Teresa González
A don Félix
Ha nacido una espada
con tu nombre en mi pecho
que no sólo no drena su angustia
en la distancia silente de tu alma
pensando excarcelarse
de su imagen mortal.
No quiero aún
tu regreso de luz
en el espacio flotando,
platicándome en los sueños
tu sabio respiro.
Quédate aún,
la noche soplando de mis ojos
para que cristalicen en rosales
por la mañana los espejos.
No es la hora
que en invierno se conviertan
tus setenta estaciones
en un mundo-escuela
sediento de tu luz.
Quédate maestro
y deleítate en tu siembra
mi legado espiritual.
Despierta la mente
adormecida por el dogma
con tu grito del amor universal,
ése, que heredaste
en las sandalias peregrinas
sus palabras de luz en tu verdad.
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