Agustín Armas Hernández
A finales del siglo X.V., ya lejana la «peste negra» del
siglo anterior que destruyó un tercio de la población europea, los hijos de
Jafet comenzaron, como los israelitas en Egipto, a multiplicarse
prodigiosamente. Entonces, la divina providencia les deparó nuevas tierras,
todo un mundo nuevo, donde pudieran muchos vivir holgadamente, y propagar la fe
cristiana entre las gentes paganas de aquellos territorios. Pero antes chocaron
los navegantes europeos con estos siete peñones, no fáciles de conquistar. Las
tres islas del Realengo (Gran Canaria, La Palma y Tenerife) sólo bajo la égida de
los Reyes Católicos (entre 1479 y 1496) pudieron ser arrebatadas a los bravos
guanches por los guerreros castellanos; ni portugueses, franceses o ingleses
pudieron nunca apoderarse del archipiélago, antes defendido por nuestros
valientes indígenas, y luego por los descendientes de éstos y de los españoles
peninsulares.
Los historiadores nos enseñan que murieron la mayoría de
los guanches en esas sangrientas guerras de la conquista. Por lo tanto, aunque
algunos pretendan descender del gran Tinerfe, procedemos en inmensa mayoría de
los cristianos y valerosos castellanos. Eso sí, yo estoy dispuesto a estudiar
el guanche, si los amantes de la independencia consiguen resucitarlo.
Esa conquista y colonización ya están muy lejanas, más
ahora... ¡Atiendan canarios!, nueva y sutil invasión de nuestra tierra nos
amenaza; no con espadas y lanzas, como en otros tiempos —sino con toda la
astucia del poder monetario. Ya sean libras, marcos, liras, etc. Intentos de
compra de nuestros terrenos —por extranjeros— los hemos tenido siempre, sobre
todo en forma de pequeñas y grandes parcelas, con vistas siempre a construir en
ellos residencias de recreo y hoteleras. No obstante, los foráneos aspirantes a
dichas compras encontraban algún que otro impedimento para que dicho logro no
fuera posible, o por lo menos no demasiado fácil. Pero... ahora cuando España
se integro ya de pleno derecho en el Mercado Común Europeo, arrastrando consigo
también a las Islas Canarias, los obstáculos anteriormente aludidos desparecen;
siendo fácil y muy posible para los eurocomunitarios la adquisición de
propiedades en estas islas. Suprimidos los impedimentos, el gran capital, bien
sea privado o por medio de empresas multinacionales arraigadas en la Europa de
los doce, se ubicarán también en nuestras islas «desafortunadas».
Veamos: de hecho en la actualidad existen en el
archipiélago extranjeros comerciantes, industriales, propietarios de grandes
locales comerciales —algunos poseen dos o tres— que aglutinan en sus almacenes
gran cantidad de mercancía. Si a todo esto añadimos que se le permite traer a
nuestra tierra un capital monetario bastante abundante, contratar personal
suficiente para abrir sus tiendas a cualquier hora del día, incluyendo domingos
y festivos, pregunto yo: ¿qué va a pasar con el pequeño y mediano comerciante
canario —que de hecho son muchos miles en el archipiélago—? Teniendo además en
cuenta que están sometidos a una constante presión fiscal e incluso al control
y acoso de su escaso capital financiero, por otro lado esencial y necesario
para renovar y surtir su pequeño comercio?
Téngase en cuenta que casi todos los pequeños comercios de
nuestras islas tienen uno o más empleados a su cargo.
Concluyendo: el resultado puede ser, quiebra de muchos y
pequeños comercios, ¡más parados!, mientras que para los extranjeros más
preparados y cualificados en los negocios... ¡pingües ganancias!
Quizás mis temores no sean tan fundados; ojalá me engañe,
¡pero mejor es prevenir que curar! Algunos, con noble corazón, pensarán que la
tierra es de todos, que todos somos hijos de Dios. Así es, ellos (los europeos)
no cierran sus puertas a nuestros compatriotas emigrantes, pero van acreciendo
las restricciones para proteger a los suyos. Sólo pedimos, pues, que nuestras
autoridades protejan también nuestros intereses, mientras sigan dando la debida
consideración a quienes optan por vivir entre nosotros.
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