Pedro Ángel González Delgado
La dinastía socialista reina en Tenerife. Con su carácter
divino, los nuevos dioses vivientes se reparte su ilimitado poder en distintos
feudos para gobernar a sus súbditos, si bien, alguno de ellos tiene un poder
superior sobre los otros que están bajo su mando, porque alguno que es muy
poderoso y que tenía sus dominios en el Sur de la Isla, decidió ampliarlo y
tener bajo su administración a todos los isleños. De esa suerte, el nuevo
Ramsés ha sacado la calculadora de votos para perpetuarse en el imperio que
está conformando. Para ello, guía a los suyos de cerca, mientras que, para
evitar posibles rebeliones en aquellos feudos que todavía se resisten al linaje
progresista, ni siquiera los atienden. Los inconformistas alcaldes de La
Orotava, Los Realejos, La Guancha e Icod de los Vinos, entre otros, se lamentan
de su aislamiento, pero esas quejas quedarán en saco roto y las demandas de sus
vecinos no serán atendidas. Si no son socialistas no merecen ser recibidos por
el ser divino que rige los destinos del Cabildo Insular porque, para él, no son
dignos de su tiempo.
El monarca soberano de la institución insular ha hablado.
Lo ha dicho alto y claro. El Puerto de la Cruz no necesita obras faraónicas y,
por tanto, entendía el rey de Tenerife, antes del Sur de la Isla, que el Centro
Insular de Actividades Acuáticas que venía a sustituir a la piscina municipal
era demasiado caro y ambicioso para un municipio tan pequeño. Como no podía ser
de otra forma, la reina Nefertiti, antes ciudadana y ahora plegada a la realeza
socialdemócrata, a la sazón responsable del deporte tinerfeño, defiende a su
faraón. En ese reducto del Norte de Tenerife la piscina debe ser cubierta y
polivalente nos dijo. Así lo defendió en la sesión plenaria del Cabildo, dando
a entender que no alcanzaba a comprender cómo era posible que esos pocos
habitantes portuenses pudieran tener la pretensión de ambicionar un proyecto
tan sofisticado.
Se esperaba una revuelta del ser divino, aquél que se cree
por encima del bien y del mal, que rige los destinos desde el pasado mes de
junio de Puerto de la Cruz, un semestre casi ya en el altar de la alcaldía.
Todo el mundo aguardaba que el pequeño Tutankamon defendiera a los suyos. Sin
embargo, decidió acobardarse frente a la dinastía a la que pertenece, ya que no
quería molestar al faraón insular, y entonces decidió defender que no se
conocía cuál sería el coste de mantenimiento de la piscina faraónica y que esa
losa no podía caer sobre el Puerto de la Cruz.
Los rebeldes del centro derecha se alzaron frente al poder
omnipotente de la referida dinastía. Lograron prender la llama y encender los
ánimos de la población. Ésta se conjuró contra los dioses de las
administraciones insular y portuense. Se comenzó a organizar, y los mensajes a
través de las redes sociales empezaron a inquietar a los monarcas que, tras
varios vaivenes, finalmente, para aplacar a quienes consideran plebe,
decidieron mantener el Centro Insular de Actividades Acuáticas en el Puerto de
la Cruz. Curiosamente, ya no es una obra faraónica, ya no tiene que ser una
piscina polivalente cubierta y, cómo no, de forma llamativa, ahora parece que
no es necesario saber cuánto le costará al Cabildo, que no al Ayuntamiento del
Puerto de la Cruz, mantener la piscina, como tampoco nadie se preguntó en su
día a cuánto ascendería sostener el Centro Deportivo Santiago Martín (“La
Hamburguesa”) o Tíncer, por ejemplo. Por arte de magia, desaparecieron en un
mes todos los inconvenientes y las excusas se convirtieron en mentiras - con
ese - en plural. Sofocaron de esa forma ese conato de rebelión, no vaya a ser
que con ello salga al descubierto el especial interés por el Puerto de Fonsalía
en Guía de Isora y el absoluto abandono del Puerto del Puerto de la Cruz por parte
del Cabildo Insular que, se supone, es de todos los tinerfeños.
El pobre Tutankamon evitó el enfrentamiento directo con
Ramsés pero, cómo ha quedado frente a los que considera sus vasallos. A buen
seguro, debilitado. Cierto es que, como el joven e insignificante faraón
egipcio, el de nuestros días tiene pensado convertirse en un icono. Para ello
posa una y otra vez frente a las cámaras que, con sus luces, lo iluminan y con
ellas busca la eternidad de su recuerdo. Fascinado por sí mismo, no se da cuenta
de que se ha iniciado la caída de lo que será su corto reinado, pues parece ha
olvidado que, como nos recuerda el proverbio egipcio, toda semilla reacciona a
la luz, pero la planta revela lo que está dentro de la semilla.
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