El periodista y escritor portuense Salvador García Llanos, actual
presidente de la Asociación de la Prensa de Tenerife (APT), leyó en la noche
del viernes el pregón de las fiestas del barrio de Los Nidos, en La Vera. Se da
la circunstancia que, bajo su mandato, siendo alcalde, se ejecutó el proyecto
de reacondicionamiento y accesibilidad a dicho sector.
A continuación, reproducimos el texto de su intervención, titulado “Los
Nidos, pendiente de una culminación”:
“Para hacer esta muralla/ tráiganme todas las manos...”. Evocamos
brevemente los versos de aquella composición del periodista y poeta cubano
Nicolás Guillén para condensar los afanes de los habitantes de este pago
portuense, Los Nidos, al que acudimos gustosamente para anunciar sus fiestas
anuales en honor a la Cruz de San Luis, sin duda su símbolo principal, el que
anima e inspira tales afanes, el que une a sus vecinos y el que se erige como
seña de identidad.
Está la Cruz. Y está la muralla. Y están las ideas del hombre. Y su
voluntad, su gestión, sus demandas, su lucha a favor de los avances sociales o,
más simple, de mejores condiciones de vida.
De todo eso saben en un núcleo de nombre acogedor, que sabe a refugio y que
irradia ilusión. Los Nidos empezó siendo un caserío condicionado por una
carretera sobre los hombros y por complejas calificaciones urbanísticas ante
las que algunos no se arrugaron. Al contrario, decidieron desbloquear
obstáculos en pos de una ordenación racional, de unas mínimas dotaciones y,
sobre todo, de una mejor accesibilidad.
Es la muralla, son las manos para edificarla. Entre todos, con su esfuerzo,
ven cómo cambia la fisonomía del territorio y del sector, asisten a la transformación
de su realidad física más próxima. Había unas escaleras, de tierra y barro,
luego mejoradas con cemento, el primer modo de llegar y salir. Traer la compra,
dejar el coche en la misma carretera, utilizar carretillas, trasladar enfermos
entre vericuetos, la lluvia, los charcos, el barro y los agrestes pedregales de
los que en verano parecía brotar fuego. Bajar y subir, cuántas veces. Había una
rampa de hormigón que servía de acceso. Y un cuarto para los residuos, tan mal
utilizado y tan molesto que fue necesario derribarlo. Días de calor y lluvia,
siempre con la misma atmósfera y con ruidos motorizados, solo mitigados con el
canto temprano de los gallos y el trino matinal de los pájaros, entre el aroma
y la frondosidad de los platanares. Hasta que esa rampa de acceso cambió la
forma de llegar y salir, hasta que los coches, tan determinantes en la sociedad
de nuestros días, hicieron acto de aparición. Y circularon para dar sentido de
modernidad y facilitar la movilidad. Es otra etapa de su reducida pero
laboriosa historia.
Los Nidos, según descripción del animoso y atento vecino José Peraza
Hernández, empeñado en plasmar vivencias de todo cuanto acontece en La Vera
desafiando cuantos imponderables van surgiendo, escribe en la única obra
que trata de los orígenes, las
características y la población del
barrio, que “Los Nidos se encuentra bajo el manto de la Cruz del Fraile
de La Montañeta; desde esta montaña, junto a la ermita que la preside, se
observa un entorno envidiable, al alcance de pocos”.
En efecto, esa publicación, prologada por el memorialista portuense Melecio
Hernández Pérez, es el reflejo de la preocupación del autor “por historiar las
zonas periféricas”, es decir, aquéllas que parecen alejadas del núcleo urbano
central o principal, donde se piensa que nunca pasa nada, y si pasa, no tiene
importancia, salvo que se trate de una desgracia.
Pero ahí sí que ocurren cosas. Ahí está la gente, ahí se asientan y crecen
las familias, ahí conviven las personas y las generaciones que no se conforman,
por lo que trazan horizontes -el de la fiesta es uno de ellos- y aspiran a
culminar hechos pendientes. El ánimo de quienes aquí habitan ha de seguir
latente en pos de las consecuciones que todavía no se han materializado. Por
tanto, no es cuestión de dejar caer, rutinariamente, las hojas de almanaque
sino de formular propósitos y aunar esfuerzos, de seguir reivindicando porque
nada se hace ni se logra sino es con dedicación y con sensibilidad de quienes
tienen que demostrarla.
Como la acreditaron Julia Luis Marrero, Esteban Padilla Acevedo y Antonio
González Pérez, ediles que fueron de corporaciones municipales en las que sus
respectivos cometidos tuvieron mucho que ver con la canalización de las
aspiraciones vecinales y la negociación con propietarios de suelo, afectado por
determinaciones de planeamiento y en donde se ejecutarían los proyectos de
urbanización y acondicionamiento.
En esa reducida historia a la que aludimos, sin intentar siquiera
reverdecer laureles, hay que valorar la voluntad del gobierno local del mandato municipal que
marcó el tránsito entre siglos para contar con la participación de los vecinos.
