Odalys Padrón
Si algo nos
caracteriza y de lo que estamos orgullosos es de la cocina española.
Alardeamos, con razón, de poseer platos típicos que son auténticas joyas
gastronómicas. La dieta mediterránea, a la que tanto hemos aportado, ha sido
declarada por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad
permitiendo que toda la población mundial se beneficie de las bondades de esta
forma de entender la vida y la alimentación. Y es que, como nos recuerdan los
nutricionistas, una alimentación adecuada propicia salud, bienestar físico,
mental y emocional.
En estos
últimos años hemos constatado que los derechos adquiridos, gracias a las luchas
sociales y obreras de los dos siglos precedentes, se pueden perder. Decía
Rousseau “se puede adquirir la libertad, pero nunca se recupera una vez que se
pierde”. Esta afirmación la estamos verificando con esta estafa llamada crisis
donde los recortes han supuesto un debilitamiento de los derechos de la mayoría
de la sociedad. En un futuro, parece ser, que no muy lejano estaremos comiendo
pollo sumergido en cloro (lejía). La lejía, un producto corrosivo, es un
potente desinfectante cuyo cloro reacciona con la materia orgánica y forma
compuestos organoclorados que son perjudiciales para el medio ambiente.
En Estados
Unidos es habitual, con el propósito de disimular cualquier contaminación,
sumergir los pollos en cloro. Esta práctica viola la normativa europea. En la
Unión Europea la seguridad alimentaria se controla en todas las fases de
producción. Hay normas fitosanitarias muy estrictas en el proceso de cría,
desarrollo, sacrificio y comercialización de las aves destinadas a evitar la
propagación de enfermedades. Estado Unidos ha optado por el procedimiento más
barato: desinfectar los pollos al final de la cadena de producción con un
tratamiento antimicrobiano, generalmente a base de cloro. Un informe demostró
que las infecciones de origen microbiológico en los pollos no disminuyen
significativamente con los tratamientos al cloro. De igual manera a la carne de
vacuno, en Estados Unidos, le aplican ácido láctico poco antes de llegar al
consumidor. El mismo ácido láctico, aunque en proporciones diferentes, que se
recomienda como desinfectante ideal para el lavado de superficies de canales o
cuartos en los mataderos que presenten rastros visibles de contaminación fecal.
Actualmente
en Europa sólo está autorizada una variedad transgénica mientras que en Estados
Unidos se cultivan más de 150 tipos. Hay estudios que aseguran que los
transgénicos, organismos modificados genéticamente, generan alergias, tumores
cancerígenos, nos hacen resistentes a los antibióticos e incluso producen
nuevas enfermedades. Se han introducido genes, pequeñas estructuras que
transmiten la información de “padres a hijos”, del salmón (pez), que soporta
bien el frío, en papas y fresas, que morían cuando los cultivos se congelaban.
También se introducen genes en plantas que producen especies con toxinas
mortales para algunos insectos y que son comercializadas para consumo humano.
La
introducción de genes nuevos en el genoma de la planta o del animal que se ha
manipulado provoca consecuencias impredecibles en el funcionamiento genético.
La biosfera está siendo expuesta a toda clase de nuevas construcciones y
combinaciones de genes que no han existido antes en la naturaleza, y que nunca
podrían haberlo hecho, sin la labor de la Ingeniería Genética. El maíz, la soja
o sus derivados industriales, manipulados genéticamente, están presentes en más
del 60% de los alimentos transformados, desde el chocolate hasta las papas
fritas, pasando por la margarina y los platos preparados.
