Víctor
Yanes
Percibo en
España una muy escasa cultura del diálogo. No ya en las élites políticas sino,
aún más grave, en la simplificación del pensamiento de los potenciales
electores. Amor a las siglas como al equipo de fútbol, amor a los colores, los
míos y los tuyos, el desprecio recíproco, la demonización del otro, sea
conservador o de izquierdas. La inconsciencia alimentando la semilla del odio.
Vivo en
España, y lejos de sentimientos patrios que pueden enviarme a alguna
subterránea estancia del fanatismo, prefiero sentirme parte de algo, algo que
es una nación, vieja, torturada por el odio y las sospechas y por la pasión de
rasgo primario como rasgo distintivo de nuestro acervo psicológico. El
revanchismo es el enemigo de la paz y del amor, y admito lo controvertido de mi
argumento. No son pocos los que no creen que exista eso que llaman “carácter
nacional”, es decir, características generalmente comunes en el comportamiento
de los habitantes de una nación, grupo de seres humanos empujados todos por la
fuerza de los acontecimientos, de la vivencia social, con su festivo episodio
inesperado y su helador navajazo de terror y violencia.
Defiendo
esa idea máxima e irrefutable casi, de que de todo hay en todos lados y, no
poniéndome a que puedo estar más cerca del prejuicio que del juicio, tanto la
manera de ser, de vivir bajo una determinada de limitación territorial como la
pesadísima y dilatada experiencia de la historia de las generaciones,
configuran una nada despreciable suma de
circunstancias y contextos que influyen en la definición general de carácter
nacional o perfiles comunes, frecuentes, que se repiten en la actitud y la manera
de afrontar los conflictos.
España es
una democracia reciente. En España se sofocó presurosamente cualquier intento
valiente y decidido de cambio y evolución. Podemos revisar la historia y la
política. Oh! la política, esa eterna maldición que no pocos ciudadanos
rechazan, cuando la política no es más que la herramienta más socorrida y útil
para comprender y resolver hasta los dilemas más domésticos.
La
sociedad es una jerarquía descendente en la que los principales poderes
dominantes han dado ejemplo, han marcado la pauta siniestra del desencuentro.
Casi nunca en España se gobernó, se gestionó lo público desde el diálogo. En
España no se dialoga, se maneja el timón de la nave o se tira uno al mar para
morir ahogado. El colmo del orgullo enfermo, la degradación que implica la
lucha por controlar los mecanismos de la dominante gobernanza.
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