Lorenzo
de Ara
“…O
eres partidario de sacar los restos, y por tanto antifranquista, o no eres
partidario, y por tanto sospechoso de franquista. Se trata de un caso notorio
de ‘falacia del falso dilema”. Teodoro León Gross escribe en El País (lo han
dejado como un verso “libre”) lo que separa la gran verga llamada Carlos E. Cué
es un insulto a la dictadura democrática de la nueva directora que está
haciendo “renacer” de sus cenizas el viejo periódico global de los sobacos
ilustrados que pasean el esqueleto por el Puerto de la Cruz, por poner un
ejemplito.
Lo que
ocurrió en 1978 fue milagroso. Lo escribe un cristiano. Milagroso. Llegar al
convencimiento de que no se tenía que volver a repetir el horror de la segunda
República se consiguió porque contábamos con unos hombres grandes. Y digo
grandes en el término más noble de la palabra. Porque fue la República con su
fracaso de convivencia y no Franco la que nos llevó al sufrimiento del aquel
periodo.
¿Imaginan
ustedes tener que salir adelante con la clase política del presente? ¿Pueden
ustedes imaginar que, con Mariano Rajoy, Zapatero, ¿Pedro Sánchez (presidente
sin pasar por las urnas) se podría evitar el enfrentamiento cainita en España?
Ni hablar.
Vivimos,
pues, un periodo de negrura. Un barrizal político que aminora nuestras
posibilidades, convirtiéndonos en tribu.
Sacar a
Franco del Valle de los Caídos es la apuesta de un tarambana. Ya ha conseguido
meter su cuerpo en la historia. Y cree que se le recordará por este hecho. Pero
no.
A Pedro
Sánchez se le recordará por ser el primer presidente que no han votado los
españoles tras la llegada de la democracia.
Por el
ser el primer presidente apoyado por los proetarras.
Por ser
un político abonado al fracaso más estrepitoso cuando los españoles (qué
tiempos) podían elegir en libertad al inquilino de la Moncloa.
Por
esta serie de razones tiene un sepulcro blanqueado en la historia el
hombre/decreto que dirige un Psoe en blanco y negro.
Luis Ventoso
escribe lo siguiente: “La República nace en abril de 1931 como un sueño
bienintencionado de poner al día el reloj de España. Pero como ha señalado
Cortázar, «intentó avanzar mucho en poco tiempo». Y como añade Tusell, «era una
democracia poco democrática». La República no fue ese éxito y Olimpo de
legalidad que proclama una burramia podemita que toca de oídas. Fue un régimen
fallido, que derivó en un modelo no democrático, pues excluía a los partidos
conservadores y perseguía a la arraigadísima Iglesia católica con saña (y al
final con muerte). En 1934, los socialistas fomentan una insurrección
«revolucionaria», con Largo animando a «esterilizar al adversario». Tras la
victoria poco limpia del Frente Popular de 1936, la República ya no es capaz de
proteger la propiedad privada, ni las vidas de los derechistas. En realidad,
era una República sin republicanos, pues la CEDA tampoco creía en ella. Cuando
se desmoronan el orden público y la economía, estalla una guerra civil entre
revolucionarios –que quieren imponer una dictadura socialista– y
contrarrevolucionarios tradicionalistas, con Franco al frente. El franquismo
gana y evita que España degenere en una tiranía comunista”.
Sánchez
quiere un cara a cara con Franco. No se atreve con periodistas. No se atreve
con los españoles. Pero sí se atreve con un muerto.
Pedro
Sánchez es el Indiana Jones de los rojos con encefalograma plano
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