Juan Calero Rodríguez
Viajando en guagua de Transportes Insulares La Palma en días pasados
presencié uno de esos casos, que hasta hace poco tiempo eran impensables fueran
motivo para este comentario, por lo cotidiano, por la educación que recibimos y
aportamos a la sociedad en nuestras generaciones.
Acostumbrados estábamos en ceder el paso y el asiento a las mujeres, a las
personas mayores, auxiliar a los discapacitados, emitir algún piropo ante
alguna belleza humana, etc. En tiempos actuales un piropo puede ser considerado
una agresión machista y sexual por un juez, ante el reclamo de la denunciante.
No es invento mío, lo hemos leído entre las noticias nacionales.
Hoy todo ha cambiado drásticamente, andamos conversando ensimismados en
whatsApps, entre tantas redes sociales, que generalmente ni dicen nada de
interés y mucho menos se comprende el léxico utilizado con esa forma apresurada
donde estropeamos y liquidamos el idioma. Ya ni siquiera se mira el paisaje que
vamos dejando por el camino, total, es el mismo de ayer o la semana pasada; es
tanta la premura del momento.
En ocasiones he tenido que viajar en un vehículo público y me he cohibido
de sentarme al lado de alguna chica joven de impetuoso comportamiento para
evitar males mayores. Como en otra travesía se me sienta al lado una chica con
amplias caderas y como quedó la correa de mi mochila entre nosotros, se me vira
un tanto descompuesta creyendo que el roce era intencionadamente de mi muslo.
Volviendo a la anécdota en aquella tarde lánguidamente invernal. Para mi
sorpresa, quizás el único que se percató de ello en un vehículo donde apenas
quedaban algunos pocos asientos vacíos, pude ser yo. Al subir una pareja de extranjeros
con una niña de meses en brazos y con una gran perreta que sus primogénitos no
podían controlar, un joven de unos veinte años, delatado por los movimientos
rítmicos que llevaba con sus audífonos en los oídos, seguramente escuchando
alguna melodía marchosa, se levanta, le cede el asiento a la mamá quien lo
agradeció debidamente y se sienta en los escalones de la puerta trasera,
continuando con su contoneo.
Más adelante, un señor mayor con evidente discapacidad visual, al querer
bajarse en su parada no atinaba descender por los escalones y el susodicho
chico, no solo lo ayuda a bajar, sino que lo lleva hasta la misma acera donde
lo esperaban.
En ocasiones vemos esos muchachos que aparentemente van a su mundo, sin
darnos cuenta que la educación y la colaboración ciudadana aún no ha muerto.
Dejo aquí mi testamento de actitudes que parecían desaparecidas para el
Siglo XXI, a través del gesto de un anónimo joven que quizás nunca lea esta
crónica.
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