Isidro Pérez Brito
Es este un día propicio para hacer acopio de recuerdos de
aquellas imágenes de infancia que todavía retengo en mi memoria por no decir en
mi retina. Bombillas de 25 vatios, apenas luz tenue para poder atisbar lo que
pone un libro mientras unos dedos hábiles atinan más por inercia o experiencia
a enhebrar una aguja. Costureras de toda la vida, rotos los dedos, rotas las
manos de tanto puño cerrado sobre ropa enjabonada o cientos y cientos de tela
con hilos trenzadas.
Ocho de marzo día de la mujer trabajadora, decían en un
principio, hasta que se dieron finalmente cuenta de que fuera o dentro de la
casa las féminas han sido criadas en una sociedad donde eso de sentarse durante
o después de comer y acostarse temprano no está presente en su ADN. Mucho ha
cambiado nuestra sociedad en los últimos cien años, en derechos obreros, en
derechos humanos, en derechos educativos, sanitarios y hasta sexuales, pero en
todos esos avances ha existido una pega, una doble lectura a la que poco a poco
nos hemos ido acostumbrando.
Hemos tenido acceso al reconocimiento de unas horas
regladas de jornada laboral, pero para ellas, para la gran mayoría, a esos
acuerdos hay que añadirles las que se pasan fregando, lavando, tendiendo la
ropa, haciendo de comer, ayudando a las tareas de los chiquillos y otros
trabajillos del día a día a los cuales parecen abonadas mientras muchos de los
miembros de la familia se tocan la barriga. Al menos eso sucedía hasta unas décadas de forma habitual, como parte perfectamente
asumida por una sociedad machista donde la propia mujer hostigaba a sus
congéneres para cumplir escrupulosamente la norma, la regla, como esa
obligatoriedad mensual que sin poderlo evitar las ata inevitablemente a su
cuerpo.
Caso aparte merece el estudio de los avances en la
educación y en la sexualidad, en pleno siglo XXI, cuando tantos éxitos se han
acumulado, después de que el hombre haya pisado la luna, los blancos y negros
hayan logrado vivir, entre comillas, entre cierta paz, donde los derechos
civiles para el hombre suponen un aporte fundamental del estado de bienestar,
donde la sanidad, la cultura y el ocio se dan la mano si la economía se lo
permite. Todo ello pasa a un segundo plano cuando se habla en clave de mujer te
enteras que doctoras y enfermeras esconden su embarazo en el Hospital
Universitario porque si no las echan a la calle, cuando chicas en los colegios
son cada día acosadas por sus parejas y compañeros, obligadas a recortar sus
derechos sólo por el mero hecho de querer llevar una ropa determinada, mirar a
otro chico o tener amistad con otros.
Hablamos sin tapujos de una gran falla en la cordillera
de la educación, en el concepto de mujer y en la percepción que los varones
tenemos de ellas, haciendo que todavía sean vistas como propaganda desnuda en
periódicos que por un lado las ofrece como objeto sexual en la página sesenta,
mientras que en la diez, habla sobre la inversión que hace el gobierno para
reforzar su defensa ante la violencia de género, el desempleo o la marginación
social.
Mucho queda por equiparar en derechos e imagen entre los
varones y las hembras en esta sociedad que parece sobre el papel tan justa por
un lado, pero que a las primeras de cambio ofrece titulares de violencia y
muerte, paro y marginación hacia las mujeres.
Hoy nos acordamos de aquellas mujeres estadounidenses que
murieron quemadas en el incendio intencionado en aquella fábrica Sirtwoot
Cotton en Nueva York, pidiendo sólo la reducción del horario laboral a diez
horas por jornada y el derecho a disponer de tiempo para amamantar a sus hijos.
Permítanme hoy por último también recordar a una de esas
grandes mujeres que nos ha dado Canarias. Una tinerfeña de pro que desde muy
joven dedicó su vida a ayudar a otras mujeres y niñas a tener en sus quehaceres
habilidades y opciones para conseguir un puesto de trabajo. Eva Luz Acosta
Díaz, fallecida hace tan sólo unos días fue directora del Centro Social de Los
Realejos, un proyecto que pasó del Movimiento, al Gobierno de Canarias y
posteriormente al Cabildo de Tenerife. Ejemplo de seriedad, coordinación y magistral dirección que dejó
tras de sí una huella indeleble de honradez y calidad profesional que la hacía
manejar dinero, presupuestos, sueldos y muchas otras tareas sin un resquicio al
fallo o la incorrección oficial, lamentablemente caso contrario a lo que hoy
sucede, después que una consejera en el 2012 decidiera quitar las clases de
Lengua y expresión oral donde las mujeres eran la mayoría y donde desde
entonces todo ha sido un retroceso en los derechos especialmente de la mujer en
estos centros, otrora muy igualitarios y hoy,… hoy, cómo decía mi madre, más
vale ni hablar
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