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sábado, 13 de febrero de 2016

BRITÁNICOS EN CANARIAS


Javier Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL

La presencia británica en el archipiélago se remonta a los inicios del siglo XVI, cuando arribaron los primeros británicos hasta nuestras islas motivados por el desarrollo de actividades comerciales, adquiriendo una especial importancia a lo largo del siglo XVII. Fueron víctimas del Santo Oficio, sin embargo, “los ingleses dieron muy pocas molestias a los inquisidores en su primera época; entre 1586 y 1596 un buen número de marineros ingleses se buscaron el camino hacia las celdas secretas. Parece que la mayoría de estos ingleses chocaron, en primer lugar, con las autoridades civiles  –pues fueron arrestados como piratas-, o después de que el comercio entre los dos países fuera prohibido, como ingleses que comerciaban disfrazados de escoceses, irlandeses o incluso franceses”, tal y como aparece en la obra de L. de Alberto Los mercaderes ingleses y la inquisición española en las islas canarias, a través del estudio crítico realizado por Manuel Hernández González y traducción de José A. Delgado Luis.

La presencia de la comunidad fue adquiriendo una mayor importancia en nuestro archipiélago, derivando tal circunstancia en la delimitación de un espacio digno en el que ofrecer sepultura a sus compatriotas desde finales del siglo XVII en el Puerto de la Cruz. A lo largo de los siglos XVIII y XIX las islas canarias aparecieron en innumerables relatos de diversos viajeros y viajeras que no dudaron en relatar, criticar o destacar todos aquellos aspectos que consideraban significativos. Una larga nómina que el lector interesado en el tema puede profundizar a través del artículo del historiador, investigador y profesor universitario Nicolás González Lemus bajo el título “De los viajeros británicos a Canarias a lo largo de la Historia”, publicado en el Anuario de Estudios Atlánticos del año 2012. 

En el tránsito de los siglos XIX y XX, los británicos fueron estableciendo sus iglesias anglicanas en el Puerto de la Cruz, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife a partir de las posibilidades generadas por la libertad de culto establecida en la Constitución española de 1876. A ese hecho podríamos sumar la creación de diversos espacios culturales y de ocio destinados por y para cumplir con las necesidades de una comunidad que reclamaba lugares que pudieran atender a sus intereses.

Además, el capital británico fue esencial para el desarrollo de cultivos como la cochinilla, el plátano y el tomate, existiendo toda una serie de compañías extranjeras –principalmente inglesas- que controlaron las exportaciones fruteras del archipiélago, siendo fiel reflejo de esa situación las empresas Yeoward Brothers, Miller & Co, Fyffes & Hudson Co, entre otras. En ese contexto destaca la labor del incansable empresario inglés David J. Leacock (1890-1980), quien dejó su multimillonaria herencia a once trabajadores, reflejando múltiples detalles sobre su vida y otros aspectos sobre los ingleses en Gran Canaria la magistral exposición desarrollada el año pasado bajo el título “Ingleses en el Norte de Gran Canaria”.

Por otra parte, durante el siglo XIX encontramos una participación activa y fundamental de los británicos en el desarrollo de la incipiente actividad turística. En ese sentido, es importante destacar la creación de la Compañía de Hoteles y Sanatorium del Valle de La Orotava, con un significativo capital británico; el hotel Santa Brígida, construido por el destacado británico Alarico Delmar; o la función del comerciante inglés Henry Wolfson en la puesta en funcionamiento del Hotel Quisiana.


En definitiva, la presencia británica ha sido una constante a lo largo de la historia de nuestro archipiélago marcando y definiendo con su presencia un destacado papel en diversos campos de la política, sociedad, economía y cultura.

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