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sábado, 8 de agosto de 2020

DESTAPANDO EL BAÚL DE LOS RECUERDOS. ¿UNA INVASIÓN PACÍFICA DE CANARIAS?


Agustín Armas Hernández

A finales del siglo X.V., ya lejana la «peste negra» del siglo anterior que destruyó un tercio de la población europea, los hijos de Jafet comenzaron, como los israelitas en Egipto, a multiplicarse prodigiosamente. Entonces, la divina providencia les deparó nuevas tierras, todo un mundo nuevo, donde pudieran muchos vivir holgadamente, y propagar la fe cristiana entre las gentes paganas de aquellos territorios. Pero antes chocaron los navegantes europeos con estos siete peñones, no fáciles de conquistar. Las tres islas del Realengo (Gran Canaria, La Palma y Tenerife) sólo bajo la égida de los Reyes Católicos (entre 1479 y 1496) pudieron ser arrebatadas a los bravos guanches por los guerreros castellanos; ni portugueses, franceses o ingleses pudieron nunca apoderarse del archipiélago, antes defendido por nuestros valientes indígenas, y luego por los descendientes de éstos y de los españoles peninsulares.

Los historiadores nos enseñan que murieron la mayoría de los guanches en esas sangrientas guerras de la conquista. Por lo tanto, aunque algunos pretendan descender del gran Tinerfe, procedemos en inmensa mayoría de los cristianos y valerosos castellanos. Eso sí, yo estoy dispuesto a estudiar el guanche, si los amantes de la independencia consiguen resucitarlo.


Esa conquista y colonización ya están muy lejanas, más ahora... ¡Atiendan canarios!, nueva y sutil invasión de nuestra tierra nos amenaza; no con espadas y lanzas, como en otros tiempos —sino con toda la astucia del poder monetario. Ya sean libras, marcos, liras, etc. Intentos de compra de nuestros terrenos —por extranjeros— los hemos tenido siempre, sobre todo en forma de pequeñas y grandes parcelas, con vistas siempre a construir en ellos residencias de recreo y hoteleras. No obstante, los foráneos aspirantes a dichas compras encontraban algún que otro impedimento para que dicho logro no fuera posible, o por lo menos no demasiado fácil. Pero... ahora cuando España se integro ya de pleno derecho en el Mercado Común Europeo, arrastrando consigo también a las Islas Canarias, los obstáculos anteriormente aludidos desparecen; siendo fácil y muy posible para los eurocomunitarios la adquisición de propiedades en estas islas. Suprimidos los impedimentos, el gran capital, bien sea privado o por medio de empresas multinacionales arraigadas en la Europa de los doce, se ubicarán también en nuestras islas «desafortunadas».


Veamos: de hecho en la actualidad existen en el archipiélago extranjeros comerciantes, industriales, propietarios de grandes locales comerciales —algunos poseen dos o tres— que aglutinan en sus almacenes gran cantidad de mercancía. Si a todo esto añadimos que se le permite traer a nuestra tierra un capital monetario bastante abundante, contratar personal suficiente para abrir sus tiendas a cualquier hora del día, incluyendo domingos y festivos, pregunto yo: ¿qué va a pasar con el pequeño y mediano comerciante canario —que de hecho son muchos miles en el archipiélago—? Teniendo además en cuenta que están sometidos a una constante presión fiscal e incluso al control y acoso de su escaso capital financiero, por otro lado esencial y necesario para renovar y surtir su pequeño comercio?


Téngase en cuenta que casi todos los pequeños comercios de nuestras islas tienen uno o más empleados a su cargo.

Concluyendo: el resultado puede ser, quiebra de muchos y pequeños comercios, ¡más parados!, mientras que para los extranjeros más preparados y cualificados en los negocios... ¡pingües ganancias!


Quizás mis temores no sean tan fundados; ojalá me engañe, ¡pero mejor es prevenir que curar! Algunos, con noble corazón, pensarán que la tierra es de todos, que todos somos hijos de Dios. Así es, ellos (los europeos) no cierran sus puertas a nuestros compatriotas emigrantes, pero van acreciendo las restricciones para proteger a los suyos. Sólo pedimos, pues, que nuestras autoridades protejan también nuestros intereses, mientras sigan dando la debida consideración a quienes optan por vivir entre nosotros.

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