Pero si cree
que nuestro futuro alimentario no puede empeorar más le comunico que se avecina
también la entrada del uso de hormonas de crecimiento para tratar la carne pese
a que la Unión Europea reconoció en 1981 y reafirmó en 2003 que “el uso de
hormonas como promotoras del crecimiento en el ganado representaba un grave
riesgo para la salud de los consumidores”, prohibiendo su uso. En Estados
Unidos el uso de hormonas para estimular la velocidad de crecimiento de los
animales e incrementar la producción de leche está permitido. A este respecto,
hay estudios que han confirmado que la hormona beta-estradiol 17 puede tener
efectos cancerígenos. Al igual que la hormona sintética DES,
dietilestilboestrol, que además de ser cancerígena aumenta el riesgo de aborto
en mujeres embarazadas. También existen estudios que acreditan los riesgos
endocrinos, de desarrollo, inmunológicos y neurobiológicos en los niños.
En Estados
Unidos la RBGH u hormona recombinante del crecimiento bovino es el medicamento
animal más vendido. Debido a sus peligros para la salud humana está prohibido
en Canadá, Japón, Australia, Nueva Zelanda y en la Unión Europea. Son muchas
las publicaciones científicas que corroboran que sólo uno de cada 10 casos de
cáncer de mama se atribuye a la genética, los otros nueve son provocados por
factores ambientales, algunos de los cuales son la alimentación. Estas
publicaciones constatan que la leche de vaca tratada con hormonas aumenta el
riego de cáncer de mama, colon y próstata.
La ractopamina,
fármaco empleado en Estados Unidos como aditivo alimentario para promover el
crecimiento de la masa muscular en el 80% de los cerdos, vacas y aves de
corral, incluyendo el pavo, está prohibida en más de 160 países de todo el
mundo así como en la Unión Europea. Las personas con enfermedades
cardiovasculares deben evitar estar expuestas a este producto teniendo que usar
ropa protectora al administrar a los animales el fármaco en cuya etiqueta
aparece “no apto” para humanos pero que se aplica unas horas antes de llevar a
los animales al matadero.
Estas
cuestiones que nos afectarán en un futuro próximo son de vital importancia y se
relacionan directamente con el acuerdo de inversiones y comercio, el TTIP, que
se está negociando, en secreto, entre la Unión Europea y Estados Unidos. Son
los eurodiputados y los diputados nacionales los que tienen la obligación de
protegernos de un tratado que
tan sólo favorece el negocio de las multinacionales. Un tratado cuyo objetivo
es abolir las normativas europeas que protegen la salud de los consumidores y
el medio ambiente.
Utilice el
sentido común y pregúntese cuál sería sino el motivo por el cual prácticamente
nadie tiene acceso al contenido de las negociaciones, tan sólo unos pocos
eurodiputados han conseguido ver algunos borradores del acuerdo en una sala
aislada, sin papel ni boli, sin cámaras, donde no pueden acceder con
dispositivos electrónicos y bajo un estricto acuerdo de confidencialidad. Sala
en la que son vigilados, en todo momento, por funcionarios europeos y donde no
pueden pedir cuentas, a la Comisión, de lo que hayan leído ni hablar con la
prensa.
Aún más
grave, si cabe, en julio de 2014 el jefe negociador de Bruselas, Ignacio García
Tercero, envió una carta a su homólogo norteamericano, Daniel Mullany,
comprometiéndose a que “todos los documentos relacionados con las negociaciones
estarían cerrados al público durante 30 años”. ¿Dónde está la democracia? ¿Qué
han dicho, a este respecto, los portavoces parlamentarios españoles en la patética
pugna por el poder que estamos viviendo? Este tema parece ser baladí para el
futuro gobierno de España. ¿Por qué un tema que nos afectará de manera tan
directa no está en las negociaciones de los pactos de gobernabilidad? ¿Por qué
un Estado permite que se le niegue información que afecta al pueblo soberano?
¿Por qué los representantes electos no exigen un referéndum sobre el TTIP? La
cuestión parece ser la necesidad de compatibilizar los intereses de mercado,
desde la lucha de precios hasta la necesidad de conseguir nuevas zonas de
expansión, con los intereses alimentarios, sanitarios y de calidad de vida de
las personas. En definitiva, ¿tenemos políticos o lobbies aspirando a ocupar La
Moncloa?
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