más de medio
siglo- en que el propio artista se preocupaba de ultimar los marcos en la
carpintería del tío Manuel, por donde desfilaban, con la misma finalidad, otros
autores de la época (Germinal, Oramas, Tay, Frigola...) que se enamoraron de
aquel Puerto de la Cruz en el que toda su geografía urbana era un reclamo
mientras el desarrollismo turístico ya navegaba en la máxima velocidad de
entonces. Allí donde descubrimos el significado del término paspartú y la
difícil elección de las molduras.
Todo eso fue el viaje en el tiempo, para adivinar el porqué
de los ocres en el cielo que envolvía la icodense plaza de la Pila, la
generosidad del verdeceledón que adornaba la antigua carretera del norte a su
paso por San Juan de la Rambla y la variedad de la tipología edificatoria del
ángulo inverso a las balconadas próximas al refugio pesquero portuense -poco
reflejado en cuadros, por cierto- rematado con la antigua pescadería de incuestionable
sabor marinero.
Quizá la hora en que pintaba Galán Ulla fuera la clave.
Esa hora en la que es posible captar la quintaesencia y hasta lo insólito del
motivo. El viaje en el tiempo, entonces, es para descubrir no solo el paisaje
inexistente sino las propias cualidades
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