Isidro
Pérez Brito
Hace unos
meses un oyente me recomendaba el no abusar en mis alocuciones radiofónicas de
la palabra amigo. Me decía que ese estilo está muy manido, que muchos
presentadores ya lo han quemado, haciendo que el verdadero significado de la
palabra pierda perspectiva y se convierta en un valor más atropellado por el pesado
o falso reconocimiento de los valores y virtudes que cada individuo atesora en
su fuero interno.
Si les soy
sincero, resultaría para mi muy difícil el apartarme de ese símil sentimental
que como muletilla se nos aloja en nuestra mente y forma de ser, porque este
que les habla no comprende cómo se pueden utilizar otras expresiones más
cordiales como tío, colega, mamón hijoputa o cabrón, algunas de las cuales
basta salir a la hora del recreo de los institutos y las escuchas a cada
momento, poniendo algo de familiaridad a la conversación, ya cargada muchas
veces de otros improperios y demás
palabrotas.
Según yo
creo se puede utilizar esta palabra, extendida por todo el planeta, en
diferentes culturas, etnias, razas y países, simple y llanamente como trato
cordial y de buenas maneras a la hora de trabar conversación, preguntar una
dirección o cualquier otra información. De hecho cabe destacar cómo en zonas
turísticas como las Islas Canarias eso debería incluso estudiarse y prodigarse
en las escuelas, porque ellos no sólo viajan por nuestro clima, siempre
primaveral, nuestra rica y variada naturaleza, sino por el carácter y la
hospitalidad de los isleños. Y eso, queridos amigos, lo hemos ido perdiendo. Ya
molestan los guiris con sus preguntas, con sus coches de alquiler, con su forma
de comprar, ya si es peninsular tiene que ser un godo malvado o de mierda. No
le pasamos nada a nadie y comentamos a viva voz que yo, tengo muchos conocidos,
pero amigos pocos.
He ahí
donde el discurso pierde consistencia, porque en realidad ese concepto
optimista de lo que vendrá en el futuro, habitual mayoritariamente en el ser
humano, te hace mejor persona, te relaciona con tu entorno en general, donde
esa palabra Amigo o Amiga es el salvoconducto, el pasaporte hacia un estadio de
cordialidad donde cualquier gestión o actividad se ve doblemente recompensada
con el uso gentil del sustantivo en cuestión, como queriéndole decir a la
persona o personas a las que te diriges con la palabra, aquí estoy, y vengo en
son de paz, brindándote mi respeto y cordialidad antes que nada.
Otra cosa
es el significado más profundo e íntimo del concepto de amigo o amiga, como
símil de fraternidad, de complicidad, de experiencias compartidas a lo largo de
tu vida, siendo ellos y ellas referentes de proyectos comunes, de relaciones
familiares, porque ya forman parte de tu ADN, de la sique o el corazón humano.
Por eso, permítanme la libertad de seguir saludando y hablando con las
personas, empleando para ello la palabra Amigo, poniendo de antemano en la
balanza, incluso sin conocer al individuo, la capacidad pacífica, innata a
pesar de todo lo malo que también almacenamos los seres humanos.
Son recuerdos
de viejos amigos, de correrías de infancia por los barrancos, los brezos del
monte, las calas de la costa, con sus pescas animadas, con aquellos bocadillos
de sardinas con cebolla y tomate que tanto le gustaban a José Antonio, con la
ensalada en el viejito de San Juan de la Rambla, con las acaloradas discusiones
en interminables debates hasta altas horas de la madrugada en la plaza Viera y
Clavijo…
Una
anécdota: recuerdo por último como un día, escribiendo un relato corto para la
radio me di cuenta de un detalle, cuanto menos curioso, establecer un trato de
amistad con alguien, tiene una expresión en la lengua española muy viva, hacer
migas, y las migas son del pan, de esas que cuando no teníamos con qué borrar
el lápiz las cogíamos. Y ya saben ustedes lo del pan nuestro de cada día… que
no nos falta tampoco ese otro alimento del corazón que es la amistad.
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