Agustín Armas Hernández.
“Todo pasa”, decía el filósofo griego Herácito.
Si: pasó el tiempo del jolgorio, de la locura,
pasó “el carnaval”, para muchos “tan
alegre y divertido”.
Vino luego la cuaresma, que es el momento para la
reflexión, meditación, oración y penitencia y también quedó atrás.
En plena Semana Santa nos encontramos. Semana de
pasión.
Nos toca hacer balance sobre nuestra actividad y
actitud, como cristiano. Nos concentramos en nuestro interior y nos
preguntamos: ¿qué hemos hecho durante todo el año ahora pasado? ¿Nos hemos
comportado y hemos actuado como Dios manda, teniendo sobre todo en cuenta que
somos hombres mortales, que algún día
tendremos que dejar esta tierra, para dar cuentas a nuestro Hacedor, al que
aquí nos ha puesto, con unos mandatos a cumplir?
A mí personalmente, la Semana Santa, me alegra,
pero, por otro lado me
Entristece. Me alegra porque me da la oportunidad
de ponerme en bien con Dios, mediante la
confesión y comunión.
Pero, también me apena, pensando en la Pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo, “Dios hecho carne: venido a este mundo para
redimirnos del pecado”. También en lo solos y doloridos que quedaron la Virgen
Santísima como sus queridos discípulos.
En estos días de la Semana Santa, miles de
personas, venidas de todos los pueblos de la isla, visitan nuestros templos,
del valle de La Orotava, participando con nosotros, ya sea, en los actos
litúrgicos, o bien acompañando a los pasos procesionales por las calles de
costumbre. De entre estas procesiones e imágenes tengo que destacar dos de
ellas que por su belleza y recogimiento, siempre me han impresionado. Me llegan
al corazón. Se trata del Crucificado y la Virgen de los Dolores, en la
madrugada del Viernes Santo en el Puerto de la Cruz, y el Señor de la Columna y
la Virgen de la Gloria, el jueves, en San Juan (villa de arriba) La Orotava.
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