Lorenzo
de Ara
Los
democristianos arrastramos mala fama. En la derecha democrática somos
representantes del Diablo. Olemos a azufre.
Para la izquierda, toda ella
perfecta y prolongación del régimen cubano (de ahí su perfección), el
democristiano es algo así como un fachita que lleva escapulario, practica
jaculatorias a todas horas y está enamorado del dinero, de la banca,
arrodillado ante los poderosos, siendo el represente del sector más
reaccionario de la Iglesia nacional e internacional. 2.000 años de historia la
contemplan. Piedra indestructible.
Pero
el democristiano no quiere aplausos.
La
doctrina democristiana fue una de las grandes protagonistas de conseguir
convertir en realidad la paz y el progreso social en Europa tras la segunda
guerra mundial. Sin ella, sin esa cristiana democracia que hoy se esconde
atemorizada por la mano que mece la cuna (psoe), la vieja Europa seguiría
siendo un campo de batalla con cuerpos destripados y masas lobotomizadas.
Es
una violencia psicológica que se ejerce sobre el democristiano desde hace largo
tiempo.
Y
hablando de violencia, leo (ya no recuerdo ni el sitio, aunque copié el dato)
que diez personas se quitan la vida todos los días en España. “Adiós”. Y son
los varones los que más se tiran por un puente, tragan toneladas de pastillas o
sencillamente (ya que vivimos en una islita) se zambullen en el mar para
dejarse arrastrar por la corriente fría de la nada.
En
la España de hoy la violencia es una práctica deportiva. Hasta sana. La
ganadora por goleada es la izquierda. Toda esa izquierda molona y defensora de
los más débiles.
Ella
maneja los utensilios del martirio como jamás imaginó Torquemada.
Un
tipo de violencia que se adentra en universidades, bibliotecas, guarderías,
ayuntamientos, asociaciones vecinales, concursos literarios, empresas y,
naturalmente, en los sacrosantos bares y tertulias en barrios que apestan a
rebaño con derecho a voto.
El
democristiano, mientras tanto, cabizbajo, con la cara macilenta, arrastrando
los pies en prueba de vasallaje, se mueve “libre” por Atacama (¿Puerto de la
Cruz, Tenerife, Canarias, España?), y con la bandera blanca de paz (rendición),
cierra la boca y, apocado, asiente, calla, pide perdón por existir, reniega de
todo lo que heredó y hasta se deja llevar en volandas por el vulgo que marcha
proclamando que la revolución francesa, el mayo del 68 o la segunda república,
conforman la verdad empírica de que Freud, Darwin, Marx y Nietzsche son los
padres de Sánchez, Iceta, Marco González y esa vieja guardia socialista
portuense que tantísimo sufrió bajo el opresor régimen franquista. Tanto, que
en las fotografías de la época se pone de manifiesto que esa buena gente apenas
comía, apenas jugaba, apenas estudiaba y, menos aún, respiraba.
El
democristiano, cobarde, se ha rendido.
¿Será
uno de esos 10 españoles que hoy apostarán por quitarse de en medio para dejar
sitio a quienes de verdad merecen tener derecho a la vida?
Este
que firma, mientras pueda, seguirá tocando los cojones, no callará ante la
progresía y defenderá con arrogancia (la humildad ante el psoe es claudicar)
que la cultura cristiana (incluso la judeocristiana) es la que nos hace libres,
fuertes, defensores del juicio socrático.
(No
olvidaré en mis rezos a la vieja guardia socialista del Puerto de la Cruz.
Siempre tan sufriente).
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