Iván
López Casanova
George
Steiner en un libro de 2016, Fragmentos, que condensa su larga vida
intelectual, afirma: «Nuestra misma existencia es una lectura constante del
mundo; un ejercicio de desciframiento». Y esto apunta a la necesidad de poseer
y acrecentar la sabiduría interior, el fondo espiritual.
Para
esta tarea, acaso convenga recuperar la voz de María Zambrano, la gran filósofa
malagueña, quien intuyó que el conocimiento humano necesita abordar,
activamente, la realidad por medio de la razón, pero también ser capaz de
recibir pasivamente en el silencio del corazón ese mundo de sabiduría que
tiembla indefinido sobre nosotros, y que han sabido recibir los poetas de todos
los tiempos: razón activa y sabiduría poética. Estas son las coordenadas de lo
que Zambrano refería como «hacia un saber sobre el alma».
Pero en
el tiempo en que vivimos, la sabiduría se encuentra amenazada por dos crueles
enemigos. Uno, el escepticismo que limita a la razón y deja al ser humano como
un inválido incapaz de construir su suelo moral, ciego para conocer la verdad
para hacer el bien y evitar el mal −«esa calma aparente llamada escepticismo»,
escribirá Raquel Lanseros en un verso colosal−; dos, la falta de un corazón que
sepa escuchar el saber intemporal que encierra el arte de todos los tiempos, en
especial la poesía. Pues bien, ofrezco aquí dos muestras de esta sabiduría
poética.
Comprender
que la felicidad germina en el olvido de sí y en su asociación con la vida
corriente, normal y cotidiana; porque se puede ser feliz si se entiende bien
qué significa eso. Lo explica Pablo d´Ors en una entrevista: «Creo que es un
error buscar la felicidad (…). Lo que más bien deberíamos buscar es la
plenitud, que es distinto y que significa vivir intensamente aquello que te
toca vivir».
También,
lo refleja de un modo fantástico el poema de Miguel d´Ors en el que se cuenta
la celebración del aniversario de su propia boda: «Veintitrés años juntos
/Mientras tú trajinas con la freidora / pongo el mantel frente al telediario. /
“Feliz aniversario”. Una gran fuente de patatas fritas / y zumo de tomate. Y en
el segundo sorbo ya / viene a mí el furor poético: / “La Felicidad consiste /
en no ser feliz / y en que no te importe».
Pero
hay más. La importancia de vivir lo que tenemos entre manos en el ahora
concreto, con serenidad y evitando la inquietud: «Quien no sabe vivir el
presente, no sabe vivir la eternidad», sentencia Nathaniel Branden. Y ese texto
introduce un poema de Alicia Martínez, poeta sevillana contemporánea, cuya
lectura fija esa idea −al más puro querer de nuestra María Zambrano− de un modo
maravilloso en el corazón:
«La
calle rebosaba de basura, / un hombre barría su portal / con mimo,
delicadamente. / No parecía importarle / lo improductivo de su gesto, / la
inutilidad de limpiar sólo / ese pequeño trozo de la calle, / cuando afuera
había tanta suciedad. / Con su gusto por barrer, / en el presente, ese hombre
viejo, / con la bufanda de colores / anudada cuidadosamente, / estaba limpiando
el mundo, / haciendo bella y luminosa / la mañana».
Cuánta
importancia en lo pequeño, en componer cuidadosamente nuestra ropa para
hacernos más amables para los demás, no por utilidad ni vanidad, porque
embellecer nuestra vida es la manera de transformar el mundo y amarlo: grandes
ideales, pequeños detalles.
Se
trata de considerar la talla espiritual propia y la que transmitimos en la
educación familiar. Para apuntar a la excelencia y no conformarse con menos. Y
para superar la prisa, la banalidad, el miedo a ser distinto y –algo tonto,
pero muy influyente− los modelos tan mediocres propuestos en programas
televisivos que, por ósmosis, nos influyen mucho: a base de ejemplos repetidos
de mediocridad y de enanismo moral nos hacen olvidar que podemos alcanzar una
gran estatura interior.
Iván
López Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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