Teresa del Bosq
I
Tras mis pasos se iban quedando
cosas que me pertenecían
Se quedaba
el aroma a plenilunio
sobre el verde espejeado
El grito del murciélago
en la geografía de la teja
Se quedaba
el lamento eterno
en la campana de las horas
El olor a flor de morro
entrando por la ventana
Se quedaba
el silbido cerca-lejos del cadejo
a la vuelta de los miedos
Se quedaba el amate del zanjón
vomitando aves negras
Se quedaba mi alma
entre los remolinos de la noche
La sombra del cerro
sobre la mía, se quedaba
Se quedaba, se quedaba
mi suspiro
en los azahares
de la infancia
Se quedaba, se quedaba…
Quizás por eso se le escucha
al fantasma de mi arraigo
retozar
en los corredores verdirrojo
que jamás me celebraron
despedida.
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