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sábado, 26 de marzo de 2016

EL SILENCIO DE LA APROBACIÓN


 Juan Calero Rodríguez

Viajando en guagua de Transportes Insulares La Palma en días pasados presencié uno de esos casos, que hasta hace poco tiempo eran impensables fueran motivo para este comentario, por lo cotidiano, por la educación que recibimos y aportamos a la sociedad en nuestras generaciones.

Acostumbrados estábamos en ceder el paso y el asiento a las mujeres, a las personas mayores, auxiliar a los discapacitados, emitir algún piropo ante alguna belleza humana, etc. En tiempos actuales un piropo puede ser considerado una agresión machista y sexual por un juez, ante el reclamo de la denunciante. No es invento mío, lo hemos leído entre las noticias nacionales.

Hoy todo ha cambiado drásticamente, andamos conversando ensimismados en whatsApps, entre tantas redes sociales, que generalmente ni dicen nada de interés y mucho menos se comprende el léxico utilizado con esa forma apresurada donde estropeamos y liquidamos el idioma. Ya ni siquiera se mira el paisaje que vamos dejando por el camino, total, es el mismo de ayer o la semana pasada; es tanta la premura del momento.

En ocasiones he tenido que viajar en un vehículo público y me he cohibido de sentarme al lado de alguna chica joven de impetuoso comportamiento para evitar males mayores. Como en otra travesía se me sienta al lado una chica con amplias caderas y como quedó la correa de mi mochila entre nosotros, se me vira un tanto descompuesta creyendo que el roce era intencionadamente de mi muslo.

Volviendo a la anécdota en aquella tarde lánguidamente invernal. Para mi sorpresa, quizás el único que se percató de ello en un vehículo donde apenas quedaban algunos pocos asientos vacíos, pude ser yo. Al subir una pareja de extranjeros con una niña de meses en brazos y con una gran perreta que sus primogénitos no podían controlar, un joven de unos veinte años, delatado por los movimientos rítmicos que llevaba con sus audífonos en los oídos, seguramente escuchando alguna melodía marchosa, se levanta, le cede el asiento a la mamá quien lo agradeció debidamente y se sienta en los escalones de la puerta trasera, continuando con su contoneo. 

Más adelante, un señor mayor con evidente discapacidad visual, al querer bajarse en su parada no atinaba descender por los escalones y el susodicho chico, no solo lo ayuda a bajar, sino que lo lleva hasta la misma acera donde lo esperaban.

En ocasiones vemos esos muchachos que aparentemente van a su mundo, sin darnos cuenta que la educación y la colaboración ciudadana aún no ha muerto.


Dejo aquí mi testamento de actitudes que parecían desaparecidas para el Siglo XXI, a través del gesto de un anónimo joven que quizás nunca lea esta crónica.

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