Javier
Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL
La
presencia británica en el archipiélago se remonta a los inicios del siglo XVI,
cuando arribaron los primeros británicos hasta nuestras islas motivados por el
desarrollo de actividades comerciales, adquiriendo una especial importancia a
lo largo del siglo XVII. Fueron víctimas del Santo Oficio, sin embargo, “los
ingleses dieron muy pocas molestias a los inquisidores en su primera época;
entre 1586 y 1596 un buen número de marineros ingleses se buscaron el camino
hacia las celdas secretas. Parece que la mayoría de estos ingleses chocaron, en
primer lugar, con las autoridades civiles
–pues fueron arrestados como piratas-, o después de que el comercio
entre los dos países fuera prohibido, como ingleses que comerciaban disfrazados
de escoceses, irlandeses o incluso franceses”, tal y como aparece en la obra de
L. de Alberto Los mercaderes ingleses y la inquisición española en las islas
canarias, a través del estudio crítico realizado por Manuel Hernández González
y traducción de José A. Delgado Luis.
La presencia
de la comunidad fue adquiriendo una mayor importancia en nuestro archipiélago,
derivando tal circunstancia en la delimitación de un espacio digno en el que
ofrecer sepultura a sus compatriotas desde finales del siglo XVII en el Puerto
de la Cruz. A lo largo de los siglos XVIII y XIX las islas canarias aparecieron
en innumerables relatos de diversos viajeros y viajeras que no dudaron en
relatar, criticar o destacar todos aquellos aspectos que consideraban
significativos. Una larga nómina que el lector interesado en el tema puede
profundizar a través del artículo del historiador, investigador y profesor
universitario Nicolás González Lemus bajo el título “De los viajeros británicos
a Canarias a lo largo de la Historia”, publicado en el Anuario de Estudios Atlánticos
del año 2012.
En el
tránsito de los siglos XIX y XX, los británicos fueron estableciendo sus
iglesias anglicanas en el Puerto de la Cruz, Las Palmas de Gran Canaria y Santa
Cruz de Tenerife a partir de las posibilidades generadas por la libertad de
culto establecida en la Constitución española de 1876. A ese hecho podríamos
sumar la creación de diversos espacios culturales y de ocio destinados por y
para cumplir con las necesidades de una comunidad que reclamaba lugares que
pudieran atender a sus intereses.
Además, el
capital británico fue esencial para el desarrollo de cultivos como la
cochinilla, el plátano y el tomate, existiendo toda una serie de compañías
extranjeras –principalmente inglesas- que controlaron las exportaciones
fruteras del archipiélago, siendo fiel reflejo de esa situación las empresas
Yeoward Brothers, Miller & Co, Fyffes & Hudson Co, entre otras. En ese
contexto destaca la labor del incansable empresario inglés David J. Leacock
(1890-1980), quien dejó su multimillonaria herencia a once trabajadores,
reflejando múltiples detalles sobre su vida y otros aspectos sobre los ingleses
en Gran Canaria la magistral exposición desarrollada el año pasado bajo el
título “Ingleses en el Norte de Gran Canaria”.
Por otra
parte, durante el siglo XIX encontramos una participación activa y fundamental
de los británicos en el desarrollo de la incipiente actividad turística. En ese
sentido, es importante destacar la creación de la Compañía de Hoteles y
Sanatorium del Valle de La Orotava, con un significativo capital británico; el
hotel Santa Brígida, construido por el destacado británico Alarico Delmar; o la
función del comerciante inglés Henry Wolfson en la puesta en funcionamiento del
Hotel Quisiana.
En
definitiva, la presencia británica ha sido una constante a lo largo de la
historia de nuestro archipiélago marcando y definiendo con su presencia un
destacado papel en diversos campos de la política, sociedad, economía y
cultura.
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