Salvador García Llanos
La controversia surgida con el cierre de la piscina
deportiva municipal, aireada en redes sociales con intervenciones del
presidente del Cabildo Insular, Carlos Alonso, y del alcalde portuense, Lope
Afonso, da pie a constatar la realidad de las infraestructuras deportivas del
municipio, desde luego poco alentadora y poco favorable para los deportistas y
usuarios que se quejan o tienen que desplazarse a otras localidades para poder
seguir practicando con regularidad.
Al problema de la piscina -hay quien contabiliza las
fechas de la inutilización-, se añade el de la soledad en que empieza a verse
el terrero de Punta Brava tras la desaparición -por decisión federativa- de los
equipos que allí entrenaban. Es una dotación relativamente moderna, pensada
para un núcleo que la necesitaba y donde radicaba la esencia del deporte
vernáculo. Cabildo Insular y Ayuntamiento financiaron la inversión pública. De
poco habrá servido si, al cabo de pocos años, no hay equipos ni deportistas.
Habrá que confiar en que no se produzca un cierre y en que la falta de uso no
acelere el proceso de deterioro. Ya pueden ir pensando en soluciones.
También en las que demanda el pabellón Miguel Ángel Díaz
Molina cuyo aspecto exterior causa grima o desazón. Dentro, según varios
testimonios, las goteras que menudean cuando llueve causan estragos y obligan a
la colocación de cubos como medida de emergencia. Otras dependencias acusan el
desgaste por lo que la instalación requiere de una actuación urgente de mejora
y rehabilitación.
Hablando de testimonios, hace poco eran los usuarios se
públicamente de los riesgos que entrañaba ejercitarse en el recinto, invadido
por excrementos de palomas y de otras especies.
Muy cerca, el campo El Peñón tampoco está exento de
problemas. Nos preguntábamos hace unas semanas, en este mismo sitio, desde
cuándo no se regaba. Quizás las últimas lluvias hayan aliviado el resentimiento
de la cancha. Los entrenadores y delegados de equipos visitantes llegaron a
quejarse de las condiciones en que estaban las plantas de los pies de los jugadores
que habían terminado de actuar. De las deficiencias con la iluminación
artificial hace tiempo que no se habla: será que se aceptan las reparaciones
acometidas. Y todos atentos: primero, porque la población futbolística mantiene
sus constantes (hecho del que hay que congratularse); y segundo, porque si
Puerto Cruz consuma el ascenso de categoría por el que puja, aunque sea en
Preferente, habrá que tener un mantenimiento adecuado.
Se completa este panorama con el polideportivo de La
Vera, que se mantiene cerrado después de aquella inversión del Plan ‘E’ de hace
unos años y que no previó técnicamente una necesidad tan elemental como la
aireación. Sin ventanales o sin compuertas, para entendernos. Dicen que, a
falta de balones, porterías o canastas, sirve para almacenar materiales de
obras y fiestas de titularidad municipal.
Como se puede comprobar, no es para echar cohetes, desde
luego. Y no es responsabilidad exclusiva del actual concejal delegado. Pero el
deporte requiere atención permanente, empezando por las infraestructuras. Sin
instalaciones, es difícil fomentar cualquier disciplina y que avancen los
deportistas, aunque la valía de éstos -como se ha demostrado recientemente con
casos de natación y salvamento y socorrismo- es capaz de desafiar las carencias.
Mientras tanto, recordemos una oportunidad desperdiciada:
la pretendida ciudad-deportiva San Felipe, que contaba con terrenos, proyecto,
modalidad de gestión y ¡financiación! Como es cuestión de no agriar más la
frustración, nos ahorramos el relato de consideraciones que caracterizaron el
bloqueo, interno y externo, de aquella actuación. Menos mal que quedan los
terrenos: a ver si no cambian su calificación.
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