Salvador García Llanos
Un comerciante indio, aquí presente, nos trasladaba hace pocas fechas su
inquietud por la carencia de una señalética adecuada en el municipio. Desde los
accesos a la movilidad interior, el visitante o el turista conduce o camina si
no a ciegas, casi instintivamente, hurgando en su sentido de la orientación
-que puede ser escaso- o ayudándose de preguntas en su idioma a los nativos
que, no comprendiéndole, hacen todo tipo de gestos con tal de acreditar la
amabilidad de la que aún se puede alardear y de guiar convenientemente al
emplazamiento solicitado, desde la estación de guaguas al complejo 'Costa
Martiánez', desde la Peña de Francia a la parada de taxis más cercana.
El comerciante cree que no es
difícil, a estas alturas, dotar de ese recurso -porque se trata, en definitiva,
de un recurso informativo- para facilitar el tránsito rodado o peatonal de
quienes quieren descubrir y palpar los encantos que les han brindado. Si en
otros lugares, de mayor superficie, de más alta densidad poblacional, lo han
logrado y los visitantes no se pierden sino que encuentran, a poco que sigan
las indicaciones apropiadas, ¿por qué no conseguirlo en esta pequeña gran urbe,
apta para caminar, donde todo está al alcance, caracterizada a menudo por el
cosmopolitismo, la multiculturalidad y la concentración en núcleos más reducidos
o más localizados?
Hoy presentamos una publicación
idónea para contribuir a enjugar ese déficit. Por eso, condensamos estas
palabras bajo el título La Guía indispensable, obra de Nicolás González Lemus
que desglosa tres conceptos básicos de la ciudad, Historia, Turismo y
Patrimonio, hasta ofrecer una visión -no de urgencia ni apresurada- muy
sintética y ajustada de elementos básicos de la realidad portuense desde esos
ángulos. La Guía, editada por Le Canarien Ediciones, es un compendio de lo que
fuimos y lo que somos, de nuestro ADN, de la evolución histórica desde entonces
y de nuestro acervo patrimonial.
Más de ciento veinte fotos,
gráficas, mapas, ilustraciones, localizaciones, fechas, datos y síntesis dan
contenido a esta obra, hecha con una nítida vocación historicista. El
comerciante aludido seguro que se sentirá más tranquilo ante la carencia que le
aqueja porque la Guía propiciará un ‘tour’ por la ciudad, una caminata o un
paseo por el Puerto de la Cruz… sabiendo a dónde ir. Para conocerlo mejor, para
disfrutarlo con conocimiento y para sentirlo hasta el tuétano, si se nos
permite la apasionada expresión, pero ya saben que cuando hablamos del Puerto
es inevitable permitirse algunas licencias.
Aquí empezó el turismo, dicho
sea sin exageración. El autor se remonta a 1886, año en que se registra
formalmente la inscripción de una pomposamente denominada ‘Compañía de hoteles
y sanatorium del valle de La Orotava’, para situar en el tiempo los orígenes.
Lo que quiere decir que la aparición de esta publicación se inscribiría en el
130 aniversario del nacimiento del turismo.
Más de un siglo, entonces,
creando, evolucionando, innovando, dotando, sobreponiéndose a adversidades y
asumiendo, en los años de reconstrucción de la Europa castigada por las bombas
y de la emergencia de una sociedad que experimentaba con el Estado del bienestar
-el turismo venía a ser una de las derivadas de su concepción-, una
indeclinable vocación turística.
Más de un siglo abierto al
mundo, a sus corrientes, a sus flujos de viajantes y a la consolidación de un
sostén fundamental en su economía productiva. El Puerto de la Cruz ha vivido
esta centuria y pico con desigual dinámica, forzada por distintas
circunstancias, pero siempre con el propósito de acoger y brindar sus encantos
a quienes oían hablar de él o a quienes, una vez habiéndolo conocido, quisieron
repetir la experiencia, como si siempre quedara algo por descubrir o volver a
saborear.
Pero, cuidado: la historia no
lo es todo. Está muy bien conocerla y apoyarse en ella, sobre todo para
conservar cuantos elementos han coadyuvado a curtir una personalidad, la
idiosincrasia misma. Cuanto más rigor se aporte a ese conocimiento -la Guía es
una prueba de ello-, mejor en todos los sentidos. La historia, la nuestra, la
de todos los sitios, se enriquece con lo que la sociedad, los pueblos, sean
capaces de respetar y proyectar. Empero no cabe dormirse en los laureles ni
vivir de la historia.
