Isidoro Sánchez García
Entre finales de 2015 y principios de 2016, época de
saturnales, he recibido diversos regalos, todos en especie, por parte de mi
familia y de algunos amigos. Mi hija, mis hermanos y Aurelio, me obsequiaron
con libros, todos relacionados con la naturaleza. Unas veces con el bosque,
otras con el mar, también con el caminar pero el viernes 5 de febrero, cuando
el Carnaval abría alas, en palabras de Eduardo Galeano, mi fraterno Nany bajó
de cota, por razones varias, hasta mi casa en el Puerto de la Cruz donde
disfruto al ver el Teide desde mi ventana. Me trajo un libro muy sencillo pero
peculiar, se titulaba Volver a la naturaleza, a esa “N” que tanta energía
aporta al ser humano. Su autor es un laureado estadounidense, Richard Louv,
ciudadano interesado principalmente en acercar los niños a la naturaleza y en
debatir la conveniencia de reconocer el valor del mundo natural para recuperar
la salud individual y comunitaria. Es lo que hacemos muchos de nosotros en
época de crisis familiar, cuando un hermano o una hija se enferman. La terapia
está en adquirir energías positivas, en practicar ejercicios de Resiliencia,
que se consigue con esas excursiones por la naturaleza. En nuestro caso por los
pisos de vegetación que se encuentran en el valle de Taoro, desde El Rincón
hasta el Teide, desde el mar hasta el cielo.
Cuando comienzo a leer el libro me vino el recuerdo de
mis años juveniles. Tengo que reconocer que tuve suerte con el interés de mi
padre de ir a las Cañadas, con la saga de los Sánchez, para cazar conejos y con
la apuesta como empresario de la explotación forestal de algunos montes del
valle de Taoro, en La Orotava y Los Realejos. Ello me permitió aficionarme a
estudiar la carrera forestal y conocer personajes como Francisco Ortuño y Luis
Ceballos, autores, en los años 50 del pasado siglo del libro Vegetación y Flora
Forestal de las Canarias occidentales. A partir de entonces comencé a caminar
por la senda de la naturaleza donde los salesianos de la Villa también me
habían animado, al igual que en la Escuela de Montes de Madrid. Por las islas y
por Hispania, también por Suecia. En eso llegó José Miguel González y el
Patrimonio Forestal del Estado, con los trabajos topográficos en Arico, primero,
y luego con los destinos en La Gomera y El Hierro con ICONA. El mundo se hizo
pequeño y viajo a Canadá, EE.UU., México, Indonesia, Venezuela y Costa Rica,
por los Parques Nacionales. Mi actividad política me llevó también a conocer la
naturaleza de Cuba, Guyana y Reunión. Ahora estuve por los Andes del Perú y
disfruté mucho. He decidido escribir mis vivencias en la naturaleza, y sobre
todo divulgarlas.
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