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sábado, 9 de abril de 2016

FRAY ANTONIO EL GOMERO


Javier Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL

El título de nuestro artículo corresponde a un personaje que fue objeto de análisis del notable político e investigador portuense José Agustín Álvarez Rixo (1796-1883). De su obra, custodiada actualmente en la Universidad de La Laguna, extraemos algunos apuntes sobre la vida y obra de fray Antonio el Gomero. Álvarez Rixo inicia la descripción sobre tal persona a partir de la situación experimentada por unos tinerfeños en la isla de Fuerteventura, concretamente en la plaza parroquial de La Oliva, en el marco de un día festivo de la primavera del año 1822. Tras finalizar la ceremonia religiosa, el sacerdote del lugar, llamado Antonio Estévez, se dirigió a saludar a los allí presentes, mostrando un gran interés por la presencia de «unos segadores y traficantes babilones, que así llaman en el lugar a los naturales de Tenerife», según anota Álvarez Rixo. El párroco preguntó a cada uno de ellos por su pueblo de origen hasta llegar a un hombre que dijo ser del Valle de La Orotava, concretamente del núcleo de la Montaña. El anciano sacerdote mostró un gran interés por el estado de la construcción realizada allí por fray Antonio el Gomero. Al parecer, su fama se había creado a partir del gran trabajo realizado por el fraile dominico para la recaudación de limosnas destinadas a la construcción de una ermita en el lugar, apuntando el sacerdote de La Oliva los innumerables esfuerzos del lego dominico por realizar tal obra en una montaña formada por «arena, cascajo y piedra muerta, todo muy deleznable, por lo que fue preciso profundizar y anchar mucho los cimientos».

La curiosidad del anciano párroco se explicaba porque que en su juventud había marchado a Tenerife junto a otros compañeros huyendo de la compleja situación que se desarrollaba en Fuerteventura, trabajando durante algún tiempo en el oficio de pedrero. Desde aquel momento entabló amistad con fray Antonio el Gomero, recordando los admirables esfuerzos del fraile por recoger las limosnas destinadas a la construcción de una ermita en tal espacio. 

Además, el anciano párroco no podía olvidar que el fraile se desplazaba a lomos de un mulo, acompañado por un criado en otro mulo, cargando a ambos lados del animal diversos barriles. La finalidad de esos barriles era rellenarlos de vino, pues se desplazaban a recoger limosnas a lo largo de diversos lagares y eras, llegando incluso a visitar toda una serie de rincones del sur de la isla con la finalidad de llenar la bodega del fraile de buenos vinos que posteriormente vendía a un buen precio a dos feligreses de su total confianza vecinos de Los Realejos. A su vez, éstos llevaban tal producto hasta la isla de Lanzarote y a su regreso pagaban al fraile con el dinero de tal actividad, transportando el dinero en cestas que aparentaban contener tomates y otras verduras para los religiosos de Candelaria. La muerte de fray Antonio el Gomero fue muy sentida por la población, acudiendo miembros de la comunidad de los dominicos de Candelaria hasta el Valle de La Orotava para llevar su cadáver a una sepultura en el convento dominico de La Orotava, «porque todavía no había allí cementerio», tal y como recuerda Álvarez Rixo.

Tras su muerte, el espacio sería adquirido por Luis Rodríguez, vecino del Puerto de la Cruz y sobrino de otro lego dominico llamado fray Matías Gutiérrez.


Desgraciadamente, el aluvión de 1826 causó muchos estragos sobre la construcción realizada con tanto esmero y trabajo por el fraile dominico. Por entonces era su propietario José González Romero, quien junto a su esposa, Gabriela Hernández, y su sobrino, acogieron benignamente en su espacio a todas aquellos vecinos atemorizados por lo que ocurría, apuntando Álvarez Rixo que gracias a la labor del fraile se salvaron muchas personas, legando una gran obra que la posteridad «podrá continuar beneficiándose, gracias al ingenioso lego dominicano fray Antonio el Gomero».  

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