La crisis de los últimos
tiempos ha hecho, entre otras cosas, que los portuenses añoren su pasado, la
época dorada o de esplendor. Es legítima la nostalgia mas no solucionará.
Porque esos días de vino y rosas, de extranjeras, de negocios fáciles, de
ganancias sin importar mucho o nada el día después, no volverán. Hay que
decirlo sin ambages. Es frecuente regocijarse en redes sociales con fotos de
aquellos años como es inevitable, entonces, establecer comparaciones. Pero
muchas cosas son irrepetibles.
Si se quiere recuperar pujanza,
si se quiere estar en posiciones vanguardistas en el contexto turístico, si
hemos de procurar avances sociales, es indispensable contar con modelo de
ciudad, modularlo, desarrollarlo e implicar a los agentes de la sociedad. Si
algo ha enseñado la crisis, si algo hay que aprender de las carencias y de los
anquilosamientos, es que, en estos tiempos, nada se hace sin que la gente
participe, se implique y haga suyos los planteamientos se supone mínimamente
consensuados.
El Puerto de la Cruz vive uno de esos momentos en que no se sabe muy bien
lo que los suyos quieren, hacia dónde deben caminar. Desean creer en algo,
tener un horizonte que no sea un espejismo, vislumbrar una meta que signifique
la culminación de un esfuerzo y la consecución del modelo válido para las
generaciones futuras.
En fin, permitan esta digresión
cuando en realidad habría que decir algo más de Nicolás González Lemus y su
obra. Este amante de nuestro municipio, de sus hitos, este estudioso de sus
próceres, de personajes cimeros y de las interioridades de su historia, aporta
a su ya densa bibliografía esta obra, válida para consultar en cualquier
momento.
Este ‘tour’, este paseo por el
Puerto de ayer y también de hoy, se plasma en las páginas de la Guía que
sugieren dos rutas generosamente aludidas como las edades de oro del turismo en
la ciudad: una primera centrada en los orígenes y que engloba desde 1880 a
1930; y una segunda, referida a la consolidación, comprendida entre 1950 y
1975.
En el paseo se evoca a los
hoteles que, como el Martiánez o el Taoro -aprovechemos para reivindicar, una
vez más, el impulso a una alternativa para el que acogiera uno de los primeros
casinos de juego de nuestro país, una vez recuperada la democracia- son
pioneros de la industria turística local, mientras van desfilando por calles y
plazas, entre hoteles distinguidos, señoriales y ajardinadas mansiones, casas
comerciales y monumentos admirables personajes de la realeza europea que aquí
disfrutaron de bondades y servicios como Leopoldo II, Federico Augusto III de
Sajonia, Alberto I y los duques de Kent, sin olvidarnos del primer emperador de
México, Ferdinand Maximiliam, ni de figuras literarias y artísticas como Dulce
María Loynaz, Agatha Christie, Marianne North, Olivia Stone ni de celebridades
como Alexander von Humboldt, Bertrand
Russell, Sir Winston Churchill, The Beatles, Eric Sventenius, Tony Curtis,
Gilbert O’Sullivan o Carlos Andrés
Pérez… La mayoría de los citados son mencionados en las amenas páginas de la
Guía.
Puerto de la Cruz, ¡cuánta
historia por descubrir y valorar! Lugar de nacimiento de Agustín de Betancourt
y Molina, Luis de la Cruz y Ríos, los hermanos Iriarte, Agustín Espinosa, Luis
Rodríguez Figueroa, Antonio Ruiz Álvarez, Telesforo Bravo, Juan Cruz Ruiz y
tantos otros cuya consignación sería muy prolija. Emplazamiento de consulados,
sede aduanera, templos religiosos, joyas arquitectónicas, fortificación de defensa,
monumentos naturales y vanguardistas complejos turísticos, como lo fue ‘Costa
Martiánez’, popular Lago…
Las dos rutas sugeridas para
este peculiar paseo son una invitación expresa a conocer y recordar. Nicolás
González Lemus, con esta Guía, bien desglosada en sus apartados de Historia,
Turismo y Patrimonio, viene a llenar un vacío, hecho que agradecemos todos los
que amamos la ciudad y necesitábamos una obra así que se convierte, lo dicho,
en la Guía indispensable.
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