Así cristalizaron la primera fase del proyecto de accesibilidad que no existía
y la segunda consistente en un tratamiento de traslado de la hornacina de la
Cruz por entender que no era la más funcional.
De modo que había que resolver un evidente problema de incomunicación si no
de aislamiento. Permitan que haga una síntesis de la tramitación seguida
entonces. Se trataba de actuar sobre un suelo afectado por el uso público
especificado en el planeamiento urbanístico. La propiedad solo tenía obligación
de cederlo cuando fueran urbanizados otros terrenos, por lo que se inició una
negociación dura, prolongada en el tiempo. La legítima posición de la
propiedad, impregnada del recelo que suponía no ver correspondidos sus
derechos, hizo aún más complicada aquella negociación. Hasta que fructificó con
un acuerdo que desbloqueaba las dificultades y satisfacía los intereses
generales. Bien es verdad que el objetivo de un dotacional de esparcimiento
público -siempre ateniéndonos a las directrices de planeamiento- se convirtió,
a la larga, en un aparcamiento. Peraza, con cierto alborozo, relata lo ocurrido
un 19 de febrero de 2003: “Por fin se inician los trabajos. Ese día, la lluvia
recibe a los operarios. Los vecinos, desde las azoteas y ventanas, no daban
crédito a lo que veían. Alguien comenta que el chubasco era apropiado para
calmar la polvareda que levantaba el paso de los vehículos pesados. Algunos,
emocionados, derramaron lágrimas; la alegría era indescriptible”. Y remata con
estas frases: “El comentario general de los vecinos del barrio de Los Nidos es
que aquí había gente luchadora; los mayores no quieren dejar este mundo hasta
que vean finalizada una ilusión que se ha cumplido pero que se dilató en el
tiempo”.
El presupuesto de las obras ascendía a casi ciento noventa y cuatro mil
euros. Fueron dirigidas por el ingeniero Humberto Hernández y ejecutadas por la
empresa constructora ‘Probisa’.
Peraza cuenta con detalle los orígenes y las características del barrio. Su
relato se remonta a cuando un niño, Esteban, que jugaba a monaguillo y hasta
improvisaba procesiones, vio cómo su padre carpintero un día le prometió una
cruz que terminó emplazada en un rincón hasta que los mismos vecinos
construyeron una hornacina que fue demolida cuando se ejecutaron las obras para
ser trasladada a otro lugar cercano. Una imagen de San Luis, adquirida en el
entonces Hogar Santa Rita, de Punta Brava, fue cedida por la comisión de
fiestas de 199 que presidía Pedro González González. En Los Nidos, en la calle
de unos doscientos metros, también prima la autoconstrucción. En la memoria de
su fisonomía se almacena aquel solar o descampado, donde instalaron un tablero
de baloncesto y hasta pintaron una zona y donde chicos y grandes jugaron, se
entretuvieron y hasta bailaron.
Este es el núcleo tan apreciado por las familias que resistieron el paso
del tiempo, los Abrante, los Ramos, los Trujillo… Perdonen si omitimos alguna
otra. El tesón de todos hizo posible que el barrio fuese cobrando personalidad.
Eusebia Abrante Siverio, de 91 años hoy en día, acaso encarne el espíritu de
laboriosidad que hemos intentado destacar esta noche.
El espíritu que fue posible contrastar aquel día en que a las siete de la
mañana un incendio acabó con la cruz primigenia. Los vecinos sofocaron las
llamas pero quedó carbonizada. Recogieron los restos, casi trozo a trozo, y los
reunieron en una casa, donde hicieron una foto para trasladar a la carpintería
donde habrían de reconstruirla. Se las ingeniaron para insertar tales restos en
la nueva confección. A pesar de emplear metacrilato –pues querían que fueran
visibles- no hubo modo material de hacerlo.
Pero, bueno: lo importante es que Los Nidos progresa mientras se va
completando el relevo generacional. Los más jóvenes tienen mucho que aprender
de quienes no se arrugaron ni se resignaron. Les ayudó la fe pero,
especialmente, las ganas de disponer de mejores condiciones de vida. Por eso
están hoy aquí y estarán a lo largo de las próximas fechas, en una cita a la
que acuden gozosos, pensando en estrechar sus lazos de amistad y vecinales,
que, a fin de cuentas, son cien y el número es bueno para compartir la
diversión, el recreo, el desenfado y la religiosidad.
Los Nidos, en medio de su modestia, ya no es caserío. Pero aún tiene
pendiente la culminación de algunas aspiraciones, un local social, por ejemplo.
Es positivo vertebrarse y cohesionarse: si se dispone de recursos, aunque sean
limitados, mejor.
Con este pensamiento, y con el recuerdo para todos aquellos que de una u
otra forma contribuyeron a que el barrio no estuviese aislado ni inaccesible,
les animamos a que los festejos de este año sean amenos y participativos y a
que sigan trabajando, con el mismo entusiasmo, para nuevos logros.
Ojalá que lo mejor de Los Nidos esté por llegar. Mucha suerte. Y felices
fiestas.
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